Epilogo

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Lo anterior está escrito en la última página del cuaderno.

Así pues, ahí concluye esto que decidimos publicar con el título

de "Diario del Chavo del Ocho". Pero no es (ni debe ser) un final,

ya que, salvo obvias excepciones, los diarios se distinguen

precisamente por eso: por no tener un final. Y las excepciones

suelen ser tristes. Tan tristes, por ejemplo, como el final que va

implícito en el hecho mismo de que un diario anuncie que llega a

su fin...

Pero éste no es, afortunadamente, el caso del Chavo del

Ocho. El Diario termina porque el cuaderno ya no tuvo más

páginas que brindar al incipiente autor; pero es claro que la vida

continúa. Que termina el cotidiano escribir, pero que sigue el

cotidiano acontecer; el diario acumular experiencias que luego

podrían ser narradas en otro cuaderno. (¿Y en otro libro?)

Pero esa vida que continúa, ¿cómo es ahora? ¿Cómo

transcurre?

Hice intentos por averiguado. Regresé muchas veces al

parque; busqué afanosamente; indagué; pregunté; me senté en

la misma banca donde estuve cuando el Chavo del Ocho dio

lustre a mi calzado; el mismo lugar donde él había dejado

abandonado su cuaderno. Pero todo fue en vano.

Y sólo queda un recurso: que llegue a sus manos un

ejemplar de este libro y que, si lo juzga conveniente, se ponga

en contacto conmigo.

Si esto llegara a suceder, no pienses, Chavo, que haré

mal uso de nuestra posible amistad. Yo sólo quiero darte las

gracias. Gracias infinitas por todo lo que me dio ese personaje

incomparable que es El Chavo del Ocho.


El diario del ChavoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora