Prólogo

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10:34 pm. Seúl, Corea. Enero 16 del presente año.

Se maldijo a sí mismo cuando vio el costoso reloj en su muñeca (regalo de cumpleaños de su madre) marcando tales horas. Definitivamente se había excedido con la charla después de las prácticas deportivas dentro del instituto, y sin pensarlo, las ocho de la noche se habían convertido en más allá de las diez. "Batería insuficiente", decía la pantalla del móvil, sin permitirle hacer ninguna llamada. Ése debía ser su día negro.

Su madre debía estar preocupadísima. El chofer que lo esperaba en el portón cada noche se había ido quizá cuándo; sólo sabía que quedó desamparado en la entrada del colegio, con un verdadero sermón esperándole en casa.

—¡Hasta luego, Do! —miró a su último acompañante subir al primer (y último) taxi que pasó cerca, deseando con cada célula de su cuerpo que no le dejara solo. Tan sólo sonrió y se despidió con la mano—. Nos vemos mañana —escuchó antes del portazo y las llantas hacer fricción contra el pavimento.

Seguro que para Kyungsoo ya no había un mañana. Sus padres, desde luego que lo matarían.

No esperó ningún otro taxi. Apresuradamente, optó por la idea de caminar por el bulevar hasta su casa. Debía atravesar como diez manzanas, pero no quedaba precisamente lejos; si corría, seguro estaría allá a las once y cuarto. Quería llegar lo más pronto posible.

En la cuarta cuadra se detuvo, recargándose sobre sus rodillas. Inhalaba y exhalaba tan fuerte que el vaho blanquecino entre la poca iluminación de aquellas calles, casi hacia una nube frente a su rostro. No era exactamente el tipo de estudiante atlético que podía echarse un maratón, y se notaba.

Volvió a mirar la hora, frustrado. Las once, y no iba ni en la mitad del camino. Podía arrancarse los cabellos de desesperación en ese momento.

—Hey —el llamado de una voz desconocida lo hizo voltear, encontrándose con una figura masculina, bastante sospechosa, acercándosele. No hizo más que una escéptica mirada, más que receloso—. ¿Ese reloj es de verdad?

Al instante, escondió la mano tras la espalda. Descubrió con algo de suspicacia las intenciones del hombre. Estaba en peligro. No debía estar ahí.

—Dámelo y te dejaré ir —negoció, extendiendo la mano con paciencia.

Pero Kyungsoo no estaba dispuesto a negociar. Ese reloj era un regalo. Un regalo de su madre, que con tanta ilusión había escogido para él; y aunque comprarlo no fue ningún esfuerzo, no pensaba dárselo a un muerto de hambre.

—No —retrocedió, de forma simultánea al avance del desconocido—. No te lo voy a dar, es mío.

—Estoy haciendo un trato que va más a tu favor... —y sin esperarlo, el reluciente filo de una navaja se presentó en la diestra del hombre. El cuerpo entero de Kyungsoo tembló violentamente—. ¿Cuántos quilates vale tu vida, eh?

Y echó a correr. Sus piernas reaccionaron por sí solas al ver el tremendo filo amenazando. Corrió, a una velocidad imposible; seguro que si sus compañeros de atletismo le hubieran pillado, no habrían dudado en reclutarlo para el equipo. El aire frío chocaba contra su rostro y le entumecía los músculos faciales, pero poco le importaba. El miedo era superior a cualquier cosa existente en ese instante.

—¡Detente ahí! —oyó, pero hizo caso omiso. Incluso, aceleró más, si cabía.

Sin embargo, el asaltante debía tener "experiencia" corriendo, y una condición mucho mejor que la suya, porque no le costó alcanzarlo en un par de segundos. Cuando le cogió por el brazo, su vida entera se proyectó en imágenes... y algunas eran bastante ridículas, para peor.

—¡Suéltame! —forcejeó, pero fue inútil. Lo tenía bien sujeto—. ¡Aux--...!

Completó la palabra con un gemido ensordecedor. El escozor era indescriptible. Su abdomen estaba en llamas, y su cuerpo empezaba a hormiguear y a sentirse pesado. Empeoró cuando la hoja metálica salió, después de perforar en él. Cayó de rodillas sobre el asfalto, agarrando el lado herido de su vientre como si la vida se fuera en ello... ¡Porque así mismo era! Su palma quedó completamente ensangrentada, y por su esófago corría el mismo líquido carmesí, que sus fauces expulsaron en cuestión de segundos.

Pronto su cabeza rebotó contra el piso, debido al golpe propinado con la suela de su bastante roto zapato [del desconocido]. El impacto fue doloroso, pero no lo suficientemente fuerte para dejarlo inconsciente. Empero, con la pérdida de sangre, no tardaría en suceder.

Ya ni siquiera tenía fuerzas para hablar, menos para defenderse.

El hombre lo despojó de su reloj, anillos y móvil. Lo escuchó rebusconear en su mochila, sacando quizá su cartera, con todas sus tarjetas de crédito. Le quitó las zapatillas deportivas cuando ya había hurtado todas las cosas de elevado valor, y acabó por huir. Le dejó tirado en la calle, con una profunda herida que drenaría toda su sangre en menos del cuarto de hora.

Su último (aunque embotado) recuerdo de aquella noche describe a un hombre, también desconocido, subiéndolo a su coche, repitiendo a cada minuto: "Ya casi llegamos" y "Estarás bien". Lo había encontrado en la vía, y había decidido llevarlo al hospital por caridad humana, siendo lo más probable.

Perdió la consciencia en el momento que su cuerpo fue recostado en la camilla. 



Ángel Custodio | καιsοο Donde viven las historias. Descúbrelo ahora