Color Zafiro

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Llevo más de dos días sin dormir, he terminado parte de mi trabajo pero no puedo irme a casa ni descansar hasta que los demás también terminen. Es lo único malo de ser el encargado de mi grupo y gracias a esto no he podido ir a la cafetería y toparme con Higurashi.

Hay una música sonando en éste mismo momento, al parecer es claro de luna de Debussy, colocaron la canción para ver cuántos caían dormidos. Es una forma estúpida de matar el tiempo, pero es efectiva siempre y cuando los editores no se duerman, porque estaríamos perdidos.

Escucho la canción atentamente aunque no parezca y me encuentro sacando aquella libreta de dibujo. ¿Por qué la cargo a todas partes? No tengo idea.

Mi mano se dirige a mi lápiz pero inmediatamente la imagen de Kagome y sus regaños por hacer mis dibujos tan tristes vuelven a mi mente. No debería hacerle caso, nunca les he hecho caso a las demás personas, pero con ella parece ser diferente.

Al lado de mí mi compañera de trabajo Rin tiene muchos colores, se los piso prestados —a mi manera— y ella me dice que puedo agarrarlos, después de todo está muy ocupada con el teléfono y no los necesita por el momento.

El dibujo es demasiado sencillo, la luna se encuentra en el centro del firmamento y el mar se encuentra debajo de ella reflejando un poco de su luz. El lugar dibujado es un muelle y eso se nota por la estructura que está a lo lejos. Me dirijo a pintar el cielo estrellado cuándo me doy cuenta de que el color es zafiro; del mismo color de los ojos de Kagome.

Cuando termino la pintura la observo durante varios minutos. Hoy sí me ha gustado el resultado y sé qué a Kagome también le gustara...

...Últimamente he estado pensando mucho en ella y sé qué eso no está bien.

Escuchó a alguien llamándome y levanto la mirada, al fin han terminado de editar y ahora me toca entregarlo. No les agradezco, debieron de haber terminado hace dos días, tuvimos suerte de que ampliaran el plazo. Me levanto y se lo entrego a mi jefe.

Él dice que está bien y sonríe porque sabe que todos los trabajos que le entregamos son buenos. Dice más cosas más pero no le presto atención y cuándo me hace señas de que me puedo retirar, lo hago.

De regreso al segundo piso me doy cuenta de que todos se han ido y de que soy el último, recojo mis cosas y guardo el dibujo con cuidado para que no se maltrate. Salgo de ahí y voy al estacionamiento por mi auto, sé qué de camino a mi casa tendré que pasar por la cafetería y tal vez vea a Kagome.

De nuevo, ¿por qué estoy pensando en ella?

Conduzco por las calles que —para mi suerte— no están llenas de gente. Al llegar a la calle de la cafetería hay tráfico cómo siempre, sin embargo no pude evitar voltear y me di cuenta de que Kagome se encontraba ahí.

Estaba recostada sobre la mesa y a su lado parecía reposar una taza de café, lo cual era completamente raro. Algo andaba mal.

Cuándo puedo salir de aquel tráfico, busco un lugar para estacionarme cerca y entonces bajo del auto para entrar en aquella cafetería buscando a Kagome. La encuentro jalando parte de su propio cabello mientras garabatea una servilleta.

—Kagome.

Ella levanta la vista, tiene ojeras y sus ojos están demasiado rojos. Levanté una ceja por verla de ese modo; ella no era así y enseguida entendió mi pregunta.

—Tengo que entregar un borrador en tres días —volvió a garabatear la servilleta—, me falta más de la mitad. ¡Más de la mitad! —Suspiró y se acomodó mejor, tratando de peinar su cabello y no lográndolo—. Tengo un bloqueo.

—Ve a dormir —ordené, sin darle importancia a sus otras palabras. Aquello era lo que le faltaba, descanso.

—¡No puedo! ¡Tengo tres días para entregar un borrador!

Fruncí el ceño, si seguía gritándome mi paciencia se acabaría; tampoco había dormido y aquello no era bueno.

—Kagome, vámonos.

Me miró con el ceño fruncido y le sostuve la mirada, ella sabía que no me rendiría por lo que bufó y dejó el dinero en la mesa en lo que agarraba sus cosas y caminaba a mi lado hasta mi auto. No tenía que decirle que la llevaría; eso estaba más que claro. Era tan necia que haría lo posible para volver y tratar de terminar ese borrador.

Cuándo nos subimos ninguno de los dos habló y en el trayecto vi que ella poco a poco se quedaba dormida y pensar que hace unos minutos me estaba gritando que no se iría a dormir.

Cuando llegamos trate de levantarla pero Kagome parecía no tener ganas de hacerlo. Tanto así que me indicó dónde estaban las llaves de su casa y me pidió que la cargara. Sabía que podía negarme, pero no lo hice y la llevé hasta la habitación que compartía con su esposo. Le dejé sus cosas al lado de su cama y le aventé las llaves por la ventana para después irme.

Kagome era sin duda alguna una caja llena de sorpresas.

Continuará


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