Llevamos más de quince minutos en silencio dando vueltas por Madrid. Mis lágrimas parecen no tener fin.
—Nata, cariño, tienes que decidir dónde vamos.
—No lo sé —digo secando mis ojos con la mano—. Creo que unos días con mis padres y hermanos me vendrán bien —llevo meses sin poder ir a visitarles, gracias a Mario—. ¿Podrías dejarme en la estación de autobuses? —ahora que Mario me ha dejado sin coche no me queda más remedio que viajar así.
—No.
—¿No? —la miro extrañada, esperando una explicación.
—¿Te parece si te llevo yo? —me guiña un ojo.
—Pero sabes que está a más de 180 kilómetros de aquí —digo con sorpresa.
—Si salimos ya en dos horas estaremos allí. Voy a pasar por mi apartamento un momento, tengo que recoger unas cosas. Me quedaré contigo un par de días y disfrutaremos como cuando éramos pequeñas. A mí también me hace falta un respiro —una amplia sonrisa se dibuja en su cara.
Cuando éramos pequeñas vivíamos muy cerca la una de la otra, y siempre estábamos juntas. Un año después de venir yo a Madrid, vino ella.
—Pero... ¿y tu trabajo?
—No tengo problema, en la empresa me deben varios días, tomaré dos de ellos.
—¡Genial! —me encanta la idea. Laura sí sabe cómo animarme.
—Además, podremos estar tranquilas. Al estar el pueblo tan alejado de Madrid no creo que Mario vaya por allí —dice animadamente.
Sube la música del reproductor y comienza a moverse al ritmo. Da golpecitos en el volante y en mi hombro para que la siga. Tras varios intentos, lo consigue. Bailamos, cantamos, reímos y el ambiente cambia poco a poco. Siempre que está cerca consigue sacarme de mi nube negra por un buen rato. Mientras viajamos me siento con más fuerza, y le cuento todo lo que ha ocurrido en el hotel con César y Erika. No comenta nada, solo se dedica a escucharme y darme la razón.
Dos horas después, por fin llegamos al pueblo. Laura para cerca de la entrada de la casa de mis padres. No saben que venimos, hemos preferido mantenerlo en secreto para sorprenderles. Mientras llamo al timbre las dos nos reímos, cómplices. Oigo llaves y los pasos de alguien acercándose. La puerta se abre.
—¡Natalia, hija! —mi madre pone las manos sobre su boca, sorprendida—. ¡Hija mía! —rápidamente me abraza y oigo cómo solloza en mi cuello—. Ay, hijita... qué alegría verte.
Mientras la tengo abrazada puedo ver de frente a mi padre venir rápidamente.
—¡No puede ser! —viene diciendo por el pasillo mientras llega hasta nosotras—. ¡Mi niña! ¡Mi niñita! —no espera que suelte a mi madre y nos abraza fuertemente a las dos unidas.
Besos, besos y más besos. Cuando por fin nos soltamos los tres estamos llorando como tontos. Miro a Laura, y está igual de emocionada que nosotros. En ese momento mis padres se dan cuenta de que ella también está allí y la abrazan efusivamente.
—¿Cómo que habéis venido, hija? —dice mi madre limpiándose la nariz con un pañuelo de seda. ¿Y Mario? —mis padres y Mario no tenían buena relación. No les acababa de gustar, aunque siempre respetaron mi decisión de estar con él.
—Hemos pedido unos días en el trabajo, necesitamos aire puro de la sierra —dice Laura sonriendo a mi madre y tratando de salir al paso.
Mi madre me mira. Me conoce tan bien que temo que descubra que algo pasa.
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Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA VENTA - EDITORIAL ESENCIA DE GRUPO PLANETA)
RomanceCuando Mario agrede nuevamente a Natalia la trasladan a un hospital de Madrid con serias heridas. Allí conoce al Doctor Engel, un apuesto y atractivo alemán de madre española dispuesto a ayudarla. Cuando el doctor descubre que se trata de un caso de...