Secuestro, última parte: El rescate.

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Nicolás sonrió, satisfecho, y le quitó a Esperanza el teléfono.

-Muy bien, muy bien -alabó, asintiendo-. Aparte de ser linda y cantar bien, sos buena actriz, cada vez me das más razones para querer hacerte mía.

Esperanza bajó la vista, y soltó un sollozo, al tiempo que las lágrimas comenzaban a deslizarse por su cara.

-No, no, no llorés, mi amor -le dijo él, secándole las mejillas casi con dulzura-. No tenés que seguir sufriendo por él, chiquita, ahora tenés que preocuparte por nosotros.

Ella se sacudió bruscamente, haciendo que la mano del ex falso seminarista cayera hacia un costado.

-Vos no entendés nada, Nicolás. No hay un nosotros. Yo no te amo.

-Vas a tener que empezar a amarme entonces, porque de acá no vas a salir. Y tengo una buena idea de cómo empezar a acostumbrarte.

Se acercó a ella con lentitud, aún sosteniéndole con demasiada fuerza las muñecas. Le recorrió el cuello con los labios, estremeciéndola no de manera agradable, y subió hasta llegar a la comisura de la boca, mientras ella se revolvía y gritaba.

-¡Basta! ¡Soltame! ¡No me toques!

-¡Quedate quieta!

El hombre la sostuvo con fuerza por el pelo, haciéndole soltar un gemido de dolor y echar la cabeza para atrás, dejándole el paso libre para seguir besándola. Luego de unos minutos de intentar liberarse, dejó de forcejear, entendiendo que eso solo le causaría más dolor, y se limitó a rogarle entre lágrimas que la dejara en paz. Lo que ninguno advirtió fue el sonido de la puerta principal siendo golpeada, no simplemente como una manera de que alguien fuera a abrir, sino que con todas las intenciones de abrirla a la fuerza, ya fuera rompiendo el seguro o directamente echándola abajo. Luego de un par de intentos fallidos, sin saber cómo ni de dónde sacó la fuerza necesaria para hacerlo, Tomás logró que la puerta se abriera. Entró a la casa, desesperado, y su desesperación aumentó al escuchar los gritos desesperados de su amada. Siguió el sonido de su voz, el corazón rompiéndosele y su rabia aumentando con cada grito, hasta dar con una puerta semiabierta de donde provenían. No pudo evitar llamarla, y cuando bajó las escaleras sintió cómo el peso del mundo caía sobre sus hombros y una ira inimaginable se apoderaba de él. Nicolás tenía a Esperanza apretada contra sí, con una mano sujetándole las muñecas tras la espalda y con la mano libre sosteniendo un arma que apuntaba a la cabeza de la chica. Lo primero que notó fue que la parte superior del vestido de la chica estaba prácticamente roto, desprendido totalmente de su lugar, dejando a la vista su corpiño. Lo segundo fueron los paneles con imágenes suyas repartidas por la habitación.

-Vos te movés -amenazó Nicolás- y yo le meto una bala en la cabeza.

Tomás sentía cómo su cuerpo se sacudía, temblando en parte por la ira y la adrenalina que estaba experimentando y en parte por el terror que sentía al ver a Esperanza en esa situación. Quiso arriesgarse, lanzarse sobre el hombre y arrebatársela de los brazos, pero no podía correr el riesgo de que él le hiciera algo.

-¿Qué querés? -preguntó, en voz baja- ¿Qué buscás?

-Venganza. Justicia. Como quieras llamarlo.

-¿Contra quién? ¿Contra ella?

-Contra vos.

-¿Y yo qué te hice?

-Vos... tu padre... ustedes mataron a mi papá.

-¿De qué hablás?

-¡Tu viejo dejó a mi papá en la calle, lo llevó hacia un hoyo profundo del que no pudo salir! ¡Ustedes hicieron que se matara!

Cortos TomanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora