Dos

34.7K 938 344
                                    

Por alguna razón el sonido del piano había desaparecido durante el fin de semana, tuve la oportunidad de estudiar sin problemas y la reunión con mis amigos no se vio interrumpida.

Era lunes, estaba preparándome para la escuela. Repasaba lo que debía llevar y las cosas que necesitaría para el trabajo luego de clases. Cerré la puerta desde el exterior, cuando vivía con mis padres solíamos dejar la puerta sin seguro, la vida en la ciudad era muy diferente.
Me di la vuelta y escuché el piano, por suerte estaba por salir y no tendría que ocuparme de él, sólo esperaba que ya no estuviera cuando llegara a casa.

—Buenos días —dijo Michael, el vecino de abajo.

Me había topado con él en el elevador, no era de mucha plática pero tampoco te hacía querer correr al verlo. Solía teñir su cabello constantemente, ese día lo llevaba rubio, anteriormente lo había visto rojo y negro, no solíamos cruzarnos muy a menudo. Tenía perforadas sus orejas y la ceja, llevaba unos cuantos tatuajes y trabaja en una tienda de música, era apenas dos años mayor que yo.

—Buenos días —contesté.

La curiosidad me comía viva y parecía que el elevador iba lo mas lento posible, así que decidí que no me quedaría con la duda.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —seguí y él asintió— ¿Has escuchado a alguien tocar el piano?

Movió su cabeza en símbolo de negación y yo suspiré.

—¿Tocas el piano? —preguntó.

—¿Eh? No. Es sólo que alguien lo ha estado tocando y no me deja estudiar, es todo.

—Quizá el vecino de arriba.

—¿El Sr. Collins? No lo creo.

—El Sr. Collins se mudó, me parece que  alguien llegó el jueves a instalarse. Lo vi subiendo cajas, aunque realmente no lo vi, le tapaban la cara.

Eso podía explicar todo, ahora estaba segura de quien era la persona que tocaba todo el tiempo.

—Hablaré con él más tarde, debe hacer su departamento a prueba de ruido. —el silencio se apoderó del cubículo—. Soy Elizabeth, por cierto.

—Lo sé, creo que todos nos conocemos por medio de alguien pero ninguno se presenta formalmente. Soy Michael.

—Lo sé —sonreí—. Un gusto conocerte.

—Igualmente.

El elevador llegó a la planta baja, estaba platicando con él sobre su trabajo y mi escuela. Sentí un empujón en mi hombro y giré para encontrarme con una cabellera rubia que salía corriendo fuera del edificio. «Idiota» pensé. No fui capaz de ver su rostro.

Las clases se pasaban una a una, los profesores eran agradables pero siempre había uno que otro de mal humor. Y aunque terminara agotada, después de la escuela debía salir directo al trabajo.

—Llegué —anuncié entrando al pequeño estudio.

—Llegas tarde —hablo Calum, mi jefe.

—Claro que no, tres minutos antes —sellé mi carné—. ¿Qué hay  para mí?

—Debes colorear algunos bocetos, mientras terminaré el resto de las correcciones. Por favor, no me obligues a repetirlos.

Mi trabajo era simple pero tedioso, debía llenar de color los dibujo de Calum y de algunos otros —principalmente suyos—, no parece la gran cosa pero me gustaba y pagaban bien. Estudiaba diseño gráfico y el empleo servía para las clases y pagar la renta.
El estudio sólo era una habitación enorme pintada de lila y enormes ventanas al lado de la puerta principal. Había pinturas decorando las paredes y unos cuantos sofás en el inicio, cerca de la entrada.
Sólo éramos Calum, Lidia —la recepcionista— y yo; el lugar era de él y hacía trabajos para diferentes empresas, de vez en cuando contrataba freelance para ayudarlo con lo más laborioso, pero normalmente nosotros dos éramos suficiente.

Yes, Daddy... » l.h.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora