Aunque no lo reconocía, las mañanas luminosas eran desagradables para Rebekah cuando se encontraba con resaca. Intentaba mantener los ojos cerrados y descansar un poco más pero no conciliaba el sueño. Le resultaba irónico que cuando bebía de más solo le bastaba mirar un objeto cómodo para caer dormida, pero ese día, no podía alejar el malestar ni la repugnancia punzante que atravezaba sus ojos. Pero sin duda, era un malestar con el que ya estaba familiarizada.
Se retiró las ligeras sabanas que su madre le había obsequiado en la pasada navidad. Se consideraba regalo porque eran de seda con detalles elegantes y sumamente caras. Se sentó al borde de la espaciosa cama, sujetándose ya que la cabeza aún le daba vueltas. Era la única parte que odiaba de beber, pero no le importaba demasiado. Se colocó el cabello hacia atrás y piso el suelo frió con sus pies descalzos. Posteriormente cerró los ojos un par de veces hasta que por fin recupero la visión normal y se puso de pie con cuidado. Tocó su garganta al sentir unas peculiares nauseas, junto con ese dolor hueco dentro de su cabeza, era como si le hubieran insertado un reflector detrás de los huecos de sus ojos. Permaneció un breve minuto recargada al umbral de su puerta dejando a aquellos mareos marcharse. Y cuando lo hicieron, bajó hacía la cocina, pisando el conjunto de escaleras que la llevaban hacía el primer piso.
Se sorprendió cuando vio sobre una de las encimeras que constituían su cocina una aglomeración de postres. Eran demasiados, cientos quizás miles y estaba segura de que no exageraba. Entonces percibió el aroma de algo que la hizo fruncir la nariz; Comida, por cantidades enormes por igual, eran diversos platillos, de todas las partes del mundo. Divisó la comida italiana y lamentó que no deseara probarla gracias a la resaca que la dominaba. -Maldita sea-
-Rebekah despertaste- Su madre le dío un ligero susto. Se giró para mirarla, que le sonreía afectuosamente -Hace un rato que pasé a tu cuarto, y parecía que dormirías hasta altas horas-. Le sonrió de nuevo y tomó una cuchara del cajón dándole la espalda.- Me nos mal que te has despertado tu misma. Si no lo iba a hacer yo, para que comenzaras a arreglarte-. Articuló melosamente, mientras tomaba un trozo de mousse de chocolate y mostraba una sonrisa placentrea, lo cual le produjo un nauseabundo sabor de boca a Rebekah.
-¿Arreglarme, para qué?- consultó ajena a todo. A los postres, la comida, y ante todo al buen humor de su madre.- ¿Porque hay tanta comida?- Añadió una pregunta más, mientras señalaba las bandejas.
Su madre la miró con delicadeza y dejó la cuchara en el lava platos.
-Para la velada del otoño- Endulzó las palabras peligrosamente, tal como lo hacia Rebekah. Después de todo, era su hija.
Rebekah se mojó mentalmente con un balde enorme de agua helada. Lo había olvidado completamente. Y no se culpaba, la velada generalmente era tediosa y soberbía. Sin embargo, había ocasiones en las cuales en verdad disfrutaba de esta. Y cuando no era así, se fugaba a mitad de la fiesta con Brad para beber en el bar más cercano que pudieran encontrar. Antes se celebraba en la casa de Brad, pero desde hacía ya dos años después de haber remodelado y ampliado la casa de Rebekah se decidió que sería ahí porque habría más espacio para las personas y para el conjunto desmesurado de alimentos y bebidas, junto con la banda que escogían, y, normalmente era una muy costosa.
-Es por eso la comida...- Dijo mas para sí misma que para su madre.
-Si- Respondió ajustando sutilmente su vestido y se coloco un perfecto y rizado mechon de pelo detrás de su oreja. -La velada comienza a las 10 ni más ni menos Rebekah- Le dirigió una mirada fria, pero después de un segundo volvió a ser cálida - Si quieres desayunar puedes tomar un platillo de la bendeja, tengo que organizar unas cosas- Caminó hacia la ancha puerta de cristal de la cocina y se volvió hacia Rebekah- Ah, Vane, por favor llega sobria.
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Mujer de polvora
VampireUna ciudad que se alimenta de las diversiones, los excesos, la tragedia y la frivolidad. Donde creían haberlo visto todo cuando en realidad, era una diminuta parte. Rebekah Vane arroja por la borda su futuro cada día y asegura no conocer el miedo y...