Capítulo Tres: Gredel

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—¡Quieres responder tu maldito teléfono!

Vera, mi compañera de piso irrumpe en mi habitación en algún momento de la mañana y me lanza el móvil al pecho, el cual estuvo a casi nada de estamparse contra mi rostro.

—¡Oye!—exclamo, buscando a tiendas el maldito aparato que no para de sonar.

Ella ya ha salido, dando un portazo.

Palpo por todos los sitios de mi cama, sin querer abrir los ojos y encender la luz de la habitación.

Prácticamente acabo de llegar a casa y de eso hace casi una hora, así que si me he regresado de la fiesta, pasadas las cuatro de la mañana, deben ser las cinco o algo así. No puede ser verdad que alguien llame a las cinco de la mañana un día sábado. Sin embargo, el móvil no para de sonar y esto terminará hartándome y hartando a la histérica de Vera.

Abro los ojos a duras penas y me siento derecha, ordenándole a mis ojos que se mantengan bien abiertos. El aparato ha dejado de sonar en breve, pero a los segundos vuelve a escucharse la maldita melodía y la luz de la pantalla me da las pistas que necesito para cogerlo, deslizar mi dedo para desbloquear la pantalla táctil y responder la llamada.

—¿Diga?—trato de reprimir un bostezo. Ni siquiera me he fijado en el nombre del contacto para ver si me convenía responder o no.

—Oh, ¿te he despertado?

No puede ser verdad, me digo a mí misma, peinándome los cabellos enmarañados con los dedos. Nada bueno hay detrás de la sosegada voz de Kate Dupont, la asistente personal del Director General de IMG Models, si te llama a las 5:50 de la mañana.

—No—respondo, aclarándome la voz—. No me has despertado, Kate. Dime.

—Lo siento si lo hecho, cielo—dice, y es obvio que miente. Ésta mujer es una hipócrita—. Hay sesión fotográfica temprano.

Oh, maldita sea. Vieja bruja.

Anoche me he ido de fiesta con algunos de mis colegas de la Agencia, hemos bebido pensando que nada fastidiaría nuestro día sábado, nuestro tranquilo día sábado. Sí, ha sido una noche fantástica, lo reconozco: recorriendo los mejores bares de la ciudad, yéndonos de antro y emborrachándonos sin medir las consecuencias. Y ahora dudo de mis capacidades.

Me doy una palmada en la frente, disgustada por sentir que todo a mi alrededor se convierte en arenas movedizas. Es una sensación terrible.

También tengo unas tremendas ganas de agarrar a ésta mujer de la melena negra que lleva tan cuidadosamente peinada y darle la despeinada de su vida para así asegurarme que no puede ser laca lo que usa sino alguna sustancia mucho más fuerte. Desde que la conozco, jamás ni un cabello se le ha movido y da curiosidad saber qué rayos se pone en el cabello.

—Oh, ¿qué tan temprano, Kate?—pregunto, temiendo la respuesta.

—Seis de la mañana, cielo.

Si vuelve a llamarme cielo, juro que la despeino.

—Vale, estaré allí en...diez minutos.

Darle una estimación del tiempo que me tomará llegar a la Agencia a ésta mujer, es como si le dijera que tengo la cura definitiva contra el SIDA. Resulta imposible ser certera y ella lo sabe. Lo sabe y disfruta de mis errores.

—Sí, no demores mucho—dice. Detecto el sarcasmo en su voz—. He llamado también a Corina y Polly. Supongo que tampoco van a demorar. Te veo luego.

Oh, genial, genial, genial, pienso tras escuchar el clic que me dice que ha terminado de hablar conmigo. Me quedo mirando el delgado aparato plateado que reposa en la palma de mi mano y le frunzo en ceño, asqueada.

Operation GreeceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora