4. Andrés, el mejor amigo, y el regalo

157 8 2
                                    

¿Alguna vez alguien se ha sentido incapaz de articular palabra en una situación demasiado tonta? Porque yo sí, en ese momento. Y todo por culpa del consolador, había quedado como una completa desesperada delante del sexy vecino. No sabía qué decir ni qué hacer, sólo quedarme quieta como una estatua a esperar a que pasara algo para cortar el momento. Y si pasó. Maica.

Como te adoro, pensé cuando Maica se puso a mi lado.

-Hola-saludó con una sonrisa pervertida, no me hacía falta saber en qué estaba pensando-. ¿Quién eres?

Aunque lo haya preguntado, Maica sabía quién era. No era tan tonta para no adivinarlo. Sabía que le había preguntado con educación, pero había sido un poco directa.

Rosh la miró con una sonrisa que podía calentar incluso la temperatura de la casa. Vale, estaba exagerando. Pero eran las hormonas. O eso esperaba yo. Levantó una mano para estrecharla con la de Maica como presentación.

-Soy Rosh, el vecino de arriba.

-Yo soy Maica, la mejor amiga de tu vecina Peyton. ¿Y qué te trae por aquí?

Yo no hablaba, me sentía avochornada aun con el consolador en la espalda. Sólo quería esconderlo para que no volviera a pasar algo así.

-Yo sólo he venido para ver cómo estabas-esta vez me miró a mí, sentí mis mejillas arder al ver que me sonreía divertido. Tenía claramente que sólo pensaba una cosa: el consolador-. También para decir que cualquier cosa que necesite o tenga que pedir ayuda estoy siempre en el piso de arriba.

-Tomamos nota-habló mi amiga por mí.

Se despidió antes de irse. Cerré la puerta echando un suspiro y miré a Maica con ganas de morirme.

-Ha visto totalmente el consolador en mi mano-dije intentando procesar lo que había pasado hacia un momento-. Seguro que ha pensado mal de mi y se estará riendo en este momento.

-Por Dios, como si hubieras hecho un crimen-puso sus manos en mi hombro en señal de que me tenía que relajarme-. Siete de cada diez mujeres se masturban, cinco de cada diez utilizan estos juguetes-señaló el consolador- y dos de cada diez recomiendan que lo hagamos.

-Te has inventado todo eso.

-Sí, pero lo que quiero decir es que no eres ni serás la única mujer que hace esto.

Caminé hacia mi habitación con Maica detrás de mí. Abrí el cajón de la mesita que tenía al lado de la cama, dejé el consolador dentro y lo cerré rápido. Cada vez que lo veía me sentía avergonzada.

-No pienso utilizarlo-avisé girándome a ver a Maica.

Bufó a la vez que rodaba los ojos.

-Tú por si acaso tenlo guardado por si lo necesitas algún día, si no pues me lo das a mí-me guiñó un ojo con una sonrisa y salió de la habítación.

Amigas. Se las quieren con todas sus maneras de ser.

*****

-Estoy perfectamente bien, mamá-dije una vez más mientras daba vueltas el estofado que estaba haciendo para comer.

Aspiré el aroma del olor cerrando los ojos, no me faltaban las ganas de beberlo directamente de la olla. Con lo que comía eso no era nada. Me olvidé de mi madre que la tenía en el teléfono.

-Peyton, ¿me oyes?-preguntó mi madre, con voz preocupada.

-Sí, sí. Estaba pendiente de la comida, perdón mamá.

Ultimamente mi madre se preocupaba por mí demasiado. Constantemente me llamaba para saber cómo estaba o qué hacía, si necesitaba ayuda o no. Como le prometí a ella y a mi padre, les visitaba cada vez que podía. O sino eran ellos quien me visitaban a mí.

Embarazosamente irresistibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora