Capítulo 11 Algo Dejado Por "Accidente"

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La mañana del jueves era tan linda y calurosa, como era costumbre. Ian se encontraba en el patio trasero de su casa, tal vez, si se hubiera levantado un poco más temprano se hubiera despedido de sus padres antes de que se fueran a New York, pero no lo hizo; pasó toda esta semana arreglando la casa del árbol ¿qué haría con ella? Él no lo sabía. A lo mejor sería como un ático en el cual dejar las cosas viejas.

Unos cuervos picoteaban sobre la vieja tabla de madera donde estaban escrito el nombre de Ian y el de sus amigos. Era increíble que Ian decidiera haberse quedado con eso. Era un pedazo viejo de madera, el cual, ya no tenía valor alguno... Al menos para él tenía algo de valor.

— ¡Fuera Cuervos! —gritó Ian para alejarlos. Su casa, —por alguna razón— se había convertido en una especie de nido de cuervos. Su madre decía que eso era de mal augurio, que algo malo estaba por pasar. Pero como era costumbre en este pueblo. Los cuervos eran los amos y señores del cielo.

Ian levantó la madera del suelo y le echó un último vistazo. Las cosas solían ser felices en esos tiempos, no es que ahora no lo fueran, pero tenía ganas de ver a sus viejos amigos de nuevo. Aunque sea por un momento, pero recordando un poco las cosas; ¿realmente quería volver a verlos? Después que se separaron todo fue diferente.

Si ellos se volvían a encontrar las cosas seguirían siendo diferentes.

Unos ruidos se escucharon en los arbustos. Ian se giró para ver que eran. — ¿¡Hola!? —llamó el pero nadie respondió. Debió ser el gato del vecino, o alguna ardilla.

Ding dong.

El timbre de la puerta principal sonó, Ian colocó la tabla sobre una mesa que estaba en el patio y entró por la puerta de la cocina. El timbre sonaba una y otra vez. — ¡Ya voy! —gritó. Vio una sombre sobre la ventana pero se veía muy borroso y no pudo identificar a alguien. Abrió la puerta pero afuera no había nadie.

—Esos estúpidos bromistas no... —Su voz se fue apagando. Justo al frente de sus pies había una pequeña caja, la tomó y cerró la puerta. Examinó por fuera la caja; parecía normal, estaba envuelta en un papel de color cobre y con un lazo sobre ella. A un lado había una pequeña nota y con ella, una pluma negra.

Algo dejado por "Accidente" para un antiguo amigo.

Decía la nota, con letras pegadas que Ian supuso que eran de revistas y periódicos.

— ¿Para un antiguo amigo? —seguía leyendo Ian. Era algo extraño, ¿quién le pudo haber enviado una caja? ¿Y qué era eso de Algo dejado por "Accidente"? Ian no lo entendía. No tenía sentido. De pronto le vino a la cabeza la palabra clave: Para un antiguo amigo. Eso quería decir que podía ser de Amy o de Stephen... O de cualquiera de sus viejos amigos. ¿Pero cómo sabría si era cierto eso? No podía llamarlos. Seguramente ellos habían cambiado de número, y si no era así, ¿qué les podía decir? —Hola, recibí tu caja... Gracias por enviarla.  — algo como eso no pasaba.

Ni siquiera a él.

—La abriré después. —decidió Ian. La dejó sobre la isla de la cocina y subió hacia su cuarto para bañarse. Abrió la regadera, hacía tanta calor que su sudoroso cuerpo le pedía por un baño, mientras el agua refrescaba su cuerpo, Ian no paraba de pensar en quien podía ser la persona que le había enviado la caja, ¿porque no sólo escribió la carta? Así podría reconocer la letra. O haber dejado datos del remitente. Él quería saber que se encontraba dentro de la caja, saber quién se la había enviado.

Quería saberlo todo.

Así que salió disparado del baño, se secó y se vistió. Bajó las escaleras y escuchó un ruido en la cocina. Se asomó de forma precavida por el comedor. Un cuervo había entrado por la ventana y se encontraba picoteando la caja. ¿Qué rayos tienen estos cuervos que se encuentran en todas partes? Tan pronto como el pájaro notó la presencia de Ian salió volando por la ventana.

