Las balas perdidas.

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Despierto bañada en sudor y con un Charlie preocupado a mi lado.

—Tenías pesadillas.

No había tenido pesadillas desde los doce años. Esta noche soñé con los federales a los que les disparé y con sus familias que me decían que era una asesina, que era igual que todos. No sé qué pasó con las personas que herí, toda la noche pensé en ellas y me preguntaba si habían sobrevivido. Tengo tantas cosas en la cabeza: mi padre, los rebeldes, los federales. Tengo miedo, tengo culpa. La adrenalina se ha ido y ahora no sé a quién culpar sobre mis acciones, sé que no soy la persona que digo ser, que estoy en medio de una revolución y no me voy a detener, pero hay un par de cosas que nunca me atrevería a hacer.

Sé que no me puedo dejar vencer, que tengo que demostrarles a todos que soy fuerte y que no podrán conmigo. Tengo que hacerlo.

— ¿Quieres hablar de ello? —pregunta Charlie.

—Sólo fueron pesadillas. Lo de ayer no se olvida tan fácil. Más bien lo de hoy —digo para quitarle importancia al asunto. Apenas comienza a salir el sol y tenemos que irnos ahora que podemos y llegar antes que alguien nos encuentre.

—Bueno... ya hay que irnos —se levanta y sube los brazos sobre su cabeza para estirarse. Su sudadera sube y deja ver sus abdominales.

—Te hace bien ir al gimnasio en lugar de la escuela —digo.

—Sí, sí. Disfruta el espectáculo, niña —dice.

Me levanto y le aviento una lata sucia.

—En primera, qué asco. Y en segunda... odio que me digas niña, idiota.

Se ríe.

—Tranquila. Sé que ya no eres una niña. La verdad es que no sé por qué aún no tengo que patear los traseros de tus... pretendientes. Pero no creo que tarde en llegar el momento donde tenga que ser el hermano celoso y sobreprotector. Eres muy guapa, Kira, deberías intentarlo con alguien.

Me pongo roja ante sus palabras. No sé si soy bonita o no, tampoco me importa, siempre he creído que la belleza va más allá de lo físico y también es muy subjetivo.

—Supongo que... ¿Gracias? Pero ni siquiera me interesa intentarlo, no quiero nada. Así que no necesito que patees traseros por mí.

—No era una pregunta. Sólo te avisaba lo que va a pasar. Pobre de tu siguiente novio —dice mientras se pasa el dedo índice por el cuello. Pongo los ojos en blanco.

Lo cierto era que, a lo largo de mi vida, solo había tenido una relación. Fue cuando tenía dieciséis, pero todo había sido un fracaso total. Hubo un poco de amor y eso es todo, a él no le importaba y él no me importaba a mí. De hecho, no sé si creer en el amor. No soy alguien sentimental y tampoco muestro mis emociones con frecuencia ni a cualquiera. No estoy en buscar del amor y así soy feliz.

— ¿Y tú? Tampoco te he conocido a una novia —digo con los ojos entrecerrados apuntándolo con el dedo—. ¿Acaso no me lo has dicho y tienes una novia celosa por ahí?

—No. La verdad es que ninguna es mi novia, todas están tan implicadas en la "colaboración médica al servicio del gobierno" que ni siquiera piensan solas. Cuando encuentre a alguien, será alguien que sí tenga cerebro propio.

—Pues cuando la encuentres... —me sacudo toda la ropa para tratar de quitarle la suciedad— quiero ser la primera en saberlo.

—Guau. Te ves horrible —dice mirándome de arriba abajo.

Veo mi aspecto y sé que tiene razón. Mi cabello es una maraña horrible y mi sudadera favorita, color azul como el cielo, ahora parece como el cielo antes de caer una tormenta, gris. Mis pantalones están manchados por todas partes y sé que huelo horrible.

Amor en guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora