Recuerdos.

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Se besaban. Tomás sentía gustoso los labios de Esperanza sobre los suyos, moviéndose a un ritmo lento, mientras sus manos le acariciaba la nuca y se aferraban con fuerza a sus hombros. Él la agarraba por la cintura con suavidad. Se encontraban afuera de la cabaña, la cabaña en donde habían al fin concretado lo que sentían. La cabaña donde hicieron el amor. Pero de pronto, justo después de que la muchacha susurrara un sentido "te amo", él reaccionó. Abrió los ojos de pronto, y le dio a la chica un empujón, separándolos, haciéndola dar un traspié y quedar a varios metros suyos, con los ojos bien abiertos por la sorpresa.

-¿Qué hacés? -gritó él, con furia.

-Vos...

-¿Por qué hacés esto, Esperanza? ¿Por qué no podés respetarme? ¡Soy cura!

Ella bajó su vista hacia el alzacuellos blanco que se encontraba en la camisa, apenas pudiendo verlo gracias a las lágrimas que inundaban sus ojos.

-Siempre es lo mismo -susurró, con la voz rota, y echó a correr, apartándose de él.

Tomás la miró fijamente mientras ella se perdía entre los árboles, y dos segundos después se incorporó, sobresaltado. Parpadeó un par de veces, y luego miró a su alrededor; lo primero que captó su atención fue el leve resplandor de la chimenea, cuyas brasas ya estaban a punto de apagarse completamente. Lo segundo, fue Esperanza, que dormía profundamente a su lado, con el torso completamente desnudo. Alargó la mano para rozar su hombro, algo aturdido, y sintió la suave piel de la chica algo fría. Suspiró profundamente, y levantó la sábana que los había estado cubriendo para cubrirla a la altura del cuello; luego, se levantó, vestido simplemente con sus bóxers, y salió de la cabaña. Se apoyó contra la fachada de la casa, cerrando los ojos con fuerza, mientras miles de recuerdos inundaban su mente. Imágenes de él frente a muchas personas, detrás de un altar de iglesia, vestido con una túnica blanca acechaban su cabeza. Recuerdos en cientos de lugares y personas que recién ahora lograba reconocer, predominando en ellos sus experiencia de años siendo cura. Una lágrima resbaló por su mejilla. Seguían habiendo lagunas en su mente, cosas sin sentido que no lograba entender, pero bastaba rescatar solo dos ideas para que la cabeza le doliese: era cura. Era un cura que se había enamorado de una mujer.

-¿Tomás? -oyó una voz desde el interior de la casa, una voz suave, ronca y adormilada.

Él pasó una mano por su mejilla, secándose las lágrimas, y se dio la vuelta justo en el momento en que Esperanza salió de la cabaña, con su cuerpo envuelto por completo con la manta que antes la cubría.

-Ay, estás acá -suspiró, claramente aliviada-. Pensé que te habías ido.

Él la quedó mirando, y la voz quebrada de ella hizo que imágenes nuevas asaltaran su cabeza. Eran cientos, miles, y en todas aparecía el rostro de la chica. Miradas, lágrimas, abrazos, palabras, caricias. Y besos. Imágenes de ellos sonriéndose, abrazándose, consolándose, mirándose profundamente a los ojos. A pesar incluso de los recuerdos tristes, en las situaciones de sufrimiento, donde lo prohibido de su amor les causaba dolor, que todos esos momentos junto a ella regresaran con claridad a su mente lo llenó de alegría. Y de repente, se dio cuenta de que nunca tuvo las ideas más claras que cuando tenía la mente completamente nublada.

-¿Por qué me habría ido? -preguntó, alargando la mano para acariciar la mejilla de Esperanza.

-No sé. Por ahí... te arrepentiste.

-No, mi amor. No me me arrepiento ni me voy a arrepentir de nada.

-¿Y qué hacés acá?

-Yo... tuve una pesadilla.

-Contame -pidió ella, rodeándole el cuello con los brazos y poniéndose de puntitas para chocar su frente con la de él.

Él sacudió la cabeza, mientras inclinaba la cabeza para rozar la mejilla de Esperanza con los labios.

-Pavadas -respondió, mientras descendía hasta llegar a su cuello. Dejó un par de besos ahí, sintiendo el cuerpo de la chica estremecerse.

Apartó levemente la manta que cubría el cuerpo de su amada para poder tomarla por la cintura, las manos rozando directamente su piel.

-Volvamos a la cama, mi amor -murmuró, acariciando su cuerpo desnudo sin discreción.

Ella asintió, con la respiración entrecortada, y le tomó el rostro para besarlo. Tomás le respondió con ganas, y luego de unos segundos la alzó entre sus brazos sin dejar de besarla para volver al interior de la casa, donde una vez más, volvieron a hacerse uno.

Cortos TomanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora