Entre llantos y gritos de hambre, emitidos por un pequeño bebé, se escucha otra nueva discusión de disgusto, odio y rabia, mientras que la puerta del apartamento chorrea mientas que un señor de unos 30 años termina de abrirla:
-Se supone que usted debería estar dándole de comer - dice ella, limpiándose las manos en el pantalón, típico gesto que hace cuando esta mostrando disgusto, no sólo hacia el, sino también hacia lo que había surgido del amor tan "fuerte" y "excelso" que alguna vez había sentido.
-¿Acabo de llegar del puto trabajo y usted ya se pone a joder con eso? - dice él, mostrando cansancio, rencor y cierto atisbo de superioridad generado al saber (o sólo creer, según la versión de la señora) que él es el sustento de una familia que va en crecimiento.
De pronto, el bebé se calla y se siente cierto grado de tranquilidad y paz en un hogar destruido antes incluso de haber comenzado a ser un hogar. Ninguno de los dos padres parecen preocuparse. En vez de eso, parecen hasta aliviados de que el pobre chamaco se haya callado, por lo cual se dirigen a la habitación con una lentitud insuperable, generando un grado de tensión tan alto que se hubiera haber podido cortar con unas tijeras de punta redonda. No se ven nada sorprendidos al ver que la tía de la señora le esta dando tetero al niño.
Sin agradecerle, el padre se va mientras que se quita la corbata roja, que simplemente no combina con su traje verde, y pone cara de agradecimiento. La madre, en vez de hacer algún gesto para agradecerle a su tía por haberles brindado un momento de descanso, se queda malhumorada y con palabras venenosas en la punta de la lengua.
-No lo debió haber hecho, hoy le tocaba a él -dice la amarga señora,- si sigue así el tipo nunca va a aprender a ser un buen padre.
-Son las seis y media, acaba de llegar del trabajo y se tuvo que aguantar todo el trancón -dice la tía, muy tranquilamente- dejelo descansar un rato que el también es humano y debe de cansarse.
-Estoy casi segura de que el man andaba de putas y por eso se demoró hasta la hora pico, con lo aprovechado que es, es lo único que me puedo imaginar.
-No piense en eso, que eso lástima a la niña que está gestando, y seguro deja con algún recuerdo al niño y esto lo va a dejar acomplejado.
-No hablé vainas tía, que eso es puro cuchichear de vieja solterona. El niño no debe ni entendernos y la niña seguro que ni siquiera sabe que está en camino.
El hombre, quien había llegado a la habitación con su pijama roja con rayas azules, hace ruido como de carraspeo, alarga los brazos y trata de cargar a su hijo.
-Tranquilo mijo, que yo le terminó de dar de comer -dice Marta- más bien vaya a descansar y a pedirle a Erika que le de la cena.
-Pero tía,- dice el con una voz casi que inaudible por emoción que acarrea, generando una sonrisa en la señora mayor y un gesto de odio en la mujer joven (quien nunca entendió por que el señor le decía tía a su tía, y porque su tía lo permitía)- yo quiero cargar a mi hijo por lo menos una hora antes de irme a descansar....
-Mire mijo- dice la señora, alargando los brazos y entregándole al abrazable niño al señor- ahora vayase a cenar que o sino la carne se le sobre sazona y deja de saber tan bueno como ahora.
El señor sale con el niño en su pijama de osito y se va a la cocina, mientras canturrea una vieja canción de Los Beatles. La mujer joven toma una respiración profunda, la suelta y se limita a negar con la cabeza mientras que mira a su tía con una cara que demuestra el gran desacuerdo en el que está con su tutora, primero por no haber dejado que su esposo alimentará al niño, y luego por haberle dado el niño al señor sin su consentimiento.
Sintiendo esa tensión, la experimentada fémina se limita a sonreír, lanzarle un beso a su sobrina e irse detrás del hombre para entregarle el tetero -lo que había causado que los gritos de hambre del niño comenzarán otra vez-.
El niño, sin entender algo que no fuera el tibio tetero tan anhelado o todos los sentimientos que flotaban en el aire, se hacía como que se estaba durmiendo. Y, de hecho, fue creciendo como dijo su tía: con complejos de abandono infantil. Y, el día de hoy, se dedica a escribir su vida en tercera persona para ver si esto lo relaja un poco de todo lo que lleva por dentro.
ESTÁS LEYENDO
Historia de un filósofo empedernido
AcakTodo gran filósofo fue un gran loco para su época; pero para el, su época era la loca. Yo no soy la excepción.