De lo verdadero y de lo falso.
Tanto me he acostumbrado estos días a separar mi espíritu de los sentidos, y tan exactamentehe advertido que es muy poco lo que sabemos con certeza acerca de las cosas corpóreas, asícomo que sabemos mucho más del espíritu humano, y más aún de Dios, que ahora ya no tendrédificultad en apartar mi pensamiento de la consideración de las cosas sensibles oimaginables, para llevarlo a las que, desprovistas de toda materia, son puramente inteligibles.Y, sin duda, la idea que tengo del espíritu humano, según la cual éste es una cosa pensante,y no una extensa con longitud, anchura, ni profundidad, ni participa de nada de lo quepertenece al cuerpo, es incomparablemente más distinta que la idea de una cosa corpórea. Yse presenta a mi espíritu con tanta claridad la idea de un ser completo e independiente (esdecir, Dios) al considerar que dudo, o sea, que soy incompleto y dependiente, e igualmentecon tanta evidencia concluyo la existencia de Dios y la completa dependencia en que la míaestá respecto de El, partiendo de que aquella idea está en mí, o bien de que yo, poseedor dedicha idea, existo, que no creo que el espíritu humano pueda conocer mejor ninguna otracosa. Y me parece ya que descubro un camino que nos conducirá, desde esta contemplacióndel Dios verdadero (en quien están encerrados todos los tesoros de la ciencia y la sabiduría)al conocimiento de las restantes cosas del universo.Pues, en primer lugar, reconozco que es imposible que Dios me engañe nunca, puesto que entodo fraude y engaño hay una especie de imperfección. Y aunque parezca que tener el poderde engañar es señal de sutileza o potencia, sin embargo, pretender engañar es indicio ciertode debilidad o malicia, y, por tanto, es algo que no puede darse en Dios.Además, experimento en mí cierta potencia para juzgar, que sin duda he recibido de Dios,como todo lo demás que poseo; y supuesto que Dios no quiere engañarme, es ciertoentonces que no me la ha dado para que yerre, si uso bien de ella. Y ninguna duda quedaríasobre esto, si no fuera que parece dar pie a la consecuencia de que no puedo equivocarmenunca; pues, en efecto, si todo lo que tengo lo recibo de Dios, y si Él no me ha dado lafacultad de errar, parece que nunca debo engañarme. Y en verdad, cuando no pienso más queen Dios, no descubro en mí causa alguna de error o falsedad; mas volviendo luego sobre mí,la experiencia me enseña que estoy sujeto a infinidad de errores; y, al buscar la causa de ellos,noto que no se presenta sólo a mi espíritu una real y positiva idea de Dios, o sea, de un serRené Descartes Meditaciones metafísicas31sumamente perfecto, sino también, por decirlo así, cierta idea negativa de la nada, o sea, delo que está infinitamente alejado de toda perfección; y advierto que soy como un términomedio entre Dios y la nada, es decir, colocado de tal suerte entre el supremo ser y el no serque, en cuanto el supremo ser me ha creado, nada hallo en mí que pueda llevarme a error,pero, si me considero como partícipe, en cierto modo, de la nada o el no ser -es decir, encuanto que yo no soy el ser supremo-, me veo expuesto a muchísimos defectos, y así no esde extrañar que yerre.De ese modo, entiendo que el error, en cuanto tal, no es nada real que dependa de Dios, sinosólo una privación o defecto, y, por tanto, que no me hace falta para errar un poder que Diosme haya dado especialmente, sino que yerro porque el poder que Dios me ha dado paradiscernir la verdad no es en mí infinito.Sin embargo, esto no me satisface del todo; pues el error no es una pura negación, o sea, noes la simple privación o carencia de una perfección que no me compete, sino la falta de unconocimiento que de algún modo yo debería poseer. Y, considerando la naturaleza de Dios,no me parece posible que me haya dado alguna facultad que sea imperfecta en su género, esdecir, que carezca de alguna perfección que le sea propia; pues si es cierto que, cuanto másexperto es el artífice, más perfectas y cumplidas son las obras que salen de sus manos, ¿quéser podremos imaginar, producido por ese supremo creador de todas las cosas, que no seaperfecto y acabado en todas sus partes? Y, además, no hay duda de que Dios pudo crearmede tal modo que yo no me equivocase nunca: ¿tendré que concluir que es mejor para mí errarque no errar?Sopesando esto mejor, se me ocurre, primero, que no debo extrañarme si no entiendo por quéhace Dios ciertas cosas, ni debo dudar de su existencia por tener experiencia de muchas sincomprender por qué ni cómo las ha producido Dios. Pues, sabiendo bien que mi naturalezaes débil y limitada en extremo, y que, por el contrario, la de Dios es inmensa, incomprensiblee infinita, nada me cuesta reconocer que Dios puede hacer infinidad de cosas cuyas causassobrepasan el alcance de mi espíritu. Y basta esta razón sola para persuadirme de, que todasesas causas, que suelen postularse en virtud de los fines, de nada valen en el dominio de lascosas físicas; pues no me parece que se pueda, sin temeridad, investigar los impenetrablesfines de Dios.Se me ocurre asimismo que, cuando se indaga si las obras de Dios son perfectas, no debeconsiderarse una sola criatura por separado, sino el conjunto de todas ellas; pues una cosaque no sin razón podría parecer muy imperfecta, si estuviera aislada en el mundo, resulta sermuy perfecta cuando se la considera como una parte del universo. Y aunque yo no heconocido con certeza, desde que me propuse dudar de todo, más que mi existencia y la deDios, sin embargo, como también he reconocido el infinito poder de Dios, me sería imposiblenegar que ha producido muchas otras cosas -o que ha podido, al menos, producirlas-, detal manera que yo exista y esté situado en el mundo como una parte de la totalidad de losseres.René Descartes Meditaciones metafísicas32Tras esto, viniendo a mí propio e indagando cuáles son mis errores (que por sí solos yaarguyen imperfección en mí), hallo que dependen del concurso de dos causas, a saber: de mifacultad de conocer y de mi facultad de elegir -o sea, mi libre arbitrio-; esto es, de mientendimiento y de mi voluntad. Pues, por medio del solo entendimiento, yo no afirmo niniego cosa alguna, sino que sólo concibo las ideas de las cosas que puedo afirmar o negar.Pues bien, considerándolo precisamente así, puede decirse que en él nunca hay error, con talde que se tome la palabra «error» en su significación propia. Y aun cuando tal vez haya enel mundo una infinidad de cosas de las que no tengo idea alguna en mi entendimiento, no porello puede decirse que esté privado de esas ideas como de algo que pertenece en propiedada su naturaleza, sino sólo que no las tiene; pues, en efecto, ninguna razón puede probar queDios haya debido darme una facultad de conocer más amplia que la que me ha dado; y pormuy hábil artífice que lo considere, no tengo por qué pensar que debió poner, en todas y cadauna de sus obras, todas las perfecciones que puede poner en algunas. Tampoco puedoquejarme de que Dios no me haya dado un libre arbitrio, o sea, una voluntad lo bastanteamplia y perfecta, pues claramente siento que no está circunscrita por límite alguno. Y debonotar en este punto que, de todas las demás cosas que hay en mí, ninguna es tan grande yperfecta como para que yo no reconozca que podría serlo más. Pues, por ejemplo, si considerola facultad de entender, la encuentro de muy poca extensión y limitada en extremo, y a untiempo me represento la idea de otra facultad mucho más amplia, y hasta infinita; y por el solohecho de poder representarme su idea, sé sin dificultad que pertenece a la naturaleza de Dios.Del mismo modo, si examino la memoria, la imaginación, o cualquier otra facultad, noencuentro ninguna que no sea en mí harto pequeña y limitada, y en Dios inmensa e infinita.Sólo la voluntad o libertad de arbitrio siento ser en mí tan grande, que no concibo la idea deninguna otra que sea mayor: de manera que ella es la que, principalmente, me hace saber queguardo con Dios cierta relación de imagen y semejanza. Pues aun siendo incomparablementemayor en Dios que en mí, ya en razón del conocimiento y el poder que la acompañan,haciéndola más firme y eficaz, ya en razón del objeto, pues se extiende a muchísimas máscosas, con todo, no me parece mayor, si la considero en sí misma, formalmente y conprecisión. Pues consiste sólo en que podemos hacer o no hacer una cosa (esto es: afirmar onegar, pretender algo o evitarlo); o, por mejor decir, consiste sólo en que, al afirmar o negar,y al pretender o evitar las cosas que el entendimiento nos propone, obramos de manera queno nos sentimos constreñidos por ninguna fuerza exterior. Ya que, para ser libre, no esrequisito necesario que me sean indiferentes los dos términos opuestos de mi elección; ocurremás bien que, cuanto más propendo a uno de ellos -sea porque conozco con certeza queen él están el bien y la verdad, sea porque Dios dispone así el interior de mi pensamiento-tanto más libremente lo escojo. Y, ciertamente, la