Capítulo Uno: Luca.

16 2 0
                                    

Vie. 19 de Junio de 2015. 01:00 pm.

-Hoy es tu último día, Luca. Trata de portarte bien, ¿sí?

La voz de mi padrastro seguía en mi cabeza desde aquella mañana, cuando hablé con él durante el desayuno, pero no había vuelta atrás. El director se lo merecía. Verán, el tipo es un asco: no soy el único que lo odia, ¡toda la escuela le tiene ganas desde hace mucho tiempo! No soy mucho de juntarme con nadie, pero aquella tarde, a dos horas del inicio formal del verano, sí que tenía compañía: Habían siete personas a mi alrededor, tres de las cuales eran chicas: chicas a las que el director, Caleb Franklin, había insultado, castigado injustamente o incluso robado algo.

-Aún no entiendo como ponen a alguien así a dirigir un colegio-dijo mi madre, el día que le conté acerca de los antecedentes del viejo director.

Mi madre me conocía como a la palma de su mano.

-¡Quítate esa mirada del rostro, Luca!- me dijo-¡no hay más escuelas donde podamos inscribirte!, ¿por qué siempre te ensañas con los directores?

Yo no dije nada. Ella, más que nadie, sabía la respuesta a esa pregunta. Ella y mi padrastro son especiales deduciendo esas cosas.

-Lo merece, mamá. ¡Toda la escuela lo odia!, incluso su secretaria dice que es el peor director que el Instituto Gilbert ha tenido desde su fundación. ¡Y de eso hacen un millón de años!

-Setenta, Luca. Lo fundaron hace setenta años -dijo mi madre, risueña-. Por si no lo habías notado, eso es un chorro de años menos que un millón.

-No puede salir mal, ninguna de mis misiones ha salido mal jamás.

-Estoy segurísima de que Rafael no opina lo mismo que tú. Además, yo las llamaría por lo que son: travesuras.

-¡Solo fue un pequeño rasguño!, nada que lamentar. ¡Él solo...está siendo Rafa!

Mi madre se detuvo en seco unos segundos. Siempre que oía el diminutivo del nombre de mi padrastro en lugar de la palabra papá, sucedía lo mismo.

-Su auto estuvo en el taller por tres meses, gracias a ese "rasguño" del que hablas, así que yo en tu lugar no lo mencionaría frente a él.

-Se compró otro justo después-dije-, no creo que le importe.

Mi madre soltó una risita y me dio un abrazo. Sus ojos verdes, brillaron con dulzura al mirarme.

-Intenta no acabar en la cárcel, ¿sí? -y me acarició el pelo suavemente con sus sedosas manos.

-Nunca he estado en la cárcel-concluí.

-Ok, tienes razón. Cuando lo veas, asegúrate de darle las gracias a tu padre de mi parte por eso. Estoy muy convencida de que ha sido obra suya.

Aquél día, luego de decir eso con cierto tono irónico, me besó en la mejilla y salió de mi habitación. Habían pasado, al menos, dos meses de aquella conversación pero no pude evitar recordarla.

Las chicas me miraban con el rabillo del ojo mientras salíamos del instituto y tomábamos asiento en las escaleras de la entrada. Yo llevaba puesta mi chaqueta de cuero de la suerte, como siempre, encima de una camiseta blanca un poco holgada con un estampado que ponía "God Save the... mischievous ones", en letras blancas sobre una bandera del Reino Unido pintada a modo de grafiti.

-Di Trento... si esto te sale bien y no te expulsan-me dijo un chico con aparatos en los dientes y una camiseta negra con motivos sangrientos: Billy Colt, el buscapleitos. Le había dejado claro que no debía meterse conmigo durante el año en el que lo transfirieron de una correccional en Nueva York, el mismo año en que le tumbé ese par de dientes que, tres años después, brilla en su boca con un resplandor dorado. No suelo meterme con nadie, pero si me atacan (¡y vaya que él tenía pinta de querer hacerlo!), yo también atacaré-, estás invitado a almorzar con nosotros cada día después del verano.

Operation GreeceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora