De la esencia de las cosas materiales; y otra vez de la existencia de Dios.
Me quedan muchas otras cosas por examinar, tocantes a los atributos de Dios y a mi propianaturaleza, es decir, la de mi espíritu: pero acaso trate de ellas en otra ocasión. Pues lo que meurge ahora (tras haber advertido lo que hay que hacer o evitar para alcanzar el conocimientode la verdad) es tratar de librarme de todas las dudas que me han asaltado en días pasados,y ver si se puede conocer algo cierto tocante a las cosas materiales.Pero antes de examinar si tales cosas existen fuera de mí, debo considerar sus ideas, encuanto que están en mi pensamiento, y ver cuáles son distintas y cuáles confusas.En primer lugar, imagino distintamente esa cantidad que los filósofos llaman comúnmentecantidad continua, o sea, la extensión —con longitud, anchura y profundidad— que hay enesa cantidad, o más bien en la cosa a la que se le atribuye. Además, puedo enumerar en elladiversas partes, y atribuir a cada una de esas partes toda suerte de magnitudes, figuras,situaciones y movimientos; y, por último, puedo asignar a cada uno de tales movimientostoda suerte de duraciones.Y no sólo conozco con distinción esas cosas, cuando las considero en general, sino quetambién, a poca atención que ponga, concibo innumerables particularidades respecto de losnúmeros, las figuras, los movimientos, y cosas semejantes, cuya verdad es tan manifiesta yse acomoda tan bien a mi naturaleza, que, al empezar a descubrirlas, no me parece aprendernada nuevo, sino más bien que me acuerdo de algo que ya sabía antes; es decir, que percibocosas que estaban ya en mí espíritu, aunque aún no hubiese parado mientes en ellas.Y lo que encuentro aquí más digno de nota es que hallo en mí infinidad de ideas de ciertascosas, cuyas cosas no pueden ser estimadas como una pura nada, aunque tal vez no tenganexistencia fuera de mi pensamiento, y que no son fingidas por mí, aunque yo sea libre depensarlas o no; sino que tienen naturaleza verdadera e inmutable. Así, por ejemplo, cuandoimagino un triángulo, aun no existiendo acaso una tal figura en ningún lugar, fuera de mípensamiento, y aun cuando jamás la haya habido, no deja por ello de haber cierta naturaleza,o forma, o esencia de esa figura, la cual es inmutable y eterna, no ha sido inventada por mí yno depende en modo alguno de mi espíritu; y ello es patente porque pueden demostrarsediversas propiedades de dicho triángulo —a saber, que sus tres ángulos valen dos rectos,que el ángulo mayor se opone al lado mayor, y otras semejantes—, cuyas propiedades,René Descartes Meditaciones metafísicas37quiéralo o no, tengo que reconocer ahora que están clarísima y evidentísimamente en él,aunque anteriormente no haya pensado de ningún modo en ellas, cuando por vez primeraimaginé un triángulo, y, por tanto, no puede decirse que yo las haya fingido o inventad.Y nada valdría objetar en este punto que acaso dicha idea del triángulo haya entrado en miespíritu por la mediación de mis sentidos, a causa de haber visto yo alguna vez cuerpos defigura triangular; puesto que yo puedo formar en mi espíritu infinidad de otras figuras, de lasque no quepa sospechar ni lo más mínimo que hayan sido objeto de mis sentidos, y no porello dejo de poder demostrar ciertas propiedades que atañen a su naturaleza, las cuales debenser sin duda ciertas, pues las concibo con claridad. Y, por tanto, son algo, y no una puranada; pues resulta evidentísimo que todo lo que es verdadero es algo, y más arriba hedemostrado ampliamente que todo lo que conozco con claridad y distinción es verdadero. Yaunque no lo hubiera demostrado, la naturaleza de mi espíritu es tal, que no podría por menosde estimarlas verdaderas, mientras las concibiese con claridad y distinción. Y recuerdo que,hasta cuando estaba aún fuertemente ligado a los objetos de los sentidos, había contado enel número de las verdades más patentes aquellas que concebía con claridad y distincióntocante a las figuras, los números y demás cosas atinentes a la aritmética y la geometría.Pues bien, si del hecho de poder yo, sacar de mi pensamiento la idea de una cosa, se sigueque todo cuanto percibo clara y distintamente que pertenece a dicha cosa, le pertenece enefecto, ¿no puedo extraer de ahí un argumento que pruebe la existencia de Dios? Ciertamente,yo hallo en mí su idea —es decir, la idea de un ser sumamente perfecto—, no menos que hallola de cualquier figura o número; y no conozco con menor claridad y distinción que pertenecea su naturaleza una existencia eterna, de como conozco que todo lo que puedo demostrar dealguna figura o número pertenece verdaderamente a la naturaleza de éstos. Y, por tanto,aunque nada de lo que he concluido en las Meditaciones precedentes fuese verdadero, yodebería tener la existencia de Dios por algo tan cierto, como hasta aquí he considerado lasverdades de la matemática, que no atañen sino a números y figuras; aunque, en verdad, ellono parezca al principio del todo patente, presentando más bien una apariencia de sofisma.Pues