Capítulo 1: Enfermería

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Abrí los ojos y una luz entraba por la ventana, un tanto brillante, supuse que era un poco más del medio día. La habitación era blanca, y aunque no recordaba haber estado en ese lugar alguna vez, reconocí un olor particular: medicamentos. Desperté echada sobre una cama elevada del piso.
 -¿Dónde estoy?

Me senté en la cama y bostecé un poco, todo se veía borroso. Quise pararme, pero mis pies no llegaban al piso. Me quedé ahí sentada por un buen rato, quizás unos 5 minutos, mientras intentaba recordar que había pasado antes y cómo había llegado ahí, recordaba agua, mucha agua cayendo del cielo.

En eso, una puerta se abrió. Escuché unos pasos, no me había fijado si había alguien más en la habitación hasta ese momento. Los pasos se acercaban y mi corazón empezaba a latir cada vez más rápido sin saber por qué... y apareció una voz familiar.
 -Annie, ¿ya despertaste? - dijo una voz grave pero dulce a la vez que se acercó sonriendo.

Diablos, era Santiago, amigo de mi hermano, uno de los chicos más lindos e irresistibles de 5to año. Nos conocíamos desde que yo tenía 6 años y me había gustado desde entonces, sin embargo, desde que entré a secundaria, mis sentimientos se habían vuelto cada vez más grandes, tanto como si se fueran a desbordar. ¿Pero quién habría de culparme? Era simplemente el chico perfecto, y el príncipe encantador de todas las chicas que lo conocían, aunque también era un chico mayor que yo. Yo recién tenía 14 mientras que él ya cumplía 17, él estaba en 5to y yo recién era una niñata de 3ero.

Se veía tan bien ese día, era como más irresistible, como sacado de uno de mis sueños en el que él es un príncipe y me toma de su princesa. De repente bostecé sin que lo notara y me sonrojé al ver que él se reía de mis gestos de niña.
 -Cuando estás enferma es el único momento en el que te vez débil. - dijo riéndose.

Sonrió, me acercó a su pecho y me besó en la frente mientras me abrazaba. No sé si fueron unos segundos o minutos, pero sus labios se sentían tan cálidos al tocarme... tanto que mi frente empezaba a quemar. Acercó su rostro al mío, y apoyo su frente contra la mía. Sus labios estaban muy cerca a los míos, quería besarle, quería suplicarle, pero no encontraba mi voz. Mi respiración llegaba a la suya y se volvía cada vez más agitada.
 -S-Santi...
 -Aún tienes fiebre, pero al menos ya bajó un poco. - dijo mientras alejaba su rostro.

Pude volver a respirar, y volvió el color natural a mi rostro.
 -¿Sabes? Tienes métodos muy raros de medir la temperatura... - dije con un ligero puchero - Por cierto, ¿cómo llegué aquí y cómo sabías que yo estaba aquí?
 -Estuviste enferma desde la mañana, y en el segundo recreo cuando fuiste a mi salón para molestarme como siempre, te desmayaste por la fiebre, así que te traje a la enfermería.

Empezaba a recordar, me enfermé por culpa de Marcelo, mi hermano. El día anterior había ido a la librería a comprar un borrador, y cuando regresé vi que no traía las llaves conmigo. Mis padres no estaban en casa y mi hermano no quería abrirme la puerta como venganza por decirle a mamá y papá que él había reprobado Matemática y les había mentido. Empezó a llover, y cuando logré entrar a la casa, ya estaba toda mojada y temblando de frío.
 -Todo es culpa de ese maldito de mier.... - dije entre líneas.
 -No te preocupes, Marce me dijo que fue su culpa y ya me encargué de darle su merecido - dijo con una sonrisa de asesino serial.
 -Con tal que siga vivo, por mí esta bien.
 -Desgraciadamente, tuve que dejarlo vivir porque vino el profe Gustavo. Bueno, ya estás mejor, aunque aún así creo que deberías quedarte aquí y descansar...
 -No - dije instantáneamente - No quiero seguir más aquí, es feo estar aquí sola. Aparte, ya descanse lo suficiente, aunque...
 -¿Qué pasa?
 -No puedo bajar sola, está muy alto y mis pies no llegan al piso...

Se rió y me despeinó un poco. Agarró mis ballerinas que se encontraban bajo de la cama, y mismo libro de Cenicienta, me puso cada uno de los zapatos como manipulando una obra de arte.
 -Ven... - extendió sus brazos hacia mí mientras sonreía.

Me colgué de sus hombros y me cargó agarrándome de la cintura. Cuando llegué al piso, noté que era mucho más alto que yo, yo medía tan solo 1.47m, mientras que el fácil llegaba al 1.70m. Otro obstáculo más.
 -¿Vamos? - me cogió de la mano sonriendo.

Asentí con la cabeza. Me gustaban los momentos así, en que parecía que el mundo era solo para nosotros, y que había una posibilidad de que yo fuera la única en el mundo para él. Quizás era la costumbre, o solo que llegué a quererlo tanto, que no me importaba que me viera solo como una hermana menor, si es que así había al menos una forma de que él sintiera algún tipo de amor por mí.






Solo un día más de escuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora