Parte 2

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-Recordad las reglas, un único disparo en cada turno. No hay vuelta atrás. Si uno de los dos decide rendirse, su rival podrá dispararos hasta la muerte.

Y si decidimos usar nuestro turno para atacar al contrario, al presentador, o a cualquiera de los presentes en el plató, varios policías acabarán con nuestras vidas en cuestión de segundos. Están apuntándonos detrás de las cámaras, formando la realidad invisible de la televisión.

-Pero antes de empezar el show, veamos las votaciones de nuestros telespectadores.

Esto supera cualquier ficción.

-Queda muy poco para que se cierren las apuestas.

No solamente íbamos a jugarnos nuestras vidas, sino que la gente podría ganar dinero a nuestra costa.

-Podéis verlas todas a través de la aplicación del programa, de nuestra web, o bien llamando al teléfono que aparece en pantalla.

Definitivamente la sociedad ha perdido el norte.

-Las posibiliades son múltiples.

¿Para qué salir de este entuerto?

-Nombre del ganador.

¿Para respirar el mismo aire que estos hijos de puta?

-Nombre del perdedor.

¿Para ser señalado y condenado por vivir a mi manera, encerrado en una cárcel sin barrotes?

-Turno en el que se decide el duelo.

¿Para formar parte de esta civilización que permite que dos individuos acaben con sus sueños y esperanzas, con sus vidas, por simple placer?

-Podréis apostar todo el dinero que deseéis. Eso sí, las apuestas se cerrarán antes de cada turno, durante la publicidad.

A cada segundo que pasa mi deseo de ser libre se diluye entre la miseria de la que son testigos todos mis sentidos.

-¡Cerramos apuestas! Volvemos en treinta segundos. No se muevan de sus asientos.

Un chisqueo de dedos del regidor nos lleva a publicidad.

-No quiero gilipolleces, ¿entendido? ¡Tú! -le grita a mi rival-. Mira de frente, la cámara te estará observando. Un tiro rápido y nada más. Acordaros que no podéis hablar. No voy a dejar que esto se convierta en un drama. ¡Esto es un espectáculo!

¿No quieres drama? Tranquilo. Nadie se preocupa por dos tipos como nosotros. Dejamos de ser personas mucho antes de entrar en nuestras celdas. Tenemos un estigma que nadie nos podrá quitar. Somos enemigos. No somos nada.

El cabrón trajeado sigue escupiendo sandeces por la boca. Deseo que todo acabe ya. Los aplausos y los gritos del público me están enloqueciendo. Mi compañero está sereno, frío, tieso. Apoya el revólver en la sien. Su rostro cambia al instante, transformándose en un enjambre de arrugas que reflejan la más atroz de las locuras. Sonríe. La sangre inunda sus ojos.

Mierda...

-¡Increíble! ¡Primer disparo y primer fallo! ¡Este hombre está en su día de suerte! ¿Hasta cuándo le acompañará? ¿Será el vencedor? ¡Apostad! ¡Enviad fotos! ¡Comentad!

Se vuelve a dar paso a la publicidad. Es mi turno. Todo o nada.

Los ensordecedores gritos del público se apagan en mi cabeza. Se alejan. Solo se escucha el sonido del mar. Las olas acariciando la playa. Mi corazón comienza a bombear con tanta intensidad que mis propios latidos me taladran el sentido. Ya no estoy en una playa, sino en un barco en el medio del océano, en una tormenta, a punto de naufragar. Mi vista se nubla al contactar mi sien con el frío cañón de acero. No estoy en el plató. Estoy flotando de nuevo en la orilla, disfrutando del vaivén de las olas.

Una fuerza ajena a mi ser se dirige a mi dedo índice. Dudo un instante. Lucho contra ella. No quiero disparar. Pero es más fuerte y, con una rabia desmesurada, aprieto el gatillo.

-¡Dos disparos y los contrincantes aún siguen con vida!

Suspiro aliviado al escuchar el clic.

-¡La cosa está que arde!

Había vencido a mi miedo.

-¡Tengo los pelos de punta con lo que está pasando!

Había vencido a la muerte.

Por ahora.


Seis disparosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora