Secuestro, parte dos: La llamada.

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Tomás caminaba de un lado a otro de la sacristía, con el teléfono ya casi como una extensión de su cuerpo. Mil veces la había llamado, y las mil veces le había mandado al buzón de voz. Pero era eso precisamente lo que lo tenía tan neurótico, sino que el desagradable presentimiento que le oprimía el pecho, apenas dejándolo respirar.

-Por favor, Esperanza, contestame, por Dios -susurraba, al borde de la crisis nerviosa, volviendo a presionar la opción de llamada.

Unos golpes en la puerta lo interrumpen.

-¿Se puede, padre? -preguntó Clara, asomándose por la puerta.

-¡Clara! -exclamó él, soltando el teléfono y acercándose para abrir la puerta- ¿Esperanza?

-¿Qué pasó con Esperanza?

-¿Sabés dónde está?

-No, no la he visto. Salió hace unas horas.

-Estoy preocupado. No me contesta el teléfono.

-No... no sé. ¿Usted cree que le puede haber pasado algo?

-Dios quiera que no.

-Voy... voy a preguntarle a... a la madre superiora, a ver si ella sabe algo.

-Sí, andá.

Clara salió, y él continuó con su tarea. Con cada llamada que ella no contestaba, la presión en el pecho le aumentaba. Así pasaron un par de horas, en las que ninguno supo dónde se había metido Esperanza. Tanta era su desesperación que llamó a Jorge, y este mandó prácticamente a medio cuartel a buscar a su hija. Se encontraban Tomás, Clara y él en la entrada del convento, a punto de salir por su propia cuenta a recorrer cada parte de la ciudad si fuera necesario, cuando Nieves hizo presencia en el lugar, descolocada al ver a todos tan histéricos.

-¿Qué les pasa a todos? -preguntó, frunciendo el ceño.

-Pasa que... Esperanza... no aparece -responde Clara, casi tartamudeando debido al nerviosismo.

-¿Espi? Pero si Espi me dijo que iba a ce...

La novicia cerró la boca de pronto al reparar en la presencia del obispo ahí.

-¿Iba a qué, Nieves? -insistió Jorge.

-No, nada, me acordé que no yo tampoco sé dónde está.

-¡Nieves, hablá! -casi gritó Tomás.

-Me dijo que iba a cenar... con Nicolás.

Tomás se tensó. Además del constante sabor amargo que se le producía en la boca cuando escuchaba el nombre del ex seminarista, había algo más. No eran simplemente celos, era el escalofrío que lo recorrió, el miedo que le formó un nudo en la garganta, y la sensación helada que se le clavó en el corazón, lo que lo hizo sacar su teléfono con brusquedad y marcar el número de Nicolás. Escuchó la voz al otro lado de la línea al segundo pitido.

-¡Tomás! -exclamó el hombre, casi con felicidad- ¿A qué debo esta grata llamada?

-¿Dónde está Esperanza? -soltó Tomás, iracundo.

-¿Se te volvió a escapar? Qué mal, monseñor, pero por algo será que la chica se va ¿no?

-No estoy jugando, Nicolás, ¿dónde está?

El hombre en el teléfono soltó una carcajada de diversión pura.

-Está acá. Conmigo. ¿Querés hablar con ella?

-No, quiero que me digas dónde está.

Nicolás chasqueó la lengua.

-Me temo que eso no va a ser posible, monseñor Ortíz.

Cortos TomanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora