Las fotografías de Elena

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Las fotografías son algo confuso de sobremanera, y quizá la mentira más grande que hay. El peor momento del mundo puede estar sucediendo y nosotros antes de una fotografía sonreímos de todas maneras, congelando en el tiempo ese momento como perfecto. Tal vez por eso decía el abuelo que un muerto es igual que alguien en una foto: ambos están atrapados en ese eterno momento con la última emoción que alguna vez volverán a tener.

Quizás por eso el día de su boda Enrique Ignacio Barbosa de la Cerna y Elena María Gómez Laundrt sufrieron uno de los extraños golpes de confusión que la vida nos trae, al ver que ninguna de las fotos de la boda recién concretada podía distinguirse, ya que todas se veían como una extraña mescolanza de líneas y espirales de diferentes colores y nada de amor.

Enrique Barbosa, o quique como le decían sus amigos, era hijo de uno de los dueños de las fincas de café más grande del continente americano y había salido del colegio y de la universidad más por dinero que por mérito, era bien parecido, era rubio de unos ojos entre verdes y cafés y su metro ochenta y cinco de estatura denotaba presencia donde sea que estuviera, pero a pesar de eso a la par de su prometida se veía como un cualquiera.

Elena Gómez por su parte venía de una familia de la media alta sociedad que había destacado toda su vida en lo que sea que hiciera, jugaba al básquetbol y al polo de una manera tan destacable que causó que las mejores universidades le ofrecieran una becas por montón y cuando las desairó a todas y cada una de ellas le ofrecieron incluso pagarle para estudiar allí. Tocaba el violín de una manera que a los 4 años podía ser catalogada como prodigio, y su hermosura era tan grande que lo único más hermoso que ella debía seguir guardado en el cielo, tenía unos ojos infinitos más oscuros que la noche y más profundos que el espacio, una voz tan dulce que al escucharla parecía ser la voz de un ángel, y una sonrisa tan hermosa que quien la veía jamás la lograba olvidar.

El día de la boda había sido mágico, pues la misa sucedió en una iglesia que el padre de Enrique mandó a construir exclusivamente para ellos y cuenta la leyenda que el sumo pontífice fue el encargado de bendecir a la pareja, aunque fuera a miles de kilómetros de distancia. La iglesia, predeciblemente luego de la boda jamás volvió a ser utilizada por culpa de su casi inaccesible locación en el medio de una jungla sagrada maya qué por "casualidad" pertenecía en su casi totalidad a la familia de Enrique.

La recepción sucedió en la finca y había 5 mil personas invitadas de las que se cuenta que ninguno tuvo el valor de no asistir. El bufet había sido una dotación de langostas tan grande que en el lugar donde las pescó nadie pudo volver a pescar una langosta por 3 años.

Se habían mandado a traer un racimo de las flores más hermosas de cada país del mundo y se vistió a cada uno de los 300 meseros con el más fino traje que Versace ofrecía para aquella época de año.

El fotógrafo delegado había sido Lewis Neuman Schiber, un fotógrafo profesional de renombre cuyo origen jamás nadie pudo discernir entre turco o polaco y algunos pensaban que en un día normal en la tierra él simplemente apareció.

Elena al recibió la caja en donde venían las fotos, y la abrió con más emoción de la que lo haría un niño en navidad, pero al hacerlo no pudo actuar de otra manera más que pegar un alarido que le daría la primera de sus muchas falsas alarmas de paro cardiaco a su nuevo esposo. Enrique corrió y al ver las fotos sintió una rabia que casi telepáticamente instó a su madre a llegar a la habitación de los recién casados y ver que estaba sucediendo en realidad.

Antes de 30 minutos la familia entera de los recién casados se encontraban en una misma habitación gritando improperios que los niños pequeños se dieron la tarea de apuntar y luego repetir hasta aprenderlos de memoria. Una gran pelea estaba a punto de consumarse cuando Dieter Laundrt Abaj, un tío de Elena, conocido más por loco que por tío, mandó a callar a todos asegurando que él tenía la respuesta al problema, pero pidió que todos abandonaran la habitación excepto los recién casados antes de poder explicar lo que sucedía. Hubo muchas discusiones inertes ya que al final luego de un rato todos se fueron igual.

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