Empujé la puerta, el apartamento estaba en penumbra. Percibí la silueta de la abuela sentada en la silla de mimbre que tenía forma de pavo real. Llevaba su levantadora chinesca y una peluca engargolada, fumaba con su larga pitillera en alto. No me extrañó encontrarla así.
Lo que sí me pareció inaudito fue que el cigarrillo despidiera un suave aroma mentolado, la abuela era adicta al pielroja sin filtro desde los dieciséis años. Le dije que mi mamá le había mandado unos pasteles, me hizo señas de que los pusiera sobre la mesa del comedor. Lo hice y me encaminé hacia la silla pavo real para escrutarla bien. Entonces noté las fluorescencias de la camiseta que llevaba debajo de la levantadora y los zapatos de jugar bolos.
Se me pusieron los pelos de punta.
Pero ni por un segundo pensé en retroceder. Pensé en jugar. Y me di cuenta de que ya no iba a seguir luchando en contra de mis impulsos.
Abuelita, le dije muy lentamente, quitándole la pitillera, qué ojos tan grandes tienes. Se quedó mirándome fijo: son para verte mejor. Cuando me incliné para apagar el cigarrillo, me acerqué a su oreja y le recorrí los pliegues. Abuelita, susurré, qué orejas tan grandes tienes. La piel se le erizó: son para oírte mejor. Me estiré como un gato, le ofrecí el cuello. Abuelita, qué nariz tan grande tienes. Se metió en él y aspiró: es para olerte mejor. Y fui cerrando la distancia entre mis labios y sus labios, pero no le dije abuelita, qué boca tan grande tienes, porque la que se lo iba a comer era yo.
Lo besé.
Le metí la lengua como una serpiente.
La saqué.
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CAPERUCITA SE COME AL LOBO
Short Story"El polvo fue desesperado. Fue ávido. Fue duro. Fue delicioso, nos vinimos juntos en una explosión como de juegos pirotécnicos. Y fue liberador: había cumplido una perversión. Cuando acabamos, no necesité mirarme al espejo para saber que tenía una...