Cuatro

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Sentía su pesada respiración sobre mi cuello, absorbió mi esencia y podría jurara que lo había visto sonreír. Mis piernas temblaban mientras que mi corazón se aceleraba, era una escena en cámara lenta, desde como besaba mi cuello y chupaba hasta la manera en como su rodilla chocaba con mi entrepierna.

—¿Estás lista, Lizzy? —su voz era seductora y profunda.

No sé qué pasaba por mi mente en aquél momento, pero apenas sentí sus labios sobre los míos le permití hacer lo que le viniera en gana conmigo. Se sentía tan diferente, no era como la noche que pasé con Ashton, esto era mejor.

Mientras más nos besábamos más pesado se volvía el ambiente. Su lengua parecía luchar contra la mía y había dejado mis muñecas desde hacía un rato, no necesitaba forzarme a hacer nada.

Sus manos recorrían cada centímetro de mi cuerpo bajo la blusa, eran suaves y grandes. Llevaba un anillo lo que hacía que una pequeña molestia placentera apareciera.

—Quítate los jeans... —apenas logró pronunciarlo sobre mis labios.

Sin pensarlo hice lo que pidió, llegaron al suelo y mi calzado había desaparecido; rápidamente me tomó de los muslos y me cargó, pude sentir algo creciendo y chocando justo contra mis panties. Eso sólo había logrado excitarme más —si es que era posible—, mi espalda contra la fría lámina, un espejo justo al lado de nosotros; quizá si hubiera mirado hacia nuestro reflejo lo habría detenido.

—Vamos, Lizzy. Dime lo que quieres. —había resultado ser un completo dominante—. Pídeselo a daddy.

En cualquier otra situación me habría resultado completamente absurdo llamarle daddy a alguien, jamás fui una persona con fetiches —si es que califica como uno— o fantasías de ese tipo; si bien era algo sucia en la cama, no había llegado a ese extremo.

—Necesito que lo hagas... Por favor...

—¿Hacer qué?

—E-Entrar en mí...— me sentí avergonzada ante mis propias palabras.
En cambio él pareció haberlo disfrutado, ladeo mi ropa interior mientras acariciaba mis pliegues con dos de sus dedos, era el paraiso.
Uno de éstos entró. arqueé la espalda y sus movimientos se volvieron más rápidos y certeros. Sabía cómo hacer sentir bien a una mujer, y me preguntaba a cuántas habría hecho pasar por lo mismo.

Cuando estaba por correrme se detuvo, lo miré y vi perfectamente como llevaba su dedo a sus labios y lo chupaba lamiendo los mismos luego de haberlo sacado. Fruncí el ceño frente a semejante acción. El sudor llenaba mi frente y cuerpo, él parecía estar de lo más fresco posible, aunque su amigo no pensaba lo mismo.

Me dejó de pie, mis piernas temblaban y quería caer rendida. Se puso de cuclillas y su cara desapareció entre mis piernas.

—¿Qué estás...?— gemí apenas su lengua tocó mi botón.

Empezó a lamer y chupar cuanto pudo, sentía como recorría alrededor de mi interior. Su respiración chocaba contra mi sexo, lo que lo hacía más placentero.
Finalmente me corrí sobre él, pequeñas gotas recorrieron mis muslos pero la mayoría del líquido había sido bebido por él; cuando terminé, él salió lamiendo por última vez y recorriendo con su lengua el mismo camino que las gotas habían tomado.

—Terminamos. —sacudió su pantalón y volvió a mojar los labios.

Subí mis jeans y volví a colocarme los zapatos.

—Pero tú... —su erección se veía perfectamente.

—No te preocupes, ya me haré cargo. Puedo imaginarte mientras la bajo.

Guiñó un ojo al mismo tiempo que abría las puertas de elevador, estábamos en su piso. Besó mi mejilla y salió.

—Espera —dije deteniendo las puertas—, no sé tu nombre...

Me sentí como un zorra al tener sexo —aunque no lo fuera— con una persona de la que no sabía ni su nombre.

—Pequeña Lizzy, sólo dime daddy...

Las puertas se cerraron y me dejé caer, miré mi mochila y recordé que debía ir a trabajar. Ya era tarde, Calum me mataría...

(...)

—Lo sé, lo sé. Llego tarde —dije apenas atravesé la puerta.

Calum tenía sus brazos cruzados sobre su pecho y me miraba incrédulo, por primera vez en dos años había acertado con su saludo "llegas tarde".

—En mi defensa —continué—, hoy ni siquiera debía venir. Lo olvidé por completo.

No iba a decirle la verdadera razón.

Suspiró y miró mi escritorio, estaba lleno de bocetos y el verlos sólo me hizo desear salir corriendo. Odiaba tener tanto trabajo.

El día fue pesado, y mientras más tiempo pasaba menos parecía querer terminar, juraría que la pila de hojas se hacía más grande en lugar de disminuir. Sam no parecía alterado, incluso Jazmín estaba ayudando con algunas cosas. No importaba cuánto trabajo tuviera que hacer, ni cuánto doliera mi muñeca, mi mente seguía divagando hasta mi encuentro clandestino con el vecino, no sabía su nombre, y no tenía idea si quería que aquello se repirtiera.

—¿Hablaste con tu vecino? —Calum movía una cuchara en su taza de café.

—Emm... Sí. —había hecho algo más que hablar.

—¿Dejará de tocar cuando estés en casa?

—No lo sé, no me fue muy bien que digamos...

—¿Por qué?

Le conté sólo la parte necesaria, evitando algunos detalles sobrantes, no iba a compartir mi vida privada con mi jefe. Simplemente le dije que se había negado, que dijo hacer menos ruido que yo, y cuando Calum preguntó qué clase de ruido hacía, le conté sobre las reuniones de estudio.

Me creyó, se ofreció a hablar con él en persona, pero no necesitaba que conociera al pervertido de mi vecino. Temía que fuera un boca floja que simplemente amara contar cómo follaba a las mujeres.
No debí haber dejado que me tocara en el ascensor, bien podría haberlo grabado y hacerme quedar mal; tenía que hablar con él, tan sólo para decirle que no se repetiría y que jamás volveríamos a tocar el tema.

—Nos vemos mañana. —Calum y Sam tomaron caminos distintos.

Esperaba llegar a casa y descansar, no quería ver ni hablar con nadie.

El destino tenía otros planes. Frente al edificio, y recargado en su motocicleta, estaba Ashton; llevaba su chaqueta y un ramo de flores, margaritas, mis favoritas.

Estaba pasando aquello que tanto temía, yo no quería una relación con Ashton, no en ese momento, pero parecía que su opinión era otra.

Yes, Daddy... » l.h.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora