Quizá mi manera de expresar lo que siento es acabándome. Siempre acabo desangrándome con mis palabras y mis ganas de escapar lejos con mis putos miedos recorriendo cada lugar recóndito de mi mente. He acabado siendo mi propia soga. Yo soy la misma que sube a una silla, mira a la cuerda con doscientos nudos en la garganta, la coloca con sigilo alrededor del cuello y, sin esperar a contar hasta tres, salta al vacío resquebrajando cada cuerda vocal sin vida. Nadie sabe cuántas veces he plasmado en gritos todo lo que en realidad quería tragarme y olvidar.
Nadie lo sabe.
Nadie se hace una jodida idea.
Y eso es lo que más mata.