Capítulo 7 El Azulejo Siempre Regresa Al Nido

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—¡Es justo por aquí, señor! Frente a esa casa. —instruyó Stephen Hudson al taxi donde venía. Era la tarde del domingo. El cielo tenía un lindo color azul, el árbol de la entrada de su casa estaba como siempre, la antigua casa de Helena estaba a lado de la suya y la de Alice, frente a la de los Crabbs, hace poco el sr. Hudson le había dicho a Stephen que los Crabbs habían vendido la casa y él no sabía cómo responder, estaban pasando cosas muy extrañas que ya nada le parecía fuera de lo común. Pero no se podía sacar eso de la cabeza, la noticia era como un balde de agua fría, ¿será posible que los Crabbs hayan perdido las esperanzas de encontrar a Helena? Pues parecía muy obvio.

Stephen había tomado un taxi devuelta de la estación de trenes de Crowfield. Tuvo un largo recorrido desde Lakewood (el lugar donde estuvo viviendo cuando salió de Crowfield) a su lugar de origen. El padre de Stephen, Leonard Hudson, que era Policía de Crowfield —o la C.P.D— como lo lograban llamar lo envió a esa ciudad desde antes de que terminara las clases de 8vo grado hasta el día de hoy, porque así podría solucionar un problema. Stephen estaba sumamente maravillado de haber vuelto, y algo nervioso pues no sabía nada de lo que había sucedido después que se fue, o si ya darían con el paradero de Helena, o que les pasó a sus amigos... Ex amigos.

Sólo alguna que otra cosa que su padre le decía.

—Estoy en casa. —se dijo así mismo. Caminó por la escalera y abrió la puerta principal. Observó todo desde adentro: el sofá en el living, aquel jarrón de la esquina, el closet, la cocina, el refrigerador el cual tenía muchos imanes. Corrió rápidamente por la escalera hasta su cuarto y giró la perilla para abrirla pero un sonido se escuchó a lo lejos del pasillo.

— ¿¡hola!? —llamó, pero no hubo respuesta.

Caminó lentamente hasta llegar a un cuarto que estaba cerrado hace mucho y colocó la oreja en la puerta. La cerradura estaba casi oxidada y la puerta tenía bisagras ya gastadas y con telarañas, con candados cruzados en forma de X. Tocó la madera de la puerta para asegurarse, algo extrañamente conocido tenía esa puerta, algo que ahora no podría recordar a lo mejor seguía sumido en algún calmante o algo así.

Su padre le decía desde pequeño que esa casa parecía estar embrujada, Stephen le había creído pero al crecer se había dado cuenta de que eran sólo cosas tontas que el Sr. Hudson le decía para que se asustara. Caminó hacia la venta y vio a alguien en la casa de los Thompson. Era Alice, tomó el periódico del porche de su casa. Stephen la miro desde las persianas, ella no había cambiado casi nada, seguía siendo la misma solo que un poco más alta y vestida de una forma distinta a la que solía vestirse antes.

El recordaba los tiempos en los que se la que pasaba con sus amigos en la casa de los Crabbs y de cómo después de la desaparición de Helena, todos comenzaron a ir en caminos separados: Ian y Stephen, que eran muy amigos, no se volvieron a hablar. Después de eso, Stephen comenzó a estar solo... Como lo estuvo antes.

Su padre, le había dicho que era algo casi normal el sentirse... extraño. Comenzó a plantearse que sería bueno comenzar de cero, alejar toda presión, todo mal recuerdo, toda cosa mala que haya hecho pero nada de eso serviría.

La solución era otra.

Irse lejos.

Veía de reojo a aquellos populares de Crowfield y se preguntaba ¿acaso yo era así cuando era amigo de Helena? ¿Sería posible que los demás nos miraran como yo estoy mirando a los populares ahora? Dichas preguntas no fueron respondidas.

Stephen tocó su frente, se sentía húmeda ¿estaba sudando? Se echó un vistazo en el espejo; su cara estaba pálida, su cabello negro largo estaba desordenado y tenía ojeras bajo sus ojos azules. Parecía un loco escapado de un sanatorio. — ¡Rayos! —se quejó. Hubo un tiempo en el que no se había mirado en un espejo, lo hacía sentirse nervioso e incómodo.

Pero Stephen no estaba loco en lo absoluto, sino que había pasado por mucho y su mentecita simplemente... quebró.

Se sintió desesperado, tomó su teléfono y marcó el número de un taxi, sería fácil; su maleta todavía estaba hecha así que se iría a Lakewood de nuevo y cuando llegara llamaría a su padre y le explicaría, ¿cómo lo haría? ¿Qué palabras debía usar? Él no estaba seguro. En ese lugar se sintió tranquilo y relajado; había jurado que mientras estuviera allá no pensaría en eso y que en lo que todo pasara saldría airoso y sería una persona normal... no del todo.

Mientras estuvo en Lakewood conoció a buenos amigos, con ellos aprendió a sentirse de que era una persona normal, que no estaba loco o extraño aunque a veces se sintiera de esa forma. Lo llamaban Azulejo, él no sabía por qué pero lo hacía sentirse feliz. Pero al montarse en el taxi empezaron a llegarle aquellos recuerdos a su mente; el Bistró Park donde el padre de Helena los solía llevar a todos a almorzar, a cada sitio a donde iba, todo lo que veía, le hacía atormentarse.

Pero nada de eso iba a ser que el sufriera otra cosa como eso.

— ¿Aló? —dijo el luego que alguien atendiera. —Q-quisiera... Un... Un... Quisiera... Disculpe. —fue todo lo que pudo decir. Luego apretó el botón para finalizar la llamada. Él no podía hacerle eso a su padre. No podría. Y no lo haría. ¿Qué estaba haciendo?  Quiso llegar a su hogar, dormir en su cama otra vez, despertar con los rayos del sol atravesando su ventana.

El sí quería estar aquí, y lo intentaría. Lo haría.

—Cálmate, acabas de llegar. Disfruta de haber llegado a la casa que habías extrañado. Eso era lo que querías. Eso era lo que Helena quería. Mantén la calma. —se murmuró así mismo. Respiró profundamente.

Caminó a la ventana levantó las persiana, el aire se sentía fresco, unos pocos carros pasaban de un lado a otros. Un azulejo picoteaba el vidrio de la ventana y Stephen la abrió. Era el mismo azulejo que tenía su nido en el árbol de su patio trasero (parece algo loco que pudiera adivinar que era ese pájaro, pero sí lo era, él lo había reconocido donde fuera), acarició el lomo del ave, el cual salió volando hacia su nido. ¿El cómo podía irse de nuevo? Ya no se sentía así.

—Nada va a ser como antes. —Se dijo a sí mismo y cerró la ventana—. Nada será igual.




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Crowfield: Secretos EnterradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora