XVIChild's song
1
Desperté con el alma mucho más pesada que en los años que llevaba viviendo con Arthur. Confesarme con el cura no aligeraría mis culpas, como tampoco ir a misa resolvería mis problemas. Cargaba con un secreto a cuestas, que con los años se fue haciendo más pesado de llevar. Era una loza que cubriría mi cuerpo después de la muerte.
Ese día se cumplían tres años de haberlo acogido en casa. Años en los que ambos gozamos del verdadero amor, la entrega y la felicidad que nunca fuimos capaces de conocer. Supe que ya no podía retenerlo por más tiempo amarrado bajo mis enaguas. Arthur era mi más preciado secreto, mi pecado mortal, pero también era la razón de mi vida. ¿Qué sería de mí una vez que lo dejara partir? Mi cuerpo suplicaba que silenciara a la razón, pero mi cerebro me hacía ver la realidad, cada vez con mayor claridad. Amaba a Arthur con todo lo que él despertaba en mí. Quise adelantarle años, atrasar el tiempo y detenerlo en aquel momento cuando el amor surgió entre los dos. Pero respondiendo a mi pregunta de años atrás, la vida no es estática. Mucho menos en ella hay seguridad. La vida es una Amazonas inhóspita, donde sobrevive aquel que renuncia a su alma. Aquel que se mueve como un ánima carente de sueños y deja que la realidad, haga de él un títere a quien manipular. Entonces así, viviendo sin ilusiones se sufre menos porque un casco vacío como el cuerpo, desprovisto de alma, carece de emociones también. Lo que complica menos su estancia en la vida.
Lo nuestro no tenía futuro, aunque durante esos años creí ingenuamente que el amor podía contra cualquier adversidad. Imposible era sacarme de la cabeza aquella triste y real visión. Una realidad que me hizo despertar de un sueño, al comprender que Arthur estaba en la flor de la vida y que merecía algo más que solo unos cuantos momentos románticos.
No había pasado ni medio día dándole más vueltas a lo mismo, cuando me acerqué a su cuerpo y nuestras sombras reflejadas en el césped, me hicieron retractarme con rapidez de lo que iba a hacer.
–¡Francis, eres tú!- Arthur exclamó aliviado, levantó su rostro cubierto de barba, y sus ojos brillaron al captar mi figura –Me has dado tremendo susto. ¿Qué te parece si barnizo la cabaña?
–¡Debes marcharte!
Dije sin permitir que la tristeza se reflejara en mis ojos, o me quebrara la voz. El rostro de Arthur cambio de gesto, petrificándose en una masa de piedra.
–¿Porque?- preguntó alterado y sorprendido. Dejó caer el hacha a sus pies y el pollo que iba a degollar para el almuerzo, salió revoloteando feliz de que le perdonaran la vida –Yo te amo Francesca- dijo aferrándose a mis manos, deseoso de abrazarme en esos momentos y fundirse con mi cuerpo para que nada jamás nos separase –No puedes sacarme así de tu vida- sus ojos se aguaron y su frente se contrajo en arrugas prematuras. Me alejé todo cuanto pude de su cuerpo, para no arrepentirme de aquello que estaba haciendo. Pero Arthur se acercó más a mí, acorralándome entre el árbol y una de las paredes de la cabaña –Dime Francis, ¿Por qué quieres que me vaya?- habló cerca de mi rostro, intentando convencerme de mi error, tras un beso que negué al apartar mi rostro –Dios... dime ¿Qué voy a hacer sin ti?
Se alejó de mí, para golpear el aire con sus brazos agitados. Se refregó la nuca y se atusó el cabello desesperado. Verlo tan quebrantado me rompió el alma que no tenía, pero sabía que algo me dolía por dentro.
–Lo siento tanto...- la voz se me quebró por fin, uniendo mi llanto al suyo –Pero tengo motivos de gran peso Arthur. ¿Acaso crees que es fácil para mi decirte adiós, después de tanto tiempo?- sus ojos melancólicos y turbados como una tormenta en el océano, se tornaron envueltos en llamas por la furia del despecho –Yo también te amo Arthur, como jamás había amado a nadie. Pero debes entenderlo, tú tienes que hacer tu vida, lejos de mí. Lejos de aquí.
