Parte 7 (Final)

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Era tan viejo y exótico como ella. Se ponía camisas de leñador y botas de caucho para andar por el apartamento, lleno de plantas, como un vivero. Le salían pelos por la nariz y se cogía los tres que le quedaban en la cabeza en una cola de caballo baja.

¿Dónde está, gritó. ¿Quién, dije yo. Su abuela, me respondió. El lobo le dijo que se estaba bañando. El viejo, todavía sospechoso, quiso saber por qué tenía puesta la levantadora y la peluca de la abuela. El lobo inventó que estábamos jugando a las charadas. Con mímica y disfraces, añadió. El viejo pareció serenarse, explicó que había oído unos ruidos muy raros que salían del apartamento, como si alguien se estuviera sofocando. Entonces miró al lobo y me miró a mí. Antes de que pudiera hacer el cómputo, dije que me iba a ver cómo estaba la respiración de la abuela.

Acababa de salir de la ducha. Sin tacones, sin peluca ni maquillaje, envuelta en una toalla, la abuela se veía más vieja, pequeña y desamparada que nunca. Le di un beso, le dije que encontraría los pasteles que mi mamá le había mandado en el comedor. Ella me preguntó si me había divertido con la broma del lobo. Por toda respuesta sonreí.

De vuelta en la sala, le dije al viejo que la abuela estaba respirando perfectamente. Miré al lobo y me despedí con un gesto. El lobo me siguió al corredor. ¿Hablamos mañana, me preguntó ansioso. Me le acerqué. Ya no me producía nada, ni siquiera una leve indisposición. Wilson, hombre, le dije poniéndole la mano en el hombro, lo que pasó estuvo muy bien, pero yo no quiero nada más con usted.

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CAPERUCITA SE COME AL LOBODonde viven las historias. Descúbrelo ahora