Cuando Rebekah llegó observo por un segundo la antigua casa que muchos años atrás habría sido bastante bonita. No observo muchos detalles ya que trato de entrar en ella lo más rápido posible. Estaba furiosa. Estaba que rabiaba. Sin embargo, Brad lo era todo para ella.
Ya que estaba dentro camino por el rechinante piso, logrando hacer bastante ruido con sus zapatillas rojas.
El entorno estaba ausente de sonido. No sabia si eso era bueno o si era malo pero trato de no preocuparse.
Noah Hizo resonar sus botas propinando una patada a un cofre que había cerca, logrando su objetivo; sacar de sus casillas a Rebekah al instante.
La castaña para entonces estaba furiosa y una larga lista de palabras se le había escapado de sus labios. Nisiquiera sabía que estaba haciendo ahí. Liberó un resoplido y se giró en sus tacones dispuesta a marcharse. Sin embargo, el que ella escapara no formaba parte de los planes de Noah, y claro que él no iba a dejar que sucediera.
―Hola Rebekah.―La gruesa voz resonó por toda la casa logrando que rebekah parara en seco.
Ella no dijo nada, solo dio vuelta a sus tacones y escudriño toda la habitación. Nada. No percibía nada. Solo se encontraba un sillón viejo y un pedazo de madera que parecía haber sido un librero, la otra parte de la habitación se encontraba oscura.
Rebekah se lamió los labios, sabia quien era. Esa voz...
―Tú...
Él no contesto nada.
―Sé quién eres. Eres el chico de las gradas y el de la fiesta de otoño.
De nuevo. El no contesto. Entonces a Rebekah se le reseco la garganta. Sin pensarlo mucho se dio vuelta de nuevo y camino hacia la salida pero entonces se escucho un crujido apenas percibible y una brisa helada choco con la espalda de la castaña.
No supo por qué pero se detuvo. Algo le tomaba los hombros.
―Que valentía. No se si sentirme ofendido porque te marchas y no te he dejado hacerlo.―susurró en su oreja aun tomándola por los hombros, entonces la giro hacia él.
Ambos se miraron detenidamente. Fue entonces que ella pudo ver ese aro negro penetrante y esas iris de un azul impactante. Él en cambio vio esos ojos grandes que entonces se encontraban indescifrables. Noah sonrió y soltó los hombros de ella.
―No te puedes ir sin que yo te lo ordene.
―¿Quién eres?―Dijo entonces Rebekah.
A Noah se le dibujo una sonrisa de medio lado y se acercó a la oreja de ella.
―Eso no te incumbe, Rebekah. Lo importante es que ahora sé quien eres tú.― deslizó cada palabra con suma lentitud tal vez para asustarla o simplemente porque era satisfactorio para él crear aquella intriga para ella.―Y es por ello que no te dejaré ir.
Se separó de ella y se dedicó a mirarla de nuevo. A decifrala por así decirlo. Ella no tenía ninguna expresión en su rostro pero él podía escuchar que su corazón latía algo diferente y que pasaba saliva tal y como lo hacia cuando pensaba.
Ella busco en su bolsa algún artefacto sin dejar de ver a Noah, tratando de que el no se diera cuenta y cuando tomo el saca cejas, ya que era lo único con filo que tenía con sigo lo empuñó y se lo encajo a Noah en el brazo. Él observo el pequeño utensilio en su piel y lo saco como si nada
Rebekah estaba atónita. Aquello no le había causado nada, absolutamente nada. Fue entonces que sintió miedo y lo único que pudo hacer fue mirarlo.
Él la observo luciendo algo divertido y le habló.
―Esto fue muy estupido. ―Sonrió mirándola y comenzó a hacer que su aro girara rápidamente. Segundos después, Rebekah cayó al piso inconsciente.
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Mujer de polvora
VampireUna ciudad que se alimenta de las diversiones, los excesos, la tragedia y la frivolidad. Donde creían haberlo visto todo cuando en realidad, era una diminuta parte. Rebekah Vane arroja por la borda su futuro cada día y asegura no conocer el miedo y...