Harry regresará. Eventualmente. Draco lo sabe y, por eso, espera.
Primera VariaciónSucederá el primer día de la semana. Será un lunes.
A fuera, sobre las calles empapadas, estará lloviendo. Escondido, bajo las mantas de su cama, Draco intentará ocultarse del tedio grisáceo de la mañana. Suave. Tibio. Inanimado. Suspendido en ese espacio infinitito distendido entre la consciencia y la inconsciencia, Draco aspirará el aire húmedo y el olor fresco y ferroso de las horas otoñales que se escapan de repente.
Escuchará a penas el tempo monótono de la lluvia cayendo sobre el tejado y repiqueteando contra los vidrios emborronados de las ventanas. Discreto. Como si respetara su descanso. Draco estará apunto de dormirse otra vez, bajo la oscuridad de sus párpados dejará el hastío matinal y el cielo nublando. Y, luego, sin más, lo oirá. El compás de otro tempo. El de un ritmo distinto. Escuchará el sonido inconfundible de la puerta del frente. Abriéndose. Cerrándose. Un rumor de pasos amortiguados sobre la alfombra. Sobre la escalera. Y, finalmente, un instante de vacilación frente a la puerta del dormitorio. El dormitorio en el que él estará esperando, atentamente. Draco no se moverá. Se quedará muy quieto, con la cabeza contra la almohada y los ojos cerrados gentilmente. Se quedará muy quieto, con el cabello ligeramente revuelto y la respiración pausada. Ilusoriamente tranquila. La puerta se abrirá y sin siquiera tener que mirar, él lo sabrá. Sentirá la mirada calmada del otro, recorriendo la silueta de su cuerpo delineada bajo las mantas. Y asociará aquellos pasos etéreos a un recuerdo descolorido. Su corazón se habrá detenido, para entonces, un par de veces, pero ¿qué importancia tendrá eso? Draco no se moverá de todas formas. Hasta que al fin perciba a esa sólida presencia junto a él. Hasta que perciba una caricia tentativa sobre su frente, apartando un mechón de cabello. Hasta que sienta los labios del otro posarse suavemente sobre sus sienes, besando ligeramente, tan ligeramente que tendrá miedo de que sólo sea el viento. Sin embargo, su incertidumbre no durará mucho tiempo, porque, después, una voz tranquila le hablará.
Draco.
La voz de Harry lo llamará suavemente. Después, las palabras ya no serán necesarias. Draco abrirá los ojos. Claros y esperanzados. Y Harry estará ahí. Real. Físicamente. Listo para desvanecer cualquier resquicio de duda. Finalmente.
Sucederá el primer día de la semana. Será un lunes.
Segunda VariaciónSucederá el segundo día de la semana. Será un martes.
Será un atardecer gastado como muchos otros que ha visto antes, tarareando una melodía incesante y repetitiva. Una tarde gastada cultivando flores y palabras cortas, sentado sobre el brazo tambaleante de una silla con una vieja podadora entre las manos. Tal vez margaritas. Tal vez un nombre. Nadie lo sabrá jamás, porque Draco estará solo. Una excusa deslucida para una fantasma que deambula por Malfoy Manor. Draco estará esperando, enterrado en vida entre las paredes de mármol de ese mausoleo aristócrata y las ruinas desoladas de su mente. Y, luego, repentinamente, él vendrá. Harry vendrá. Pero Draco no notará su presencia. Seguirá tarareando la misma melodía gastada, ahora cultivando las rosas, en su dulce locura permanente.
El puente de Londres se está cayendo a pedazos. Se está cayendo a pedazos. Se está cayendo a pedazos. (1)
Inconscientemente, Harry percibirá las palabras que Draco murmura ahora una y otra vez, antes de llamarlo con suavidad. Resultará difícil ignorar el nudo que se le forma, entonces, en la garganta.