Parpadeo hasta lograr abrir mis ojos por completo, encontrándome con una total oscuridad -Exceptuando la poca luz proporcionada por las pequeñas luces de navidad en mi pared-, tomo grandes bocanadas de aire tratando de llenar mis pulmones, sintiendo como si una cuerda se envolviese alrededor de ellos impidiéndoles expandirse. Intento calmar mi respiración y borrar las imágenes que surcan mi mente.
Un par de ojos verdes me persiguen en mis sueños, sin dejarme descansar nunca. Quisiera eliminar todos y cada unos de esos recuerdos, córtalos de raíz. Froto mi cara en un vano intento de liberarme del sueño, lo cual no consigo. El cansancio me fue ganando y mi respiración se fue calmando, mis ojos se cierran de nuevo cayendo en un intranquilo sueño.
El sonido ocasionado por el fuerte golpeteo de las gotas de lluvia sobre mi ventana acabó -Por fin- con mi sueño. Me encontraba acostada sobre mi estómago. Me gire sobre el colchón e hice un esfuerzo para sentarme. Estiré mis articulaciones llenándome de energía. Mientras bostezaba observe mi habitación, las paredes azul pastel adornadas con pequeñas luces de navidad blancas que siempre permanecían encendidas. Una estantería que contenía unos cuantos libros se encontraba frente a mi cama. Eran algunas de la pocas cosas que había colocado en este departamento que me hacían sentir cómoda, que me hacían sentir como la vieja yo. Puse mis pies sobre el piso, estaba helado. Un escalofríos recorrió mi espalda terminando por erizar los vellos de mi cuello. Camine hacia la ventana pisando algo en el camino, baje mi vista, mi libro Cumbres Borrascosas se encontraba abierto sobre una pequeña alfombra. Lo tome y lo puse sobre la cama. Llegue a la ventana y la abrí, e inmediatamente las gotas de lluvia y aire gélido golpearon mi rostro, siempre lo hago. Todas y cada una de las mañanas, era ya una costumbre, algo que hacía sentir medianamente bien. Siempre he amado los días así. El cielo estaba totalmente nublado y el frío calaba los huesos, pero no me importa, hace un mes me había despedido del sol, con la entrada del invierno. Desasiéndose de la lluvia, para darle paso a la nieve.
Cerré la ventana y fui al baño; me detuve frente al espejo. Mi cabello rojizo estaba hecho un desastre, varios mechones se escapaban por el moño mal hecho de anoche. Mis labios estaban resecos y mis ojos cafés -rodeados de unas enormes ojeras- se veían apagados. Me desnudé, me solté el cabello y me metí en la ducha donde el agua tibia golpeó mi piel relajando totalmente mis músculos. Me enjabone por todas partes, pero me detuve a la altura de mi muslo, donde sobresalía de mi piel una larga y horrible cicatriz. Pase mis dedos sobre ella, sintiendo como mi mano comenzaba a temblar, tomando una profunda respiración pare y continúe con lo que estaba haciendo.
Veinte minutos después me encontraba poniéndome mis jeans oscuros rasgado, mi sweater gris y mis converses negras, las cuales ya estaban un poco desgastadas. Salí de mi cuarto y caminé hacia mi cocina. Mi departamento no era realmente muy grande, solo contaba con un cuarto con baño propio, una pequeñas sala, otro baño y una cocina. Lo único que se destacaba de mi cómodo departamento era el balcón. Era enorme y tenía una vista fantástica que daba a un montón de árboles. "Mi departamento" una risa carente de humor abandono mis labios. En realidad este era como un tipo de escondite, en donde me siento medianamente bien, en paz. En donde puedo salir sin encontrarme con nadie conocido.
Gracias Gabriel.
Encendí la cafetera y esperé, cuando mi café estuvo listo, tomé una taza tras otra hasta que se acabó. Revise mi refrigerador, donde una solitaria barra de granola se encontraba. La realidad era que nunca comía en mi casa, siempre como en la cafetería en donde trabajo. No podría importarme menor.
-Quizás deba comprar comida. - Susurre para mí misma.
Fui hacia la sala, tome mi bolso y mi chaqueta que se encontraban en el único sillón de esta. Cuando salí del departamento me encontré con el viejo vecino, lo saludé con un movimiento de cabeza y bajé por las escaleras hasta llegar a la entrada donde el mojado pasto me recibió. Pequeñas gotas de lluvias se precipitaron a mi encuentro, me ajusté la capucha de mi chaqueta y abrí mi paraguas rojo.
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Donde las Estrellas Cantan
RomanceBruno y Victoria. Dos personas completamente diferentes que aprendieron a conocerse por un factor en común. Porque cuando la vida te golpea y te derriba, no queda otra opción que levantarse. Pero el ser humano tiene un límite, la mente es...