–Esa no es una razón de peso- comentó furioso –No puedo irme Francis, mi vida está aquí contigo. Tú eres mi vida. ¿A dónde quieres que me vaya?
Las lágrimas le corrían como cataratas por los pómulos y se perdían en sus mejillas como las gotas de lluvia lo hacen entre el césped sin podar.
–¡Arthur...!- susurré acercándome a él. Apoyé mi frente contra su pecho y dejé que su tibieza me aquietara un poco –Respóndeme solo una pregunta, ¿Qué harás en unos años cuando yo sea una anciana y tengas que cuidarme como si fuera tu propia madre?- el rostro de Arthur palideció tanto como sus labios. Tornándose en un espectro ya sin vida. Apretó los labios con fuerza, haciendo de aquella sonrisa que tanto me gustaba, una línea inexpresiva –Dímelo- demandé con la voz llena de rabia –¿Has pensado en ello aunque sea una sola vez?
–No, perdóname... Francis, pero eso...
–¡Cállate Arthur! No digas nada. Yo sí lo pensé y lo pienso cada día- mi voz parecía un ecualizador dañado, subía de tono y otras veces bajaba mucho la frecuencia –A cada momento. Lo nuestro es un yugo que me carcome como un cáncer, a la vez que el amor le acompaña remendando sus atrocidades. ¿Crees que esto es justo para ambos? Vivir una fantasía, un sueño que para mí no será otra cosa más que solo un secreto. Mi secreto más ansiado y con el que moriré sin contarlo a nadie.
–Perdóname, perdóname Francis por amarte tanto. Por no ser más viejo...- Arthur se dejó caer al suelo de rodillas derrotado, y sumergió sus lágrimas dentro de sus palmas ennegrecidas por la tierra –No había pensado en eso. Yo solo disfrutaba cada momento contigo, como si fuera mi último respiro- No pudo terminar de hablar; me acerqué a su cuerpo y me coloqué a su mismo nivel. Sus labios se prensaron de los míos para callarme con un beso apasionado y lleno de encanto. –No me abandones Francis, te lo suplico.
Me levanté del suelo y corrí para escudarme con el único árbol que tenía cerca.
–No me pidas lo imposible Arthur- expresé asomando parte de mi rostro abatido –Me costó mucho tomar esta decisión y no pienso retractarme- me giré en mis talones dándole la espalda para llorar con mis ojos perdidos en la lejanía –Sobre la cama está tu equipaje, llévate toda la ropa de Jonathan, y cumple tu sueño de ser médico. Cásate por amor y por favor ten muchos hijos. Los hijos que jamás podré darte.
Permanecí un rato aferrada a la corteza del árbol, luego una energía me invitó a pasar dentro de casa y permanecer en un rincón de la cocina. Quizás para mirar por última vez y de reojo, al hombre que había amado en mi vida.
A mis espaldas escuché el trinar de sus zapatos moviéndose diligentes sobre el suelo de madera. A unos cuantos pasos de mí estaba él. Oía sus gemidos desesperados, y el destrozo de su alma en mil pedazos, seguido de un golpe seco contra las tablas bajo mis pies. Me gire y lo vi hincado sobre el suelo con el rostro sumergido en sus manos, y el resto de su cuerpo, colgando del borde de la cama. Lloraba con tal aprensión, que preferí huir de casa para no verlo partir.
Corrí bajo la lluvia intensa de aquel fuerte inverno, el sol se escondía tras las montañas y mis pies salpicaban agua enmohecida con cada pisada. Sentía que me habían arrancado el alma, acuchillado el corazón, pero tras llevarme una mano a mi vientre, sabía que el dolor mermaría. Dentro de mí crecía una parte de Arthur. Mi bebé, nuestro bebé.
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Preciado Secreto (Romance historico- época) completo
RomanceFrancesca Pembroke es una mujer madura, que ha quedado viuda tras perder a su esposo en la batalla de Gettysburg. Arthur Robards es un joven aristocrático, enviado a la guerra civil para luchar por su país, pero al ver las vidas que la guerra se...