Capítulo 3. Mentiras piadosas.

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—¿Qué?



Logré preguntar, después de mi ridículo ataque de tos. Parte de mi refresco se había ido, seguro, por uno de los bronquios. JongIn se rió en silencio, pasándome una servilleta de papel para limpiarme la boca... O tal vez para cubrir mi vergüenza. No estaba seguro.

Nos habíamos bajado a comer en un establecimiento de hamburguesas, y aunque duramos más tiempo peleando por quién pagaría que en escoger (él quería hacerlo, y yo también), acabé ganando. Le dije que si no me dejaba invitar, le contaría a papá que me sacó de la escuela. ¿No soy el más listo?



—¿Qué de qué? —se hizo el idiota, fingiendo curiosidad.

—¿En serio tienes veintiocho años? Juraría que acabas de pasar los veinte —entorné la mirada, buscando en sus ojos algún signo que lo delatara. Me estaba tomando el pelo, porque sabía reconocer a una jodida persona de veintiocho años, y éste no los tenía para mí—. ¿Estás jugando?

—¿Quieres ver mi identificación? —me desafió, y en respuesta alcé la barbilla.



Se levantó parcialmente para sacar la billetera de su bolsillo trasero. No llevaba mucho dinero en ella (soy un maldito mirón, qué decir), pero sí una innumerable cantidad de fotos en los compartimentos. Tal vez eso le daba la apariencia de estar llena.

De entre tantas ranuras, sacó la licencia de conducir y la deslizó por la mesa. Yo hice lo que quedaba de mi comida a un lado, y la tomé. Escaneé en todo el plástico hasta encontrar la fecha de nacimiento: "AAAA/01/14". Efectivamente, acababa de cumplir veintiocho.



—¡Oh! —sonreí, como un tonto emocionado—. Mira, sólo cumples dos días después de mí. Casi pudiste ser genial. Casi —él rió.

—Sí, supongo que ser cuarenta y ocho horas menos genial es para deprimirse.



Le devolví la tarjeta, reemplazándola por mi refresco. Al llegar, la primera mitad de hora estuvimos muy callados. Era todo tan incómodo, que llegué a pensar en sugerirle que nos fuéramos a casa, o de vuelta al colegio; JongIn rompió el hielo cuando salpicó ketchup en su camisa blanca al explotar accidentalmente una de las bolsitas. Me reí como una hiena, porque incluso le había caído en el ojo. Después me preocupé porque no podía abrirlo durante un minuto y medio, pero pareció mejorar rápido.

Luego de eso, comenzamos a charlar, y vinieron las preguntas de todo tipo. Reímos, contamos anécdotas, hablamos de raras mañas que teníamos... Me sentía, en ese preciso momento, muy bien con su compañía. No era el tipo más "en onda" del mundo, pero era encan--... Es decir, era buen hombre.

También acordamos que dentro del instituto no mantendríamos contacto, y él debía evitar mencionar que era mi guardián a quien sea. Que yo fingiría no conocerlo, ni él a mí. Quedé muy satisfecho con su facilidad para aceptar, sin pedir explicaciones.



—Cielos, van a ser las tres —dijo, con la vista en la pantalla de su móvil.



... ¿Pero qué jodidos? ¿En qué momento se había hecho esa hora? Salimos del instituto a las once. No era posible que lleváramos casi cuatro horas ahí. ¡Si yo aún no terminaba mi hamburguesa! Imposible que hubiera perdido tanto tiempo hablando.



—Está bien... Podemos llegar un poco tarde a casa —intenté restar importancia a la preocupación de JongIn, pero él no se quedó tranquilo. Aunque no me lo dijo, sabía que estaba nervioso, y no quería llevarse un regaño de papá a poco tiempo de ser contratado—. Dale, volvamos. ¡Justo cuando comenzabas a ser menos odioso! —intenté chantajear. JongIn se levantó primero.

Ángel Custodio | καιsοο Donde viven las historias. Descúbrelo ahora