Parte 4

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Me alcanzó y disminuyó la velocidad. El lobo recostó el brazo en la ventanilla. Qué se dice, me saludó. Cómo le va, Wilson, le dije lo más antipática que pude. Pero me descubrí mirando de reojo su brazo de macho cabrío. ¿Para dónde va tan solita? Los jeans le apretaban, hacían bulto. Para donde mi abuelita, balbucí ya francamente embebida. La mano, cerrada sobre la palanca de cambios, era poderosa y nervuda. La barba, dura. La boca, gruesa.

Y esos ojos verdes.

Él se había dado cuenta del celo en mi mirada, se reía. ¿La llevo, me preguntó todo convencido. No, le dije y me desvié rápidamente por un callejón de El Bosque que, si bien haría más largo el recorrido, solo admitía peatones.

El lobo aceleró picado.

El Dogde Dart estaba parqueado en la esquina del edificio de la abuela. Pensé que el lobo estaría visitando a alguien que vivía en la misma cuadra. Subí, timbré en el apartamento de la abuela. Está abierto, me dijo con una voz más gutural que de costumbre.

Luego de la muerte de Celia Cruz, a la abuela le dio delirio de Celia Cruz. Se ponía pelucas inverosímiles, vestidos de fantasía y gritaba azúcar con su ronquera de fumadora de toda la vida, mientras bailaba guateque en tacones altos. Le hicieron exámenes de alzhéimer, arteriosclerosis cerebral y las demás variantes de la demencia senil. Dio negativo en todo. Así que no hubo forma de hacer que se moderara, las parrandas de la abuela eran salvajes.

CAPERUCITA SE COME AL LOBODonde viven las historias. Descúbrelo ahora