teniendo por costumbre, en todas las demás cosas, distinguir entre la existencia y laesencia, me persuado fácilmente de que la existencia de Dios puede separarse de su esencia,y que, de este modo, puede concebirse a Dios como no existiendo actualmente. Pero, sinembargo, pensando en ello con más atención, hallo que la existencia y la esencia de Dios sontan separables como la esencia de un triángulo rectilíneo y el hecho de que sus tres ángulosvalgan dos rectos, o la idea de montaña y la de valle; de suerte que no repugna menosconcebir un Dios (es decir, un ser supremamente perfecto) al que le falte la existencia (esdecir, al que le falte una perfección), de lo que repugna concebir una montaña a la que le falteel valle.Pero aunque, en efecto, yo no pueda concebir un Dios sin existencia, como tampoco unamontaña sin valle, con todo, como de concebir una montaña con valle no se sigue que hayamontaña alguna en el mundo, parece asimismo que de concebir a Dios dotado de existenciaRené Descartes Meditaciones metafísicas38no se sigue que haya Dios que exista: pues mi pensamiento no impone necesidad alguna alas cosas; y así como me es posible imaginar un caballo con alas, aunque no haya ningunoque las tenga, del mismo modo podría quizá atribuir existencia a Dios, aunque no hubiera unDios existente.Pero no es así: precisamente bajo la apariencia deesa objeción es donde hay un sofismaoculto. Pues del hecho de no poder concebir una montaña sin valle, no se sigue que haya enel mundo montaña ni valle alguno, sino sólo que la montaña y el valle, háyalos o no, nopueden separarse uno de otro; mientras que, del hecho de no poder concebir, a Dios, sin laexistencia, se sigue que la existencia es inseparable de El, y, por tanto, que verdaderamenteexiste. Y no se trata de que mi pensamiento pueda hacer que ello sea así, ni de que impongaa las cosas necesidad alguna; sino que, al contrario, es la necesidad de la cosa misma —asaber, de la existencia de Dios— la que determina a mi pensamiento para que piense eso. Puesyo no soy libre de concebir un Dios sin existencia (es decir, un ser sumamente perfecto sinperfección suma), como sí lo soy de imaginar un caballo sin alas o con ellas.Y tampoco puede objetarse que no hay más remedio que declarar que existe Dios tras habersupuesto que posee todas las perfecciones, siendo una de ellas la existencia, pero que esasuposición primera no era necesaria; como no es necesario pensar que todas las figuras decuatro lados pueden inscribirse en el círculo, pero, si yo supongo que sí, no tendré másremedio que decir que el rombo puede inscribirse en el círculo, y así me veré obligado adeclarar una cosa falsa. Digo que esto no puede alegarse como objeción, pues, aunque desdeluego no es necesario que yo llegue a tener alguna vez en mi pensamiento la idea de Dios, sinembargo, si efectivamente ocurre que dé en pensar en un ser primero y supremo, y en sacarsu idea, por así decirlo, del tesoro de mi espíritu, entonces sí es necesario que le atribuya todasuerte de perfecciones, aunque no las enumere todas ni preste mi atención a cada una de ellasen particular. Y esta necesidad basta para hacerme concluir (luego de haber reconocido quela existencia es una perfección) que ese ser primero y supremo existe verdaderamente; deaquel modo, tampoco es necesario que yo imagine alguna vez un triángulo, pero, cuantasveces considere una figura rectilínea compuesta sólo de tres ángulos, sí será absolutamentenecesario que le atribuya todo aquello de lo que se infiere que sus tres ángulos valen dosrectos, y esta atribución será implícitamente necesaria, aunque explícitamente no me dé cuentade ella en el momento de considerar el triángulo. Pero cuando examino cuáles son las figurasque pueden inscribirse en un círculo, no es necesario en modo alguno pensar que todas lasde cuatro lados son capaces de ello; por el contrario, ni siquiera podré suponer fingidamenteque así ocurra, mientras no quiera admitir en mi pensamiento nada que no entienda conclaridad y distinción. Y, por consiguiente, hay gran diferencia entre las suposiciones falsas,como lo es ésta, y las ideas verdaderas nacidas conmigo, de las cuales es la de Dios la primeray principal.Pues, en efecto, vengo a conocer de muchas maneras que esta idea no es algo fingido oinventado, dependiente sólo de mi pensamiento, sino la imagen de una naturaleza verdaderaRené Descartes Meditaciones metafísicas39e inmutable. En primer lugar, porque, aparte Dios, ninguna otra cosa puedo concebir a cuyaesencia pertenezca necesariamente la existencia. En segundo lugar, porque me es imposibleconcebir dos o más dioses de la misma naturaleza, y, dado que haya uno que exista ahora, veocon claridad que es necesario que haya existido antes desde toda la eternidad, y que existaeternamente en el futuro. Y, por último, porque conozco en Dios muchas otras cosas que nopuedo disminuir ni cambiar en nada.Por lo demás, cualquiera que sea el argumento de que me sirva, siempre se vendrá a parar alo mismo: que sólo tienen el poder de persuadirme por entero las cosas que concibo clara ydistintamente. Y aunque entre éstas, sin duda, hay algunas manifiestamente conocidas detodos, y otras que sólo se revelan a quienes las consideran más de cerca y las investigan condiligencia, el caso es que, una vez descubiertas, no menos ciertas son las unas que las otras.Así, por ejemplo, aunque no sea a primera vista tan patente que, en todo triángulo rectángulo,el cuadrado de la base es igual a la suma de los cuadrados de los otros dos lados, como que,en ese mismo triángulo, la base está opuesta al ángulo mayor, sin embargo, una vez sabidolo primero, vemos que es tan verdadero como lo segundo. Y por lo que a Dios toca, es ciertoque si mi espíritu estuviera desprovisto de algunos prejuicios, y mi pensamiento no fueradistraído por la continua presencia de las imágenes de las cosas sensibles, nada conoceríaprimero ni más fácilmente que a Él. Pues ¿hay algo más claro y manifiesto que pensar que hayun Dios, es decir, un ser supremo y perfecto, el único en cuya idea está incluida la existencia,y que, por tanto, existe?Y aunque haya necesitado una muy atenta consideración para concebir esa verdad, sinembargo, ahora, no sólo estoy seguro de ella como de la cosa más cierta, sino que, además,advierto que la certidumbre de todas las demás cosas depende de ella tan por completo, quesin ese conocimiento sería imposible saber nunca nada perfectamente.Pues aunque mi naturaleza es tal que, nada más comprender una cosa muy clara ydistintamente, no puedo dejar de creerla verdadera, sin embargo, como también mi naturalezame lleva a no poder fijar siempre mi espíritu en una misma cosa, y me acuerdo a menudo dehaber creído verdadero algo cuando ya he cesado de considerar las razones que yo tenía paracreerlo tal, puede suceder que en ese momento se me presenten otras razones que me haríancambiar fácilmente de opinión, si no supiese que hay Dios. Y así nunca sabría nada a cienciacierta, sino que tendría tan sólo opiniones vagas e inconstantes. Así, por ejemplo, cuandoconsidero la naturaleza del triángulo, sé con evidencia, pues estoy algo versado en geometría,que sus tres ángulos valen dos rectos, y no puedo por menos de creerlo, mientras está atentomi pensamiento a la demostración; pero tan pronto como esa atención se desvía, aunque meacuerde de haberla entendido claramente, no es difícil que dude de la verdad de aquellademostración, si no sé que hay Dios. Pues puedo convencerme de que la naturaleza me hahecho de tal manera que yo pueda engañarme fácilmente, incluso en las cosas que creocomprender con más evidencia y certeza; y a ello me persuade sobre todo el acordarme dehaber creído a menudo que eran verdaderas y ciertas muchas cosas, que luego otras razonesRené Descartes Meditaciones metafísicas40distintas me han llevado a juzgar absolutamente falsas.Pero tras conocer que hay un Dios, y a la vez que todo depende de El, y que no es falaz, y,en consecuencia, que todo lo que concibo con claridad y distinción no puede por menos deser verdadero, entonces, aunque ya no piense en las razones por las que juzgué que esto eraverdadero, con tal de que recuerde haberlo comprendido clara y distintamente, no se mepuede presentar en contra ninguna razón que me haga ponerlo en duda, y así tengo de ellouna ciencia verdadera y cierta. Y esta misma ciencia se extiende también a todas las demáscosas que recuerdo haber demostrado antes, como, por ejemplo, a las verdades de lageometría y otras semejantes; pues ¿qué podrá objetárseme para obligarme a ponerlas enduda? ¿Se me dirá que mi naturaleza es tal que estoy muy sujeto a equivocarme? Pero ya séque no puedo engañarme en los juicios cuyas razones conozco con claridad. ¿Se me dirá que,en otro tiempo, he considerado verdaderas muchas cosas que luego he reconocido ser falsas?Pero no había conocido clara y distintamente ninguna de ellas, e ignorando aún esta regla queme asegura la verdad, había sido impelido a creerlas por razones que he reconocido despuésser menos fuertes de lo que me había imaginado. ¿Qué otra cosa podrá oponérseme? ¿Acasoque estoy durmiendo (como yo mismo me había objetado anteriormente), o sea, que lospensamientos que ahora tengo no son más verdaderos que las ensoñaciones que imaginoestando dormido? Pero aun cuando yo soñase, todo lo que se presenta a mi espíritu conevidencia es absolutamente verdadero.Y así veo muy claramente que la certeza y verdad de toda ciencia dependen sólo delconocimiento del verdadero Dios; de manera que, antes de conocerlo, yo no podía saber conperfección cosa alguna. Y ahora que lo conozco, tengo el medio de adquirir una cienciaperfecta acerca de infinidad de cosas: y no sólo acerca de Dios mismo, sino también de lanaturaleza corpórea, en cuanto que ésta es objeto de la pura matemática, que no se ocupa dela existencia del cuerpo.
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Meditaciones Metafísicas -René Descartes
RandomMeditaciones acerca de la filosofía primera, la distinción real entre el alma y el cuerpo del hombre.