Capitulo 11

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Un par de minutos después me libera de su abrazo, toma con sus manos mi cara y limpia mis lágrimas con sus pulgares.

—Ya está, ¿de acuerdo? —su tono ha cambiado a uno más suave—. Se acabó el llorar por hoy, que te pones muy fea —me dice sonriendo tiernamente.

—Sí... —digo al mismo tiempo que asiento y muerdo mi labio inferior.

—Siento mucho haberme puesto así —su mirada es sincera—. Pasé muy mal rato pensando que podría pasarte algo. No puedes salir sola con ese loco suelto por ahí, puede hacerte cualquier cosa —vuelve a fruncir el ceño, pensativo, como si estuviera visualizando alguna horrible escena—. Cuando me llamó Manuel vine lo más rápido que pude —cierra los ojos con fuerza—, pero solo podía sentir impotencia al no saber por dónde empezar a buscarte. Madrid es muy grande.

—Yo también pensé que habría pasado algo. Me extrañó verte tan pronto cuando en la nota decías que vendrías por la noche. Pero si tan angustiado estabas, ¿por qué no me llamaste? —le digo extrañada.

—¿Y crees que no lo hice?

Busco el móvil en mi bolso, y cuando lo encuentro me doy cuenta de que está apagado.

—Oh, vaya... he debido quedarme sin batería, anoche pensé en ponerlo a cargar, pero caí rendida en tu sofá —le digo.

—Otro tema que tenemos que hablar, señorita —me dice con una ceja levantada y media sonrisa—. A partir de ahora es muy importante que tu móvil esté siempre cargado y en óptimas condiciones. Nunca sabes cuándo lo vas a necesitar.

—¡Sí señor! —le digo con una mano en la frente al estilo militar. Los dos reímos a carcajadas.

—Vamos a comer algo. ¡Es una orden! —tira de mi brazo y salimos de la habitación entre más risas.

El día dio un giro de 180 grados. Comimos en el restaurante del hotel. Me aconsejó la especialidad de la casa, y le hice caso. Consistía en una enorme y sabrosísima paella de marisco. Solo pude con la mitad del plato, y ya estaba para explotar. No fui capaz ni de pedir postre.

Como hacía buena tarde decidimos salir a pasear por las calles y parques cercanos. Hablamos de nuestras cosas. Descubrí que tenía veintinueve años. Que el hotel lo heredó de su madre, y que por alguna extraña razón no quería hablar de su padre. Solo me dijo que estaba en Alemania. Cada vez que intentaba preguntarle algo sobre su familia se ponía demasiado tenso y me cambiaba hábilmente de tema.

Los días siguientes pasaron casi sin darme cuenta. Por fin pude ir de compras un par de veces, siempre acompañada de Manuel o de Alex, el conductor que nos trajo aquel día del bar. Compré ropa, zapatos y varias cosas más que me hacían falta. No podía recuperar nada de mi anterior apartamento, debido a la situación que vivía.

César y yo nos veíamos poco, pero comíamos y cenábamos juntos en el restaurante del hotel cada vez que su horario laboral lo permitía. Hablábamos de cómo nos había ido el día. Yo apenas tenía cosas nuevas que contarle, aparte de las llamadas y amenazas diarias de Mario, que no cesaban, las visitas de Laura o las conversaciones telefónicas con mis padres para saber cómo estaban. Él me contaba anécdotas de su trabajo, historias divertidas de sus pacientes y las ideas que tenía para reformar una casa que poseía a las afueras de Madrid.

Mis lesiones estaban prácticamente sanadas y la venda de mi brazo ya era historia. Solamente tenía alguna molestia en la costilla, pero César me tranquilizó diciéndome que era totalmente normal, que los golpes en esa zona suelen durar bastante tiempo. Al sentirme mejor mi cuerpo me pedía hacer cosas. Salir por ahí, caminar, correr, hacer cualquier tipo de deporte... En definitiva, algo que me ayudara a quemar la gran cantidad de calorías que estaba almacenando. Debido a la buena vida de estos últimos días, había cogido un par de kilos. Estaba mirando mis nuevas curvas en el espejo cuando el teléfono sonó. Mi querida Laura.

Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA VENTA - EDITORIAL ESENCIA DE GRUPO PLANETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora