LA HUIDA

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Aún recuerdo la mañana de aquel día, un 25 de enero del 2003. Me levanté más temprano de lo habitual, encendiendo únicamente la lámpara que se encontraba encima del velador junto a mi cama; creo eran ya las 4:30 am, hora que vi en el reloj que se encontraba guindando sobre la pared pintada de un azul pastel, no sabía si esa era la hora realmente, porque de una extraña manera el reloj siempre se adelantaba o retraba con 5 o 10 minutos.


Inmediatamente tome la maleta que había dejado de la cama ya separada en la noche antes de irme a dormir, abrí uno de los cajones del ropero y saqué mis camisas y camisetas favoritas, luego proseguí con los pantalones, aunque recuerdo que únicamente cogí los 3 únicos que estaban en mejor estado; y por últimos los calcetines, ropa interior y algunas cosas de uso personal que tomé del baño y puse inmediatamente debajo de todo el tumulto de ropa.


Luego de ello apagué la lámpara, me dirigí con sigilo hacia la puerta y giré la perilla lo más lento que pude tratando de no emitir sonido alguno, y lo logré. Luego de ello pasé por el corredor que al final conectaba con la sala de la casa, pero algo me hizo detenerme una última vez antes de marcharme, sí, aunque sea de esta manera, tenía que despedirme, tenía que ver sus rostros por última vez.


Y así fue, me dirigí primero al cuarto de mi hermana, Rina, mi pequeña, que aunque ya tenía 14 años, la seguía viendo como mi bebé. La mire dormir tranquila, en paz. Nada podía perturbar su sueño, me era duro tener que hacer las cosas de esta manera, pero al parecer no tenía otra opción. La miré por unos minutos hasta que reaccioné que sino me apresuraba mamá podría despertar en cualquier momento e interrumpir mi huida, así que cerré la puerta del cuarto de Rina, y me apresuré a mirar a mi madre, creía yo, por última vez.


Y la vi, allí acostada, soñando con no sé qué. Seguramente la preocupación al despertar la embargaría de nuevo por las múltiples cuentas por pagar y poco dinero para hacerlo. Ella había dado todo por nosotros, y yo lo sabía.


¡Pero irónicamente no podía entenderlo! ¡Ella era tan voluble, tan cambiante, tan inestable!


Recuerdo que desde que papá nos había abandonó mi madre había dejado de creer en sí misma, de creer en cualquiera. Y no era para menos, pues el hombre que ella había amado, el mismo que le juró amor eterno, se había marchado con una mujer más joven.


Entendía su dolor, y supe cuánto me dolía cuando sentí las lágrimas recorrer por mis mejillas, las ganas que tenía de ir a abrazarla y decirle que la amaba por ser la persona más fuerte del mundo entero que jamás dejaría de querer. Pero hacerlo sería descabellado, ella se opondría a que me marchara. Y peor aún, me....


Prefiero no volver a recordarlo, era lo más doloroso para mí.


Llegué al final del corredor que conectaba con la sala, y tomé la llave que se encontraba oculta debajo en un macetero donde esta cultivada una rosa. Abrí la puerta muy despacio y girando la perilla aún más despacio que en las dos ocasiones anteriores y salí. Era el inicio de mi partida. El inicio de algo nuevo, inhóspito para mí, ya que jamás había salido de casa solo, pero esta vez no tan solo sería la primera vez, sino que esta vez sería yo contra el mundo, ¿O el mundo contra mí? Pensé. Imposible me dije, soy lo suficientemente fuerte para hacerlo- con la única intención de darme un poco de ánimos y no permitirme flaquear ahora, ya no podía hacerlo. Y sabía que era lo mejor para mí.


Caminé presuroso por toda la calle oscura que solo la iluminaban a medias unas lámparas que transmitían una luz intermitente a causa de su deterioro. Caminé por cerca de unos 20 minutos hasta que estuve frente al paradero de buses, al verme allí las piernas empezaron a flaquear, mientras el corazón latía cada vez más rápido, no sabía si a causa del miedo o porque la adrenalina estaba corriendo por mis venas, ¡pero las piernas no dejaban de temblar!


¡Cobarde! me dije a mi mismo. ¿Es lo que querías, no? Entonces qué esperas. Pero mis piernas permanecían inmóviles ante esa situación. Parecía que dentro de mí se estaban lidiando dos batallas, estaban batallando la razón y el corazón. Y yo en el fondo quería que gane la razón, porque siempre en toda decisión pasada ganaba el corazón, y los resultados no eran alentadores.


El silbido del que parecía ser el oficial del autobús me hizo volver en sí.


¿Se va a embarcar joven?, el bus está de salida ya. Yo me quedé en shock, horrorizado, esta era la vez que debía emprender la marcha, sino lo hacía ahora, podría amanecer, mi madre despertaría, se daría cuenta que yo no estaba en mi cama, llamaría a la policía y....


¡NO! No quería eso, quería irme, y era mi oportunidad!


¿Se va a embarcar joven?, preguntó una vez más el oficial, asentí con la cabeza, y mis piernas echaron a correr, lo logré; subí al bus. Seguí de largo y me senté y puse la cortina en la ventana, no quería mirar atrás, no quería que la pena me embargara, ni sentir más lágrimas, esta era mi huida, y a la vez mi más grande oportunidad.

CAMINO A CASADonde viven las historias. Descúbrelo ahora