La tienda clandestina

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La luz del semáforo se puso en verde y, agarrando a su amiga del brazo, apretó el paso para atravesar la calle Goya, en dirección a Claudio Coello. Tenía en mente gastarse una absurda cantidad de dinero en zapatos, lencería y ropa. Una catarsis como otra cualquiera después de una ruptura. Después de todo, la causa de que César la hubiera dejado era, justamente, lo mucho que la absorbía su trabajo. Bien. Era momento de que el dinero que ganaba con él le reportase alguna satisfacción.
-Carol, ¡baja un poco el ritmo! -protestó Laura, intentando mantener su rápido taconeo por la pendiente de la calle. Ella disminuyó la velocidad de sus pasos. Siempre rápido. Siempre corriendo.

-Lo siento- se disculpó, compungida - ando acelerada y no sé por qué.

-¡Relájate!, es nuestro día libre. Vamos a disfrutar. Dis-fru-tar - vocalizó lentamente su amiga, con tono irónico, -si es que aún te acuerdas de qué es eso.

Carolina miró al cielo y volviendo a cogerla del brazo, caminaron junto a los escaparates de las lujosas boutiques.

Pero iba a ser uno de esos días. Cuando se probó el cuarto par de zapatos de tacón, Laura ya había desconectado y curioseaba por la tienda sin prestarle atención. La vendedora había cambiado su sonrisa obsequiosa por una mueca más forzada. Nada le servía. Nada le quedaba bien. Ni siquiera los fabulosos Louboutins de tacón de doce centímetros.

-Anda, vamos a probar con la lencería. A ver si te pones de mejor humor-gruñó su amiga. Carolina emitió un suspiro resignado y despidiéndose de la dependienta con una sonrisa culpable, la abandonaron entre cajas destapadas y papel pinocho de colores.

-Creo que deberíamos volver al hotel- murmuró entre dientes. Laura se volvió, consternada.

-Carol, no puedes seguir así. ¡Tienes que vivir!, César tenía razón en una cosa, ¿sabes?

- ¿Cómo eres capaz de decir eso? - respondió, dolida-. ¡Eres mi amiga!

Ella negó con la cabeza y puso las manos sobre sus hombros.

-Trabajas demasiado. Y desde que rompisteis, te has encerrado en el trabajo aún más- su voz mostraba verdadera preocupación, - ¡Te echo de menos!, y el resto de las chicas también. No haces más que meter las narices en el ordenador y en los diseños. Vivir, Carol. Necesitas vivir- hizo una pausa y le lanzó una mirada culpable, - y necesitas sacar a César de tu sistema.

-Te aseguro que César ya no está en mi sistema- contestó vehemente, -en cuanto a lo otro...Bajó la cabeza imperceptiblemente. No tenía ninguna excusa. Su trabajo era exigente. Ser diseñadora de interiores free-lance le permitía ser fiel a su estilo, pero estaba empezando a labrarse un nombre y no podía permitirse el lujo de rechazar proyectos. Y menos cuando procedían de estudios importantes de arquitectura. En cuanto a su ex, podía tener parte de razón, pero el trabajo no había sido más que una excusa. La relación no funcionaba desde hacía meses y ambos lo sabían. Ella misma le habría puesto fin... si hubiera tenido tiempo.

-Venga, vamos a "Agent Provocateur", eso seguro que me anima- terminó por decir, fingiendo entusiasmo en una sonrisa. Laura pareció convencida y juntas caminaron de nuevo por la calle.

Necesitaba un exorcismo de compras absurdas. Así quizás podría sacudirse ese molesto sentimiento de culpa. Culpa por no tener tiempo para su familia, para sus amigos...ni para su pareja.

Laura aplaudió fielmente cada uno de los modelos que se probó, pero cuando Carol sugirió que también se probara alguno, ella se echó a reír y negó con la cabeza.

-Yo no tengo tu presupuesto, querida. Ven, hay un sitio que me encanta un poco más abajo.

La tienda era muy bonita. Exhibía modelos sexys y originales y la etiqueta de los precios no era desorbitada. Laura eligió varios y entró en los vestidores, rechazando enérgicamente el ofrecimiento de ayuda de Carolina.

El hombre fetichistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora