Colores.

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Entré en la cafetería de siempre y me senté en el lugar que acostumbraba, afuera se encontraba lloviendo y todas las personas parecían correr o caminar a prisa para no mojarse más de lo que ya se encontraban. Eran personas tontas a mí punto de vista, porque en lugar de disfrutar de la lluvia que muy pocas veces veíamos, se encontraban huyendo de ella.

¿Quién los iba a escuchar quejarse en unos días del calor infernal?

Después de mirar por unos momentos la lluvia caer, la voz de una chica preguntándome mi orden llegó a mis oídos. Le pedí lo mismo que siempre acostumbraba: un café. No acostumbraba a desayunar en aquella cafetería porque para eso tenía mi casa, pero aquella cafetería tenía un ambiente especial, uno que me permitía relajarme los días que no tenía que ir a mi trabajo.

No odiaba mi trabajo, no por completo. Mis compañeros eran buenas y eficientes personas pero demasiado escandalosos para alguien como yo que toda mi vida viví -y viviré- en las sombras, en aquel lugar dónde habita el silencio y la soledad es la única compañía.

Cuándo mi café llegó, no le di ningún sorbo, ni siquiera lo probé. Sabía que estaba bien, los cafés de está cafetería siempre son ricos, por lo tanto es el único lugar al que vengo a perder algo de mi tiempo. Saque de la mochila que cargaba conmigo un cuaderno de dibujo.

Desde la secundaria había descubierto que me gustaba el dibujo, había sido por casualidad. Una maestra no había llegado y la suplente no había ido con muchas ganas de trabajar. No la culpé, yo tampoco tenía ganas; estaba lloviendo y hacía frío. Ella nos pidió hacer un paisaje para que no dijeran que no estábamos trabajando.

Varios compañeros la ignoraron y siguieron platicando o haciendo tareas de otras materias. Yo hice el dibujo cómo un reto propio, no porque me lo hubiera pedido esa mujer. Estuve mirando la ventana de manera desinteresada durante varios minutos hasta que recordé un paisaje de una película.

Era el cielo nocturno iluminado con estrellas, lo que hacía interesante el dibujo es que parecía que lo mirabas estando acostado, por lo que los grandes pinos también entraban en aquel dibujo. No fue gran cosa, lo hice en menos de cinco minutos y se lo entregué para que no se quejara de que nadie le estaba haciendo caso.

Ella se asombró y no tardó mucho en soltar miles de palabras alabando mi trabajo. No le presté atención del todo, simplemente asentía cuándo era necesario. Solía desconectarme unos minutos del mundo, sólo asentía o negaba si era necesario, sí sabía que estaban hablando y a veces captaba una que otra palabra, pero no estaba completamente ahí. Aunque nadie se dio cuenta y por eso esa costumbre nunca se me quitó.

Ni se me quitará.

Volví a observar el cuadro de la cafetería, era tal vez más elaborado que el que yo había hecho en la secundaria, era un paisaje dónde se apreciaban las montañas cubiertas de nieve, al lado los grandes pinos hacían juego, también se apreciaba una pequeña cabaña escondida entre los grandes pinos. Enfrente de la cabaña había un pequeño lago en el cual se reflejaba un poco los rayos del alba.

La pintura me gustaba, pero todavía no entendía que hacía en una cafetería. ¿No se suponía que la cafetería sólo tiene pinturas referentes a lo que vende? Bueno, tampoco es cómo si me importara.

Aquella pintura me ayudaba a inspirarme, siempre me ha gustado el aire libre. No soporto la ciudad y es por esa misma razón que acepté que mi madre me mandara a los campamentos. Aunque yo sabía perfectamente que lo hacía para deshacerse de mí.

Empecé haciendo pequeños trazos en aquella hoja blanca, no iba a hacer el dibujo completamente igual. Pero me iba a guiar, estuve así durante un buen rato, había aprendido unos cuantos trucos de dibujo en internet que busque cuándo mi trabajo no me consumía.

En lo que dibujaba, a veces bebía unos pequeños sorbos de mi café. Supongo que pasaron varios minutos porque llegó el momento en el que no tenía nada de café y tuve que pedir otro; no podía concentrarme sino tenía cafeína en mi organismo.

Estaba por terminar mi dibujo cuándo al observarlo me di cuenta de que algo faltaba. Tal vez color; en blanco y negro se veía muy triste. Pero no quería pintarlo, suponía que lo arruinaría. Así que me limite a mirarlo con desagrado y, cuando estaba a punto de arrancar la hoja, escuché su voz.

-¡Es hermoso, Sessh!

Levanté a penas mi vista y comprobé que enfrente de mí se encontraba Kagome Higurashi, una reciente escritora que escribía bajo un seudónimo completamente raro y que no me había aprendido.

Ella era la escritora más rara que me había topado, cargaba una libreta en la cual escribía ideas que se le venían a la cabeza de repente pero que no parecían tener forma con lo que estaba escribiendo. Pero igual no le comentaba nada, eran sus historias y yo solamente me limitaba a ser un espectador de cómo se creaban, nunca opinaba realmente nada.

Pero ella era diferente, desde que había hurgado en mis cosas y descubierto mi cuaderno, siempre se encontraba dando su opinión sobre lo que hacía.

Lo más sorprendente era que no me molestaba lo que hiciera. Pero era gracias a ella que empecé a ver con otros ojos mis propias obras de arte, tal vez siempre fueron especiales pero yo no había podido verlo por los anteojos que necesitaba.

Sea como sea, Kagome Higurashi se encontraba en ese momento siendo alguien importante en mi vida cómo artista frustrado.

-Sigo pensando que deberías hacer cuadros y no limitarte a simples cuadernos -comentó, pero yo la ignoré.

Ella se había sentado enfrente de mí y había pedido un Café frapeé; esa era otra característica rara de la chica. Siempre que hacía frío le metía más frío a su organismo y luego se quejaba de que se estaba congelando.

Me quejaría de ella y la correría cómo hago con todos. Pero su presencia no me desagrada y -para desgracia mía- es una persona que no puedo ignorar fácilmente. Supongo que Kagome tiene la cualidad de ser agradable a pesar de su forma de ser. Su esposo debe divertirse siempre con ella.

-Oye, Sessh -me llamó y yo levanté la mirada, había estado pensando pintar el dibujo pero todavía no me decidía. Tal vez ella iba a comentarme eso-, ¿me podrías hacer la portada de mi próximo libro? -Mordió su labio inferior en nerviosismo, siempre esperaba que le dijera que no, pero con ella era imposible. Si le decía que no rogaría hasta que le diera el sí y no iba a arriesgarme.

-De acuerdo.

-¡Eres el mejor!

Seguí con mi tarea, admirando el dibujo que hace unos minutos estaba decidido a romper. Kagome empezó a pegarle a la mesa con su lápiz y volteé rápidamente a verla. Mi mirada le dio a entender que debía hablar o me molestaría más.

-¿P-Puedo pintarlo?

Se lo cedí mientras volteaba de nuevo a ver la ventana, la lluvia había aumentado más y fue entonces que mi mirada viajó a mi acompañante. Ella no se veía mojada, supongo que su esposo fue quién la trajo hasta está cafetería. Kagome vivía de sus libros y del salario de su marido.

Las calles cuándo llueven parecen grises, tristes y absolutamente nadie pone música. Cómo si la lluvia les deprimiera, cuándo -para personas cómo yo- es un espectáculo digno de ver y que no debería causar melancolía.

La lluvia se parece mucho a las lágrimas porque limpia todo y cuándo el sol vuelve a salir ilumina todo a su paso. Lo mismo que una sonrisa.

-¡Termine!

Contemplé el dibujo recién pintado y entonces comparé a Kagome cómo el sol; una persona que había podido hacer que un paisaje triste y aburrido tomara color, viéndose cada vez mejor.

Continuará.

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