Esta vez Ian notó que había algo húmedo en el papel que cubría la caja, el olor entraba en la nariz de Ian haciendo que sus fosas nasales ardieran. Era un aroma que le había sido insoportable para él durante algún tiempo. Ese olor, lo conocía muy bien.

Sin pensarlo dos veces arrancó el papel de la caja y lo lazó sobre el cesto de basura. Tomó un cuchillo que estaba sobre la isla de la cocina y cortó la cinta adhesiva que lo cerraba. Había algo extraño en todo esto, su corazón latía, sus fosas nasales quemaban.
Abrió la caja y el aroma salió aún más a flote, llenando la habitación. Ian echó un vistazo. — ¿Qué demonios? —dijo apartando la vista de la caja. Era el olor más desagradable que había y el que odia.

La Gasolina.

Rápidamente abrió la puerta trasera y salió al patio, ya no podía aguantar ese detestable olor. Algo subía por su tráquea; así que sin dudar el momento, hizo lo que su cuerpo estaba gritando para que hiciera. Como era habitual en otras personas, cuando algo les producía asco o les sabía mal, su cuerpo reaccionaba en contra de su impulso, y sin más se agachó y comenzó a vomitar. Era lo correcto, ese olor había entrado profundamente al interior de su cuerpo. Se sentía mareado. Como pudo se incorporó y trató de oler el aire fresco para aliviar su interior. Gracias a Dios había vomitado en una caja vieja que estaba en el suelo, porque si vomitaba en el piso o en las flores de su madre ella probablemente lo mataría.

Tuvo que esperar media hora y 105 respiros más para entrar a la casa y evitar vomitar otra vez. En la cocina el olor había desaparecido, tomó un pequeño paño y se lo colocó sobre su nariz el hecho de solo caminar hacia donde estaba la caja le hacía revolver su estómago. Pero debía ver que estaba dentro de la caja y saber por qué ese olor salía disparado de ella.

—Vamos, puedes hacerlo. —Se animaba a sí mismo. Cada paso que daba era cuestión para querer devolverse. Al momento de llegar a la caja sus fosas nasales ya no quemaban, su estómago no le revolvía el estómago. ¿Acaso se lo había imaginado? Una cosa como esa no era posible. ¿O sí? metió con cuidado su mano en el interior y tomó algo, la levantó y observó lo que estaba sosteniendo, no lo podía creer, era algo que había perdido y que nunca imaginó que vería.

Era una cadena que había perdido hace tiempo, en un lugar del cual se había olvidado hasta encontrar la cadena, de pronto el recuerdo llegaba a su mente, trató como pudo de dejar de recordarlo pero lo único que podía escuchar en su cerebro eran los gritos de alguien, y el olor a gasolina. Su cabeza daba vueltas. Arrancó el papel con la pluma para verlo bien, debía haber algo que le dijera quien lo había enviado pero solo encontró detrás del papel unas palabras que hicieron que su preocupación y nervios lo dominaran aún más. La leyó una y otra vez. Quería saber si lo que leía era lo que exactamente estaba escrito. Así parecía ser. El mensaje estaba escrito de la misma forma en que lo estaba el mensaje de la parte de adelante, con letras de revistas y periódicos.

Espero que te guste lo que he encontrado para ti. Y también que la fragancia sea de tu agrado. Yo la llamo "Dulce Tragedia" Inspirada en el desastre que tú y tus amigos hicieron.

Ian sentía un nudo en la garganta, sus manos temblaban, su frente sudaba. ¿Quién le había enviado esto? De pronto un faro de luz se encendió dentro de su cabeza. Un antiguo amigo. "Dulce Tragedia". "Accidente". Eran las palabras de alguien que conocía.

Helena.

Pero ¿cómo era posible? Ella había desaparecido. Tenía que ser otra persona ¿pero quién? ¿Por qué? La preocupación y el miedo hacían a Ian temblar. Así que tomó la caja y subió las escaleras, abrió el armario y escondió la caja entre un montón de cosas.

—Nadie puede verla, nadie debe hacerlo. —Se repetía una y otra vez. Debía esconder profundamente esa caja donde nadie la vea. Y también debe averiguar quien fue la persona que se la envió.

O sino, el sufriría las consecuencias.


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