Esta vez se lo tomarían con calma. Tenían tiempo de sobra.
Después de darle muchas vueltas, Carolina cedió por fin a la petición de Miguel a encontrarse a última hora de la tarde.
Sonrió mientras terminaba de maquillarse frente al enorme espejo del lavabo, cargando sus pestañas con máscara negra que hacía resaltar sus ojos verdes. Los golpes de la puerta sonaron con puntualidad británica.Al abrirle, Carolina sonrió con calidez pese al gesto reservado y el saludo algo seco de Miguel.
-He comprado un poco de vino, Riesling, espero que te guste -dijo ella, sirviendo el vino blanco en dos copas. Él asintió, bebiendo un par de sorbos para abandonarla después, estudiando a Carolina en silencio desde la silla de cuero, colocada en la misma posición de la semana anterior.
Ella dejó también la suya sobre la mesa auxiliar junto a la de Miguel y lanzó una mirada rápida a su figura recostada en la silla de cuero. Podía saborear la expectación, la tensión entre ellos podía cortarse con un cuchillo, aunque él se mostrara distante, incluso frio. Carolina sabía que debajo de esa fachada de elegancia contenida se ocultaba un hombre pasional y erótico. Un animal sexual. Cansada del aparente desinterés de Miguel, se acercó a él, desafiante.
-¿Dónde tienes las esposas? -preguntó, ladeando la cabeza en un gesto dulce que suavizó un poco la autoridad de su voz.
Miguel la miró durante un instante, preguntándose en qué momento había perdido el control de la situación. Ahora era ella quien parecía llevar las riendas en todo momento, con la seguridad de quien conoce el poder que tiene sobre el otro. Tenía que reconducir la ventaja hacia él, pero no sabía cómo.
-Están aquí -dijo sin dar mayor explicación, tendiéndole la caja que las contenía.
La visión del metal hizo revivir sensaciones a Carolina. Las dejó colgar entre sus dedos y se acercó lentamente hacia Miguel, que elevó los ojos para estudiar su expresión desafiante. Se sostuvieron las miradas por unos segundos y después, deslizó las esposas por su pecho, por su hombro y rodeando su cuello, provocando que Miguel se tensase al sentir el contacto de al acero frio contra la piel. Carolina escondió la sonrisa tras el velo de su melena mientras aseguraba sus muñecas en la misma posición de la semana anterior.
«Si me tocas, no me defenderé» había dicho Miguel, en aquella negociación que ahora se le antojaba tan lejana. Aprovecharía la prerrogativa. Tras ceñir las abrazaderas sobre sus muñecas, deslizó las yemas de los dedos por las palmas masculinas en un roce casi imperceptible y Miguel se envaró sobre la silla, tensando la cadenilla que unía sus manos. Nuevamente lo tenía a su merced.
-¿Esto es lo que quieres que me ponga? -preguntó, ignorando los ojos oscuros y acusadores. Miguel asintió sin pronunciar palabra. Percibía con claridad el perfume femenino y otros aromas se despertaron en su mente. Se humedeció los labios, pero prefería no delatar la excitación que ya empezaba a palpitar en su entrepierna.
Carolina cogió la primera caja, muy pesada para su tamaño, que resonó con un ruido metálico. Sacó una maraña de cuero y acero que le costó unos segundos desentrañar, pero finalmente, extendió sobre la cama un arnés.
-Esto es... diferente -observó, estirando con curiosidad las tiras negras que no cubrirían su cuerpo en absoluto.
-Lo es -reconoció Miguel-. Espero que no te incomode.
Carolina ignoró el deje algo condescendiente de su voz. Claro que no la incomodaba. La visión del cuero y el acero la excitaba. Se preguntó cómo se verían sobre su piel y cuál sería el tacto, tan diferente de las prendas de lencería.
-Abre la otra caja -sugirió Miguel.
Carolina obedeció y exhaló un murmullo admirado cuando descubrió su contenido. Eran unas botas negras de vinilo, con un afilado tacón de acero y altas hasta medio muslo. Al ver la expresión de infantil anhelo en su rostro, Miguel supo que volvía a tener el control de la situación.
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El hombre fetichista
CasualeCarolina descubre, por pura casualidad, una tienda muy especial, casi clandestina. Mientras contempla la maravillosa oferta de lencería, recibe una proposición muy atrevida. ¿Se atreverá Carolina a llevar a la realidad una fantasía?