Ángel de amor

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¡bum cae un rayo! ¡llora el cielo! ¡La tormenta come almas como la noche llama estrellas!

¿Qué sucede? ¿acaso se cae el cielo? ¿o es tan solo un ángel que llora por tanto desamor?

Alberto había conocido a Fernanda una tarde de septiembre en el bosque mientras cazaba como su padre le había enseñado, él encontraba su tranquilidad en la naturaleza alejado de la gente ya que creía que la vida era mejor cuando no había nadie diciéndote como debía de ser.

¡Suena un disparo!

Alberto con la puntería de Zeus golpeó un venado, lo supo por la sangre que salió en forma de briza, pero no lo mato y bien sabe él que años después agradecería a Dios no haberlo matado. El venado corría con una majestuosidad que casi dolía observar y atrás de él aun más determinado iba Alberto pensando tan solo en lo que un joven normal de 18 años piensa, lograr lo que se propone, y en este caso él ya se veía a él mismo avante, cargando aquel majestuoso ciervo, ingresando al pueblo siendo el orgullo de la familia, la envidia de todos los hombres y el deseo de todas aquellas que pensaban que ser dama y ser mujer era la misma cosa. Lo había perdido de vista pero podía aún seguir el rastro de la sangre y detrás de un árbol...ahí estaba... no el ciervo si no ella, Fernanda de La vega, la hermosa niña de sus sueños que habría de robarle el aliento cada segundo desde el día en que la vio. Usaba un vestido negro como la noche con aquellos infinitos ojos que denotaban tanto aire solitario como el que él veía en sus ojos cada vez que se veía en el espejo, la vio directo al alma sonriendo y ella rió, pensó en acercarse a ella y decirle que aunque no la conocía todavía ya la amaba como nunca había creído posible pero su mente le rogó que tan solo le dijera:

-hola, misteriosa señorita.-

-¿Qué tal esta presunto asesino?- contestó ella con cierta ironía acompañada de la hermosura de su voz.

-con que viste eso...- dijo él

-puede que haya oído el disparo- contestó ella

-¿gran caza no crees?-

-he visto mejores- le contesto ella riendo de nuevo

Cada vez que él la veía y la escuchaba reír escuchaba a los ángeles cantando y cada palabra que salía de su boca era como una canción de amor para sus oídos.

-¿así que solo te vas a quedar viéndome con la boca abierta?- le dijo ella muy irónica

Y él no pudo ocurrir con algo que lo sacara de tal aprieto así que solo le preguntó

-¿acaso eres de por aquí?-

-quizás sea de por aquí... o quizás sea de por haya - dijo ella

Y empezaron una de las platicas que él recordaría tantos años después no por ser especial ya que cada vez que hablaban ambos reían, pensaban, gozaban y a veces hasta lloraban, pero esta era única, era la primera de las tantas charlas que él habría de tener, con el amor de su vida.

Charlaron de todo y de nada realmente, de la vida y de la muerte, de cada historia que se les ocurrió y luego hablaron tan solo para no dejar de hablar, hasta que la luna llego a su punto más alto y los lobos cantaron armoniosos, entonces una voz se alzó gritando:

-ALBERTO. ALBERTO. ¿ESTAS AHÍ ALBERTO?-

-es mi padre.- dijo él

-Seguramente te esperan en casa, vete ya- dijo ella

-¿pero qué será de ti?-

-yo voy a estar bien. -dijo ella

-¿acaso te volveré a ver?-

Humo, vida e historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora