Querer odiar.

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Esperanza caminaba por la orilla del río. Luego de todo el jaleo que el descubrimiento de su enfermedad, más el hecho de que Jorge se enteró también de la verdad, las cosas volvieron a ponerse tensas. Al ver su vida ya fuera de un peligro tan inminente, recién luego de unos días después de la operación, le dieron el alta. Pero todo lo que pasó no significó que su enojo hacia su madre biológica y el cura desapareciera (a pesar de que ninguno se movió de su lado en el transcurso del tratamiento). Ambos aceptaron perfectamente su decisión en mantenerse alejada de ellos, y en los días después de que saliera del hospital no los vio ni una sola vez.

Luego de esos días, ya sintiéndose con más fuerzas, decidió salir a caminar, a respirar aire algo más fresco, a despejarse un poco las ideas, a distraerse, y el único sitio que se le ocurrió -a pesar de los recuerdos que tenía ahí con una de las personas a quienes no quería recordar- fue ahí. Caminó durante un rato, intentando mantener sus pensamientos sobre el lugar al margen, hasta que algo perturbó su atención. Una persona se encontraba ahí, y sin saber cómo ni por qué, ya que no podía verle ni la ropa que vestía, supo que era Tomás. El primer reflejo que la asaltó fue salir de ahí, pero casi sin pensarlo se acercó unos pasos más a él para poder observarlo mejor; el cura estaba sentado en el césped, prácticamente aovillado, con los brazos rodeando sus rodillas flexionadas y el rostro escondido entre ellas. De una de sus manos hechas un puño sobresalían el alzacuellos blanco y la cruz que solía traer colgada al cuello. La chica quiso correr, irse antes de que él reparara en su presencia, todo su orgullo y enojo le ordenaba a gritos que lo hiciera. Pero su corazón, estrujándose al ver el cuerpo del hombre dar pequeñas sacudidas, y oír los sollozos que soltaba, no se lo permitió.

-Tomás -lo llamó, con la voz más fría que pudo.

Él levantó la cabeza de golpe, y su expresión adolorida, sus ojos rojos y su cara empapada volvió a romperle el corazón a Esperanza.

-Esperanza... -exclamó él, y de un salto se puso de pie, soltando los objetos que traía en la mano haciendo que cayeran al piso sin cuidado, y corrió hacia ella para rodearla con fuerza con sus brazos. La chica se quedó quieta, tomando la voluntad suficiente para no devolverle el abrazo.

Tomás se separó de ella luego de unos segundos, y le recorrió la cara con las manos -así como con los ojos-, no como gesto de caricia, sino como asegurándose de que seguía en una sola pieza.

-¿Cómo estás? -preguntó, y luego dejó caer las manos a los costados, notando la expresión de ella- ¿Qué hacés acá? Deberías estar en cama.

-Estoy mejor. Ya no es necesario que esté en cama.

Él la miró durante unos segundos, y luego suspiró, pasándose una mano por el rostro como con frustración.

-No sabés lo preocupado que estaba. No verte vos estando mal... No sabía cómo estabas, cómo te sentías, no te podía ver, yo... si a vos te pasa algo... -volvió a suspirar-. Lo único que me hacía no ir y verte era saber que a vos eso no te iba a hacer bien.

-Claro que no me hace bien. Vos...

-¿Nunca me vas a dejar explicarte nada?

-¿Explicarme qué? ¿Que no me dijiste esto, sabiendo lo que significaba para mí, por una pelotudez de secreto de confesión?

-Si me dejás...

-¡No, no te dejo nada!

La voz se le rompió, y las lágrimas que creía ya haber agotado volvieron a acumularse en sus ojos. Se dio la vuelta, queriendo ahora sí salir corriendo, pero Tomás la agarró del brazo antes de que pudiera dar siquiera un paso. Toda la escena se transformó en un dejavú. Él no esperó ni medio segundo antes de atacar los labios de la chica con los suyos, y ella no pareció recordar demasiado el enojo y la frustración que sentía al responderle el beso de la misma forma. Sus labios, perfectamente encajados, se movían de forma desesperada, la lengua de ella buscó la de él de la misma manera, mientras su cerebro se quedaba en blanco, no recordando ni prestando atención a nada que no fueran los labios de Tomás. A ninguno le importaba nada que no fuera del sabor del otro. Le echó las manos al cuello, y sus manos se hundieron en su pelo, mientras las de él la apretaban lo más posible contra su propio cuerpo, como si temiera que ella fuera a escaparse, lo que sería perfectamente razonable. Pareció que su miedo se hacía realidad cuando la chica le dio un brutal empujón, haciéndole dar un traspié y separarse de ella. La miró, miró su expresión furiosa durante unos segundos, preparándose para el rechazo mientras ambos intentaban recuperar la respiración. Pero para lo que no estaba preparado fue para sentir el ardor que le provocó que la pequeña mano de Esperanza se estrellara con ira contra su cara. Cerró los ojos durante unos segundos, medio aturdido, pero volvió a abrirlos para mirarla.

-¿Qué querés lograr? ¿Te pensás que besándome vas a lograr que te perdone?

Tomás casi esperó sentir otra cachetada, pero en vez de eso, sintió los labios de Esperanza de nuevo sobre los suyos. Volvieron a besarse, desesperadamente, mientras se envolvían en un círculo de enojo, lenguas y pasión, y estuvieron así quién sabe cuánto tiempo, separándose durante milésimas de segundo para tomar aire y seguir chapando, sus propias manos recorriendo completamente el cuerpo del otro. Esperanza atrapó el labio inferior del cura entre sus dientes, presionándolo con fuerza, casi como una forma de desquitarse, y a él no pareció molestarle demasiado. El momento parecía nunca terminar, y eso es algo que a ambos les hubiese encantado, pero finalmente él cortó el momento al sentir sus manos acariciar las mejillas húmedas de la chica.

-¿Por qué? -preguntó Esperanza, con la voz quebrada- ¿Por qué me hacés esto? ¿Por qué no me dejás odiarte, por qué?

Él la abrazó. Y se sintió aliviado cuando ella no se alejó.

-Quiero odiarte -lloraba ella.

-Odiame, entonces. Hacelo. Me lo merezco.

-No. No puedo. Me hacés mal, Tomás, me hace mal estar cerca de vos... Pero estar lejos me hace peor.

Ella le rodeó la cintura con los brazos al tiempo que hundía la cara en su pecho, empapándole toda la ropa, mientras él le acariciaba tiernamente el pelo. A pesar del enojo, a pesar de la mentira, no había cosa que Esperanza quisiera más desde que pasó todo que estar entre los brazos de Tomás.

-Sos un... -comenzó a decir, pero no encontró la palabra correcta. Él se separó para mirarla, pero ella se arrimó más contra su cuerpo-. No. No me soltés. Por favor.

-Nunca.

Cortos TomanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora