De la existencia de las cosas materiales, y de la distinción real entre el alma y el cuerpo.
Sólo me queda por examinar si hay cosas materiales. Y ya sé que puede haberlas, al menos,en cuanto se las considera como objetos de la pura matemática, puesto que de tal suerte lasconcibo clara y distintamente. Pues no es dudoso que Dios pueda producir todas las cosasque soy capaz de concebir con distinción; y nunca he juzgado que le fuera imposible haceruna cosa, a no ser que ésta repugnase por completo a una concepción distinta. Además lafacultad de imaginar que hay en mí, y que yo uso, según veo por experiencia, cuando meocupo en la consideración de las cosas materiales, es capaz de convencerme de su existencia;pues cuando considero atentamente lo que sea la imaginación, hallo que no es sino ciertaaplicación de la facultad cognoscitiva al cuerpo que le está íntimamente presente, y que, portanto, existe.Y para manifestar esto con mayor claridad, advertiré primero la diferencia que hay entre laimaginación y la pura intelección o concepción. Por ejemplo: cuando imagino un triángulo,no lo entiendo sólo como figura compuesta de tres líneas, sino que, además, considero esastres líneas como presentes en mí, en virtud de la fuerza interior de mi espíritu: y a esto,propiamente, llamo «imaginar». Si quiero pensar en un quiliógono, entiendo que es una figurade mil lados tan fácilmente como entiendo que un triángulo es una figura que consta de tres;pero no puedo imaginar los mil lados de un quiliógono como hago con los tres del triángulo,ni, por decirlo así, contemplarlos como presentes con los ojos de mi espíritu. Y si bien,siguiendo el hábito que tengo de usar siempre de mi imaginación, cuando pienso en las cosascorpóreas, es cierto que al concebir un quiliógono me represento confusamente cierta figura,es sin embargo evidente que dicha figura no es un quiliógono, puesto que en nada difiere dela que me representaría si pensase en un miríágono, o en cualquier otra figura de muchoslados, y de nada sirve para descubrir las propiedades por las que el quiliógono difiere de losdemás polígonos. Mas si se trata de un pentágono, es bien cierto que puedo entender sufigura, como la de un quiliógono, sin recurrir a la imaginación; pero también puedo imaginarlaaplicando la fuerza de mi espíritu a sus cinco lados, y a un tiempo al espacio o área queencierran. Así conozco claramente que necesito, para imaginar, una peculiar tensión delánimo, de la que no hago uso para entender o concebir; y esa peculiar tensión del ánimomuestra claramente la diferencia entre la imaginación y la pura intelección o concepción.René Descartes Meditaciones metafísicas43Advierto, además, que esta fuerza imaginativa que hay en mí, en cuanto que difiere de mifuerza intelectiva, no es en modo alguno necesaria a mi naturaleza o esencia; pues, aunqueyo careciese de ella, seguiría siendo sin duda el mismo que soy: de lo que parece que puedeconcluirse que depende de alguna cosa distinta de mí. Y concibo fácilmente que si existealgún cuerpo al que mi espíritu esté tan estrechamente unido que pueda, digámoslo así,mirarlo en su interior siempre que quiera, es posible que por medio de él imagine las cosascorpóreas. De suerte que esta manera de pensar difiere de la pura intelección en que elespíritu, cuando entiende o concibe, se vuelve en cierto modo sobre sí mismo, y consideraalguna de las ideas que en sí tiene, mientras que, cuando imagina, se vuelve hacia el cuerpoy considera en éste algo que es conforme, o a una idea que el espíritu ha concebido por símismo, o a una idea que ha percibido por los sentidos. Digo que concibo fácilmente que laimaginación pueda formarse de este modo, si es cierto que hay cuerpos; y como no puedoencontrar otro camino para explicar cómo se forma, conjeturo que probablemente haycuerpos; pero ello es sólo probable, y, por más que examino todo con mucho cuidado, no veocómo puedo sacar, de esa idea distinta de la naturaleza corpórea que tengo en mi imaginación,argumento alguno que necesariamente concluya la existencia de un cuerpo.Ahora bien: me he habituado a imaginar otras muchas cosas, además de esa naturalezacorpórea que es el objeto de la pura matemática, como son los colores, los sonidos, lossabores, el dolor y otras semejantes, si bien de un modo menos distinto. Y como percibomucho mejor esas cosas por los sentidos, los cuales, junto con la memoria, parecen haberlastraído a mi imaginación, creo que, para examinarlas con mayor comodidad, bien estará queexamine al propio tiempo qué sea sentir, y que vea si me es posible extraer alguna pruebacierta de la existencia de las cosas corpóreas, a partir de las ideas que recibo en mi espíritumediante esa manera de pensar que llamo «sentir».Primeramente recordaré las cosas que, recibidas por los sentidos, tuve antes por verdaderas,y los fundamentos en que se apoyaba mi creencia; luego examinaré las razones que me hanobligado, más tarde, a ponerlas en duda. Y, por último, consideraré lo que debo creer ahora.Así pues, sentí primero que tenía una cabeza, manos, pies, y todos los demás miembros deque está compuesto este cuerpo que yo consideraba como una parte de mí mismo, y hasta—acaso— como el todo. Además, sentí que este cuerpo estaba colocado entre otros muchos,de los que podía recibir diversas ventajas e inconvenientes; y advertía las ventajas por ciertosentimiento de placer, y las desventajas por un sentimiento de dolor. Además de placer y dolor,sentía en mí también hambre, sed y otros apetitos similares, así como también ciertasinclinaciones corporales hacia la alegría, la tristeza, la cólera y otras pasiones. Y fuera de mí,además de la extensión, las figuras y los movimientos de los cuerpos, notaba en ellos dureza,calor, y demás cualidades perceptibles por el tacto. Asimismo, sentía la luz, los colores,olores, sabores y sonidos, cuya variedad me servía para distinguir el cielo, la tierra, el mar, y,en general, todos los demás cuerpos entre sí.Y no me faltaba razón, por cierto, cuando, al considerar las ideas de todas esas cualidades queRené Descartes Meditaciones metafísicas44se ofrecían a mi pensamiento, y que eran las únicas que yo sentía propia e inmediatamente,creía sentir cosas completamente distintas de ese pensamiento mío, a saber: unos cuerpos dedonde procedían tales ideas. Pues yo experimentaba que éstas se presentaban sin pedirmepermiso, de tal manera que yo no podía sentir objeto alguno, por mucho que quisiera, si ésteno se hallaba presente al órgano de uno de mis sentidos; y, si se hallaba presente, tampocoestaba en mí poder no sentirlo.Y puesto que las ideas que yo recibía por medio de los sentidos eran mucho más vívidas,expresas, y hasta más distintas —a su manera— que las que yo mismo podía fingirmeditando, o las que encontraba impresas en mi memoria, parecía entonces que aquéllas nopodían provenir de mi espíritu: así que era necesario que algunas otras cosas las causaran enmí. Y no teniendo de dichas cosas otro conocimiento que el que me suministraban esasmismas ideas, por fuerza tenía que dar en pensar que las primeras se asemejaban a lassegundas.Y como recordaba, asimismo, que había usado de los sentidos antes que de la razón, yreconocía que las ideas que yo formaba por mí mismo no sólo eran menos expresas que lasrecibidas por medio de los sentidos, sino que las más de las veces estaban inclusocompuestas de partes procedentes de estas últimas, me persuadía con facilidad de que notenía en el entendimiento idea alguna que antes no hubiera tenido en el sentidoTampoco me faltaba razón para creer que este cuerpo (al que por cierto derecho especialllamaba «mío») me pertenecía más propia y estrictamente que otro cuerpo cualquiera. Pues,en efecto, yo no podía separarme nunca de él como de los demás cuerpos; en él y por élsentía todos mis apetitos y afecciones; y era en su partes —y no en las de otros cuerpos deél separados— donde advertía yo los sentimientos de placer y de dolor.Mas cuando examinaba por qué a cierta sensación de dolor sigue en el espíritu la tristeza, yla alegría a la sensación de placer, o bien por qué cierta excitación del estómago, que llamohambre, nos produce ganas de comer, y la sequedad de garganta nos da ganas de beber, nopodía dar razones de ello, a no ser que la naturaleza así me lo enseñaba; pues no hay,ciertamente, afinidad ni relación algunas (al menos, a lo que entiendo) entre la excitación delestómago y el deseo de comer, como tampoco entre la sensación de la cosa que origina dolory el pensamiento de tristeza que dicha sensación produce. Y, del mismo modo, me parecíahaber aprendido de la naturaleza todas las demás cosas que juzgaba tocante a los objetos demis sentidos, pues advertía que los juicios que acerca de esos objetos solía hacer seformaban en mí antes de tener yo tiempo de considerar y sopesar las razones que pudieranobligarme a hacerlos.Más tarde, diversas experiencias han ido demoliendo el crédito que había otorgado a missentidos. Pues muchas veces he observado que una torre, que de lejos me había parecidoredonda, de cerca aparecía cuadrada, y que estatuas enormes, levantadas en lo más alto deesas torres, me parecían pequeñas, vistas desde abajo. Y así, en otras muchas ocasiones, heencontrado erróneos los juicios fundados sobre los sentidos externos. Y no sólo sobre losRené Descartes Meditaciones metafísicas45externos, sino aun sobre los internos; pues ¿hay cosa más íntima o interna que el dolor? Y,sin embargo, me dijeron hace tiempo algunas personas a quienes habían cortado brazos opiernas, que les parecía sentir a veces dolor en la parte cortada; ello me hizo pensar que nopodía tampoco estar seguro de que algún miembro me doliese, aunque sintiese dolor en él.A estas razones para dudar añadí más tarde otras dos muy generales. La primera: que todolo que he creído sentir estando despierto, puedo también creer que lo siento estandodormido; y como no creo que las cosas que me parece sentir, cuando duermo, procedan deobjetos que estén fuera de mí, no veía por qué habría de dar más crédito a las que me parecesentir cuando estoy despierto. Y la segunda: que no conociendo aún —o más bien fingiendono conocer— al autor de mi ser, nada me parecía oponerse a que yo estuviera por naturalezaconstituido de tal modo que me engañase hasta en las cosas que me parecían más verdaderas.Y en cuanto a las razones que me habían antes persuadido de la verdad de las cosassensibles, no me costó gran trabajo refutarlas. Pues como la naturaleza parecía conducirmea muchas cosas de que la razón me apartaba, juzgué que no debía confiar mucho en lasenseñanzas de esa naturaleza. Y aunque las ideas que recibo por los sentidos no dependierande mi voluntad, no pensé que de ello debiera concluirse que procedían de cosas diferentesde mí mismo, puesto que acaso pueda hallarse en mí cierta facultad (bien que desconocidapara mí hasta hoy) que sea su causa y las produzca.Ahora, empero, como ya empiezo a conocerme mejor, y a descubrir con más claridad al autorde mi origen, ciertamente sigo sin pensar que deba admitir, temerariamente, todas las cosasque los sentidos parecen enseñarnos, pero tampoco creo que tenga que dudar de todas ellasen general.En primer lugar, puesto que ya sé que todas las cosas que concibo clara y distintamentepueden ser producidas por Dios tal y como las concibo, me basta con poder concebir claray distintamente una cosa sin otra, para estar seguro de que la una es diferente de la otra, yaque, al menos en virtud de la omnipotencia de Dios, pueden darse separadamente, y entoncesya no importa cuál sea la potencia que produzca esa separación, para que me sea forzosoestimarlas como diferentes. Por lo tanto, como sé de cierto que existo, y, sin embargo, noadvierto que convenga necesariamente a mi naturaleza o esencia otra cosa que ser cosapensante, concluyo rectamente que mi esencia consiste sólo en ser una cosa que piensa, ouna substancia cuya esencia o naturaleza toda consiste sólo en pensar. Y aunque acaso (omejor, con toda seguridad, como diré en seguida) tengo un cuerpo al que estoyestrechamente unido, con todo, puesto que, por una parte, tengo una idea clara y distinta demí mismo, en cuanto que yo soy sólo una cosa que piensa —y no extensa—, y, por otra parte,tengo una idea distinta del cuerpo, en cuanto que él es sólo una cosa extensa —y nopensante—, es cierto entonces que ese yo (es decir, mi alma, por la cual soy lo que soy), esenteramente distinto de mi cuerpo, y que puede existir sin él.Además, encuentro en mí ciertas facultades de pensar especiales, y distintas de mí, como lasde imaginar y sentir, sin las cuales puedo muy bien concebirme por completo, clara yRené Descartes Meditaciones metafísicas46distintamente, pero, en cambio, ellas no pueden concebirse sin mí, es decir, sin unasubstancia inteligente en la que están ínsitas. Pues la noción que tenemos de dichasfacultades, o sea (para hablar en términos de la escuela), su concepto formal, incluye de algúnmodo la intelección: por donde concibo que las tales son distintas de mí; así como las figuras,los movimientos, y demás modos o accidentes de los cuerpos, son distintos de los cuerposmismos que los soportan.También reconozco haber en mí otras facultades, como cambiar de sitio, de postura, y otrassemejantes, que como las precedentes, tampoco pueden concebirse sin alguna substancia enla que estén ínsitas, ni, por consiguiente, pueden existir sin ella; pero es evidente que talesfacultades, si en verdad existen, deben estar ínsitas en una substancia corpórea, o sea,extensa, y no en una substancia inteligente, puesto que en su concepto claro y distinto estácontenida de algún modo la extensión, pero no la intelección. Hay, además, en mí ciertafacultad pasiva de sentir, esto es, de recibir y reconocer las ideas de las cosas sensibles; peroesa facultad me sería inútil y ningún uso podría hacer de ella, si no hubiese, en mí o en algúnotro, una facultad activa, capaz de formar y producir dichas ideas. Ahora bien: esta facultadactiva no puede estar en mí en tanto que yo no soy más que una cosa que piensa, pues nopresupone mi pensamiento, y además aquellas ideas se me representan a menudo sin que yocontribuya en modo alguno a ello, y hasta a despecho de mi voluntad; por lo tanto, debe estarnecesariamente en una substancia distinta de mí mismo, en la cual esté contenida formal oeminentemente (como he observado más arriba) toda la realidad que está objetivamente enlas ideas que dicha facultad produce. Y esa substancia será, o bien un cuerpo (es decir, unanaturaleza corpórea, en la que está contenido formal y efectivamente todo lo que está en lasideas objetivamente o por representación), o bien Dios mismo, o alguna otra criatura másnoble que el cuerpo, en donde esté contenido eminentemente eso mismo.Pues bien: no siendo Dios falaz, es del todo manifiesto que no me envía esas ideasinmediatamente por sí mismo, ni tampoco por la mediación de alguna criatura, en la cual larealidad de dichas ideas no esté contenida formalmente, sino sólo eminentemente. Pues, nohabiéndome dado ninguna facultad para conocer que eso es así (sino, por el contrario, unafortísima inclinación a creer que las ideas me son enviadas por las cosas corpóreas), mal seentendería cómo puede no ser falaz, si en efecto esas ideas fuesen producidas por otrascausas diversas de las cosas corpóreas. Y, por lo tanto, debe reconocerse que existen cosascorpóreas.Sin embargo, acaso no sean tal y como las percibimos por medio de los sentidos, pues estemodo de percibir es a menudo oscuro y confuso; empero, hay que reconocer, al menos, quetodas las cosas que entiendo con claridad y distinción, es decir —hablando en general—,todas las cosas que son objeto de la geometría especulativa, están realmente en los cuerpos.Y por lo que atañe a las demás cosas que, o bien son sólo particulares (por ejemplo, que elsol tenga tal tamaño y tal figura), o bien son concebidas con menor claridad y distinción(como la luz, el sonido, el dolor, y otras semejantes), es verdad que, aun siendo muy dudosasRené Descartes Meditaciones metafísicas47e inciertas, con todo eso, creo poder concluir que poseo los medios para conocerlas concerteza, supuesto que Dios no es falaz, y que, por consiguiente, no ha podido ocurrir queexista alguna falsedad en mis opiniones sin que me haya sido otorgada a la vez algunafacultad para corregirla.Y, en primer lugar, no es dudoso que algo de verdad hay en todo lo que la naturaleza meenseña, pues por «naturaleza», considerada en general, no entiendo ahora otra cosa que Diosmismo, o el orden dispuesto por Dios en las cosas creadas, y por «mi» naturaleza, enparticular, no entiendo otra cosa que la ordenada trabazón que en mí guardan todas las cosasque Dios me ha otorgado.Pues bien: lo que esa naturaleza me enseña más expresamente es que tengo un cuerpo, quese halla indispuesto cuando siento dolor, y que necesita comer o beber cuando siento hambreo sed, etcétera. Y, por tanto, no debo dudar de que hay en ello algo de verdad.Me enseña también la naturaleza, mediante esas sensaciones de dolor, hambre, sed, etcétera,que yo no sólo estoy en mi cuerpo como un piloto en su navío, sino que estoy taníntimamente unido y como mezclado con él, que es como si formásemos una sola cosa. Puessi ello no fuera así, no sentiría yo dolor cuando mi cuerpo está herido, pues no soy sino unacosa que piensa, y percibiría esa herida con el solo entendimiento, como un piloto percibe,por medio de la vista, que algo se rompe en su nave; y cuando mi cuerpo necesita beber ocomer, lo entendería yo sin más, no avisándome de ello sensaciones confusas de hambre ysed. Pues, en efecto, tales sentimientos de hambre, sed, dolor, etcétera, no son sino ciertosmodos confusos de pensar, nacidos de esa unión y especie de mezcla del espíritu con elcuerpo, y dependientes de ella.Además de esto, la naturaleza me enseña que existen otros cuerpos en torno al mío, de losque debo perseguir algunos, y evitar otros. Y, ciertamente, en virtud de sentir yo diferentesespecies de colores, olores, sabores, sonidos, calor, dureza, etcétera, concluyo con razón que,en los cuerpos de donde proceden tales diversas percepciones de los sentidos, existen lascorrespondientes diversidades, aunque acaso no haya semejanza entre éstas y aquéllas. Asimismo,por serme agradables algunas de esas percepciones, y otras desagradables, infierocon certeza que mi cuerpo (o, por mejor decir, yo mismo, en cuanto que estoy compuesto decuerpo y alma) puede recibir ventajas e inconvenientes varios de los demás cuerpos que locircundan.Empero, hay otras muchas cosas que parece haberme enseñado la naturaleza, y que no herecibido en realidad de ella, sino que se han introducido en mi espíritu por obra de ciertohábito que me lleva a juzgar desconsideradamente, y así puede muy bien suceder quecontengan alguna falsedad. Como ocurre, por ejemplo, con la opinión de que está vacío todoespacio en el que nada hay que se mueva e impresione mis sentidos; o la de que en un cuerpocaliente hay algo semejante a la idea de calor que yo tengo; o que hay en un cuerpo blancoo negro la misma blancura o negrura que yo percibo: o que en un cuerpo amargo o dulce hayel mismo gusto o sabor, y así sucesivamente; o que los astros, las torres y, en general, todosRené Descartes Meditaciones metafísicas48los cuerpos lejanos, tienen la misma figura y el mismo tamaño que aparentan de lejos, etcétera.Así pues, a fin de que en todo esto no haya nada que no esté concebido con distinción, debodefinir con todo cuidado lo que propiamente entiendo cuando digo que la naturaleza «meenseña» algo. Pues tomo aquí «naturaleza» en un sentido más estricto que cuando digo quees la reunión de todas las cosas que Dios me ha dado, ya que esa reunión abarca muchascosas que pertenecen sólo al espíritu (así por ejemplo, la noción verdadera de que lo ya hechono puede no haber sido hecho, y muchas otras semejantes, que conozco por la luz natural sinayuda del cuerpo), y otras que sólo pertenecen al cuerpo, y que tampoco caen aquí bajo elnombre de «naturaleza» (como la cualidad que tiene el cuerpo de ser pesado, y otras tales,a las que tampoco me refiero ahora). Hablo aquí sólo de las cosas que Dios me ha dado, encuanto que estoy compuesto de espíritu y cuerpo. Pues bien: esa naturaleza me enseña aevitar lo que me causa sensación de dolor, y a procurar lo que me comunica alguna sensaciónde placer; pero no veo que, además de ello, me enseñe que de tales diferentes percepcionesde los sentidos debamos nunca inferir algo tocante a las cosas que están fuera de nosotros,sin que el entendimiento las examine cuidadosamente antes. Pues, en mi parecer, perteneceal solo espíritu, y no al compuesto de espíritu y cuerpo, conocer la verdad acerca de esascosas.Y así, aunque una estrella no impresione mi vista más que la luz de una vela, no hay en míinclinación natural alguna a creer que la estrella no es mayor que esa llama, aunque así lo hayajuzgado desde mis primeros años, sin ningún fundamento racional. Y aunque al aproximarmeal fuego siento calor, e incluso dolor si me aproximo algo más, no hay con todo razón algunaque pueda persuadirme de que hay en el fuego algo semejante a ese calor, ni tampoco a esedolor; sólo tengo razones para creer que en él hay algo, sea lo que sea, que excita en mí talessensaciones de calor o dolor.Igualmente, aunque haya espacios en los que no encuentro nada que excite y mueva missentidos, no debo concluir de ello que esos espacios no contengan cuerpo alguno, sino queveo que, en ésta como en muchas otras cosas semejantes, me he acostumbrado a pervertir yconfundir el orden de la naturaleza. Porque esas sensaciones que no me han sido dadas sinopara significar a mi espíritu qué cosas convienen o dañan al compuesto de que forma parte,y que en esa medida son lo bastante claras y distintas, las uso, sin embargo, como si fuesenreglas muy ciertas para conocer inmediatamente la esencia y naturaleza de los cuerpos queestán fuera de mí, siendo así que acerca de esto nada pueden enseñarme que no sea muyoscuro y confuso.Pero ya he examinado antes suficientemente cómo puede ocurrir que, pese a la supremabondad de Dios, haya falsedad en mis juicios. Queda aquí, empero, una dificultad tocante alas cosas que la naturaleza me enseña que debo perseguir o evitar, así como a lossentimientos interiores que ha puesto en mí, pues me parece haber advertido a veces algúnerror en ello, de manera que mi naturaleza resulta engañarme directamente. Así, por ejemplo:cuando el agradable sabor de algún manjar emponzoñado me incita a tomar el veneno oculto,René Descartes Meditaciones metafísicas49y, por consiguiente, me engaña. Cierto es, con todo, que en tal caso mi naturaleza pudiera serdisculpada, pues me lleva sólo a desear el manjar de agradable sabor, y no el veneno, que lees desconocido; de suerte que nada puedo inferir de esto, sino que mi naturaleza no conoceuniversalmente todas las cosas: y no hay en ello motivo de extrañeza, pues, siendo finita lanaturaleza del hombre, su conocimiento no puede dejar de ser limitado.Pero también nos engañamos a menudo en cosas a que nos compele directamente lanaturaleza, como sucede con los enfermos que desean beber o comer lo que puede serlesdañoso. Se dirá, acaso, que la causa de que los tales se engañen es la corrupción de sunaturaleza, mas ello no quita la dificultad, pues no es menos realmente criatura de Dios unhombre enfermo que uno del todo sano, y, por lo tanto, no menos repugna a la bondad deDios que sea engañosa la naturaleza del enfermo, de lo que le repugna que lo sea la del sano.Y así como un reloj, compuesto de ruedas y pesas, observa igualmente las leyes de lanaturaleza cuando está mal hecho y no señala bien la hora, y cuando satisface por entero eldesignio del artífice, así también, si considero el cuerpo humano como una máquina fabricaday compuesta de huesos, nervios, músculos, venas, sangre y piel, y ello de modo tal que, auncuando no hubiera en él espíritu alguno, se movería igual que ahora lo hace cuando sumovimiento no procede de la voluntad, ni por ende del espíritu, y sí sólo de la disposición desus órganos, entonces, así considerado, conozco muy bien que tan natural le sería a esecuerpo —si, por ejemplo, sufre de hidropesía— padecer la sequedad de garganta que sueletransmitir al espíritu la sensación de sed, y disponer sus nervios y demás partes del modorequerido para beber, y, de esa suerte, aumentar su padecimiento y dañarse a sí mismo, comole es natural, no sufriendo indisposición alguna, que una sequedad de garganta semejantele impulse a beber por pura conveniencia. Y aunque, pensando en el uso a que el reloj estádestinado, pueda yo decir que se aparta de su naturaleza cuando no señala bien la hora, yasimismo, considerando la máquina del cuerpo humano por respecto de sus movimientoshabituales, tenga yo motivo de creer que se aparta de su naturaleza cuando su garganta estáseca y el beber perjudica su conservación, con todo ello, reconozco que esta acepción de«naturaleza» es muy diferente de la anterior. Pues aquí no es sino una mera denominación quedepende por completo de mi pensamiento, el cual compara un hombre enfermo y un reloj malhecho con la idea que tengo de un hombre sano y un reloj bien hecho, cuya denominaciónes extrínseca por respecto de la cosa a la que se aplica, y no mienta nada que se halle en dichacosa; mientras que, muy al contrario, la otra acepción de «naturaleza» se refiere a algo quese encuentra realmente en las cosas, y que, por tanto, no deja de tener algo de verdad.Y es cierto que, aunque por respecto del cuerpo hidrópico digamos que su naturaleza estácorrompida sólo en virtud de una denominación extrínseca (cuando decimos eso porque tienela garganta seca y, sin embargo, no necesita beber), con todo, atendiendo al compuestoentero, o sea, al espíritu unido al cuerpo, no se trata de una mera denominación, sino de unverdadero error de la naturaleza, pues tiene sed cuando le es muy nocivo beber; y, por lotanto, falta por examinar cómo la bondad de Dios no impide que la naturaleza, así entendida,René Descartes Meditaciones metafísicas50sea falaz.Advierto, al principio de dicho examen, que hay gran diferencia entre el espíritu y el cuerpo;pues el cuerpo es siempre divisible por naturaleza, y el espíritu es enteramente indivisible. Enefecto: cuando considero mi espíritu, o sea, a mí mismo en cuanto que soy sólo una cosapensante, no puedo distinguir en mí partes, sino que me entiendo como una cosa sola yenteriza. Y aunque el espíritu todo parece estar unido al cuerpo todo, sin embargo, cuandose separa de mi cuerpo un pie, un brazo, o alguna otra parte, sé que no por ello se le quita algoa mi espíritu. Y no pueden llamarse «partes» del espíritu las facultades de querer, sentir,concebir, etc., pues un solo y mismo espíritu es quien quiere, siente, concibe, etc. Mas ocurrelo contrario en las cosas corpóreas o extensas, pues no hay ninguna que mi espíritu no puedadividir fácilmente en varias partes, y, por consiguiente, no hay ninguna que pueda entendersecomo indivisible. Lo cual bastaría para enseñarme que el espíritu es por completo diferentedel cuerpo, sí no lo supiera ya de antes.Advierto también que el espíritu no recibe inmediatamente la impresión de todas las partesdel cuerpo, sino sólo del cerebro, o acaso mejor, de una de sus partes más pequeñas, a saber,de aquella en que se ejercita esa facultad que llaman sentido común, la cual, siempre que estádispuesta de un mismo modo, hace sentir al espíritu una misma cosa, aunque las demás partesdel cuerpo, entretanto, puedan estar dispuestas de maneras distintas, como lo pruebaninnumerables experiencias, que no es preciso referir aquí.Advierto, además, que la naturaleza del cuerpo es tal, que, si alguna de sus partes puede sermovida por otra parte un poco alejada, podrá serlo también por las partes que hay entre lasdos, aun cuando aquella parte más alejada no actúe. Así, por ejemplo, dada una cuerda tensaA B C D, si se tira, desplazándola, de la última parte D la primera, A, se moverá del mismomodo que lo haría si se tirase de una de las partes intermedias, B o C, y la última, D, permanecieseinmóvil. De manera semejante, cuando siento dolor en un pie, la física me enseña queesa sensación se comunica mediante los nervios esparcidos por el pie, que son como cuerdastirantes que van de allí al cerebro, de modo que cuando se tira de ellos en el pie, tiran ellos asu vez de la parte del cerebro de donde salen y a la que vuelven, excitando en ella ciertomovimiento, establecido por la naturaleza para que el espíritu sienta el dolor como si ésteestuviera en el pie. Pero como dichos nervios tienen que pasar por la pierna, el muslo, losriñones, la espalda y el cuello, hasta llegar al cerebro, puede suceder que, no moviéndose suspartes extremas —que están en el pie—, sino sólo alguna de las intermedias, ello provoqueen el cerebro los mismos movimientos que excitaría en él una herida del pie; y, por lo tanto,el espíritu sentirá necesariamente en el pie el mismo dolor que si hubiera recibido una herida.Y lo mismo cabe decir de las