gracia divina y el conocimiento natural, lejosde disminuir mi libertad, la aumentan y corroboran. Es en cambio aquella indiferencia, queexperimento cuando ninguna razón me dirige a una parte más bien que a otra, el grado ínfimode la libertad, y más bien arguye imperfección en el conocimiento, que perfección en laRené Descartes Meditaciones metafísicas33voluntad; pues, de conocer yo siempre con claridad lo que es bueno y verdadero, nunca metomaría el trabajo de deliberar acerca de mi elección o juicio, y así sería por completo libre, sinser nunca indiferente.Por todo ello, reconozco que no son causa de mis errores, ni el poder de querer por sí mismo,que he recibido de Dios y es amplísimo y perfectísimo en su género, ni tampoco el poder deentender, pues como lo concibo todo mediante esta potencia que Dios me ha dado paraentender, sin duda todo cuanto concibo lo concibo rectamente, y no es posible que en estome engañe.¿De dónde nacen, pues mis errores? Sólo de esto: que, siendo la voluntad más amplia que elentendimiento, no la contengo dentro de los mismos límites que éste, sino que la extiendotambién a las cosas que no entiendo, y, siendo indiferente a éstas, se extravía con facilidad,y escoge el mal en vez del bien, o lo falso en. vez de lo verdadero. Y ello hace que me engañey peque.Así, por ejemplo, cuando estos días pasados examinaba yo si existía algo en el mundo, yvenía a saber que, del solo hecho de examinar dicha cuestión, se seguía con toda evidenciaque yo mismo existía, no pude por menos de juzgar que una cosa que yo concebía con tantaclaridad era verdadera, y no porque a ello me forzara causa alguna exterior, sino sólo porque,de una gran claridad que había en mi entendimiento, derivó una fuerte inclinación en mivoluntad; y con tanta mayor libertad llegué a creer, cuanta menor fue mi indiferencia. Por elcontrario, en este momento ya no sé sólo que existo en cuanto cosa pensante, sino que seofrece también a mi espíritu cierta idea acerca de la naturaleza corpórea; pues bien, ello haceque dude de si esta naturaleza pensante que está en mí, o mejor, por la que soy lo que soy,es diferente de esa naturaleza corpórea, o bien las dos son una y la misma cosa. Y supongoaquí que todavía no conozco ninguna razón que me persuada de lo uno más bien que de lootro: de donde se sigue que soy del todo indiferente a afirmarlo o negarlo, o incluso aabstenerme de todo juicio.Y dicha indiferencia no se aplica sólo a las cosas de las que el entendimiento no tieneconocimiento alguno, sino, en general, a todas aquellas que no concibe con perfecta claridad,en el momento en que la voluntad delibera; pues, por probables que sean las conjeturas queme inclinan a juzgar acerca de algo, basta ese solo conocimiento que tengo, según el cual sonconjeturas, y no razones ciertas e indudables, para darme ocasión de juzgar lo contrario. Estolo he experimentado suficientemente en los días pasados, cuando he considerado falso todolo que antes tenía por verdadero, en virtud sólo de haber notado que podía dudarse de algúnmodo de ello.Ahora bien, si me abstengo de dar mi juicio acerca de una cosa, cuando no la concibo conbastante claridad y distinción, es evidente que hago muy bien, y que no estoy engañándome;pero si me decido a negarla o a afirmarla, entonces no uso como es debido de mi libre arbitrio;y, si afirmo lo que no es verdadero, es evidente que me engaño; y hasta cuando resulta serverdadero mi juicio, ello ocurrirá por azar, y no dejo por ello de hacer mal uso de mi libreRené Descartes Meditaciones metafísicas34arbitrio y de equivocarme, pues la luz natural nos enseña que el conocimiento delentendimiento debe siempre preceder a la determinación de la voluntad. Y en ese mal uso dellibre arbitrio está la privación que constituye la forma del error. Digo que la privación resideen la operación, en cuanto que ésta procede de mí, y no en la facultad que he recibido deDios, ni siquiera en la operación misma, en cuanto que ésta depende de El. Pues no deboquejarme porque Dios no me haya dado una inteligencia o una luz natural mayores de las queme ha dado, ya que, en efecto, es propio del entendimiento finito no comprender muchascosas, y es a su vez propio de un entendimiento creado el ser finito; más bien tengo motivospara agradecerle que, no debiéndome nada, me haya dado sin embargo las pocas perfeccionesque hay en mí, en vez de concebir sentimientos tan injustos como el de imaginar que me haquitado o retenido indebidamente las demás perfecciones que no me ha dado. Tampoco deboquejarme porque me haya dado una voluntad más amplia que el entendimiento, puesto que,consistiendo la voluntad en una sola cosa y siendo, por así decirlo, indivisible, parece quesu naturaleza es tal que no podría quitársele algo sin destruirla; y, sin duda, cuanto másgrande resulte ser, tanto más agradecido debo estar a la bondad de quien me la ha dado. Y,por último, tampoco tengo motivo de queja porque Dios concurra conmigo para formar losactos de esa voluntad, es decir, los juicios, que hago erróneamente, puesto que esos actos,en tanto dependen de Dios, son enteramente verdaderos y absolutamente buenos; y, encierto modo, hay más perfección en mi naturaleza por el hecho de poder formarlos, que si nopudiese hacerlo. En cuanto a la privación, que es lo único en que consiste la razón formal delerror y el pecado, no necesita concurso alguno de Dios, pues no es una cosa o un ser; y, sila referimos a Dios como a su causa, entonces no debe ser llamada privación, sino sólonegación, según el significado que la Escuela da a estas palabras.En efecto, no hay imperfección en Dios por haberme otorgado la libertad de dar o no dar mijuicio acerca de cosas de las que no tengo conocimiento claro en mi entendimiento; pero síla hay en mí por no usar bien de esa libertad, y dar temerariamente mi juicio acerca de cosasque sólo concibo como oscuras y confusas.Con todo, veo que hubiera sido fácil para Dios proceder de manera que yo no me equivocasenunca, sin por ello dejar de ser libre y de tener limitaciones en mi conocimiento, a saber:dando a mi entendimiento una clara y distinta inteligencia de aquellas cosas que hubieran deser materia de mi deliberación, o bien, sencillamente, grabando tan profundamente en mimemoria la resolución de no juzgar nunca de nada sin concebirlo clara y distintamente, quejamás pudiera olvidarla. Y fácilmente advierto que, en cuanto me considero aislado, como sinada más que yo existiese en el mundo, yo habría sido mucho más perfecto si Dios me hubieracreado de manera que jamás incurriese en error. Mas no por ello puedo negar que haya, encierto modo, más perfección en el universo, siendo algunas de sus partes defectuosas y otrasno, que si todas fuesen iguales. Y no tengo ningún derecho a quejarme de que Dios, alponerme en el mundo, no me haya hecho la cosa más noble y perfecta de todas. Más biendebo estar contento porque, si bien no me ha dado la virtud de no errar, mediante el primeroRené Descartes Meditaciones metafísicas35de los medios que he citado, que es el de darme un conocimiento claro y evidente de todaslas cosas sujetas a mi deliberación, al menos ha dejado en mi poder el otro medio: conservarfirmemente la resolución de no dar nunca mi juicio acerca de cosas cuya verdad no me seaclaramente conocida. Pues aunque advierto en mí la flaqueza de no poder mantenercontinuamente fijo mi espíritu en un solo pensamiento, puedo, sin embargo, por medio de unameditación atenta y muchas veces reiterada, grabármelo en la memoria con tal fuerza quenunca deje de acordarme de él cuando lo necesite, adquiriendo de esta suerte el hábito de noerrar, Y como en eso consiste la mayor y más principal perfección del hombre, estimo que, alhaber descubierto la causa de la falsedad y el error, no ha sido poco lo que he ganado conesta meditación.Y, sin duda, no puede haber otra causa que la que he explicado; pues siempre que contengomi voluntad en los límites de mi conocimiento, sin juzgar más que de las cosas que elentendimiento le representa como claras y distintas, es imposible que me engañe, porque todaconcepción clara y distinta es algo real y positivo, y por tanto no puede tomar su origen dela nada, sino que debe necesariamente tener a Dios por autor, el cual, siendo sumamenteperfecto, no puede ser causa de error alguno; y, por consiguiente, hay que concluir que unatal concepción o juicio es verdadero.Por lo demás, no sólo he aprendido hoy lo que debo evitar para no errar, sino también lo quedebo hacer para alcanzar el conocimiento de la verdad. Pues sin duda lo alcanzaré, si detengolo bastante mi atención en todas las cosas que conciba perfectamente, y las separo de todasaquellas que sólo conciba de un modo confuso y oscuro. Y de ello me cuidaré en lo sucesivo.
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Meditaciones Metafísicas -René Descartes
RandomMeditaciones acerca de la filosofía primera, la distinción real entre el alma y el cuerpo del hombre.