Capítulo IV: Hasta el cansancio

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Edith era una mujer de 42 años que se había convertido en viuda en agosto de 1947. Peter, el hombre con el cual se había casado trabajaba en una oficina en la que mantenía a su mujer e hija. Irónicamente, en esta había fallecido a causa de un infarto que no fue atendido a tiempo. Luego de este suceso y sin ningún tipo de ayuda, Edith se vio obligada a salir a buscar empleo a donde sea. Estuvo los últimos 10 años trabajando 8 horas diarias, lo cual le restaba tiempo para estar con su hija. Frida realmente no entendía lo que a su madre le dolía estar tan separada de ella en estos momentos difíciles.
Al llegar del colegio, la niña repitió el patrón de la mañana pero invertido. Entró a la casa, no comió nada, subió velozmente la escalera para desvestirse en su habitación y se tiró en la cama. Su almohada comenzó a humedecerse y sus mejillas se mojaban. Tenía un nudo en la garganta tan fuerte que parecía que le estuvieran clavando una estaca.
Esta vez, dormirse no le costó tanto trabajo como la noche anterior. Le bastó con cerrar los ojos y desaparecer.
Al despertarse, se levantó, se asomó por la ventana y advirtió que ya era de noche. Tenía mucha hambre, no había comido nada desde la noche anterior
-Mamá ni se molestó en dejarme algo de comer -pensó-.
Salió de su habitación para averiguar si Edith se encontraba en casa. Abrió la puerta y se topó con ese oscuro y turbio pasillo que llevaba a las escaleras. Comenzó a caminar lentamente. Pasó por la puerta del baño, la cual cerró porque no soportaba las puertas abiertas. Luego, trató de ir pegada a la pared paralela a la cual llevaba una foto de su abuela. La fotografía le causaba un pavor indescriptible. Nunca supo por qué, pero la anciana en la imagen lucía macabra. Finalmente, llegó a la puerta de la habitación de su madre. Se hallaba durmiendo. Supuso que ya era muy tarde.
Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Abrió la heladera en busca de comida
-Ehmm... Sándwich de tomate y... no, prefiero morir -dijo y cerró el refrigerador con fuerza-.
Rendida, subió a su habitación y se encerró en sus sábanas.
Edith había llegado apenas una hora antes. Había llegado y sin pensarlo se fue a dormir. Estaba exhausta.
De repente, se despierta y oye a Frida gritar. Otra vez la misma historia. Supuso que se trataba otra vez de lo mismo y ni se molestó en pararse para callar a si hija. Sinceramente ni quería levantarse, y eso fue lo que pasó.
A la mañana siguiente Edith se despierta más temprano de lo normal. Se sirve el desayuno y se va al trabajo.
Luego de su jornada laboral, se sorprende al no ver a Frida leyendo en la sala, ya que a eso solía dedicarse. Edith se sintió mal y decidió ir a hablar con su hija. Subió las escaleras, pasó por el escalofriante retrato de su suegra y tocó la puerta del cuarto de su hija.
-Frida, ¿estás despierta? -dijo en un tono suave. Esperó unos segundos y volvió a llamar- Frida, entiendo cono te sientes, pero creo que tenemos que hablar.
Se impacientó y abrió la puerta, mas no vió a Frida en el cuarto. Se desesperó y comenzó a llamarla por toda la casa. Y no fue hasta unos minutos después que llegó a la conclusión de que Frida no estaba en casa.

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