demás percepciones de nuestros sentidos.Por último, advierto también que, puesto que cada uno de los movimientos ocurridos en laparte del cerebro de la que recibe la impresión el espíritu de un modo inmediato, causa unasola sensación, nada mejor puede entonces imaginarse ni desearse sino que tal movimientohaga sentir al espíritu, de entre todas las sensaciones que es capaz de causar, aquella que seaRené Descartes Meditaciones metafísicas51más propia y ordinariamente útil para la conservación del cuerpo humano en perfecta salud.Ahora bien: la experiencia atestigua que todas las sensaciones que la naturaleza nos ha dadoson tal y como acabo de decir; y, por lo tanto, que todo cuanto hay en ellos da fe del podery la bondad de Dios .Así, por ejemplo, cuando los nervios del pie son movidos con más fuerza de la ordinaria, sumovimiento, pasando por la médula espinal hasta el cerebro, produce en el espíritu unaimpresión que le hace sentir algo, a saber: un dolor experimentado como si estuviera en el pie,cuyo dolor advierte al espíritu, y le excita a hacer lo posible por suprimir su causa, muypeligrosa y nociva para el pie.Cierto es que Dios pudo instituir la naturaleza humana de tal suerte que ese mismomovimiento del cerebro hiciera sentir al espíritu otra cosa enteramente distinta; por ejemplo,que se hiciera sentir a sí mismo como estando alternativamente, ora en el cerebro, ora en elpie, o bien como produciéndose en algún lugar intermedio, o de cualquier otro modo posible;pero nada de eso habría contribuido tanto a la conservación del cuerpo como lo que en efectoocurre.Así también, cuando necesitamos beber, nace de ahí cierta sequedad de garganta que muevesus nervios, y, mediante ellos, las partes interiores del cerebro, y ese movimiento hace sentiral espíritu la sensación de la sed, porque en tal ocasión nada nos es más útil que saber quenecesitamos beber para conservar nuestra salud. Y así sucede con las demás cosas.Es del todo evidente, por ello, que, pese, a la suprema bondad de Dios, la naturaleza humana,en cuanto compuesta de espíritu y cuerpo, no puede dejar de ser falaz a veces.Pues si alguna causa excita, no en el pie, sino en alguna parte del nervio que une pie ycerebro, o hasta en el cerebro mismo, igual movimiento que el que ordinariamente se producecuando el pie está indispuesto, sentiremos dolor en el pie, y el sentido será engañadonaturalmente; porque un mismo movimiento del cerebro no puede causar sino una mismasensación en el espíritu, y siendo provocada esa sensación mucho más a menudo por unacausa que daña al pie que por otra que esté en otro lugar, es mucho más razonable quetransmita al espíritu el dolor del pie que el de ninguna otra parte. Y aunque la sequedad degarganta no provenga a veces, como suele, de que la bebida es necesaria para la salud delcuerpo, sino de alguna causa contraria —como ocurre con los hidrópicos—, con todo, esmucho mejor que nos engañe en dicha circunstancia, que si, por el contrario, nos engañarasiempre, cuando el cuerpo está bien dispuesto. Y así sucesivamente.Y esta consideración me es muy útil, no sólo para reconocer todos los errores a que estásometida mi naturaleza, sino también para evitarlos, o para corregirlos más fácilmente. Puessabiendo que todos los sentidos me indican con más frecuencia lo verdadero que lo falso,tocante a las cosas que atañen a lo que es útil o dañoso para el cuerpo, y pudiendo casisiempre hacer uso de varios para examinar una sola y misma cosa, y, además, contando conmi memoria para enlazar y juntar los conocimientos pasados a los presentes, y con mientendimiento, que ha descubierto ya todas las causas de mis errores, no debo temer enRené Descartes Meditaciones metafísicas52adelante que sean falsas las cosas que mis sentidos ordinariamente me representan, y deborechazar, por hiperbólicas y ridículas, todas las dudas de estos días pasados; y, en particular,aquella tan general acerca del sueño, que no podía yo distinguir de la vigilia. Pues ahoraadvierto entre ellos una muy notable diferencia: y es que nuestra memoria no puede nuncaenlazar y juntar nuestros sueños unos con otros, ni con el curso de la vida, como síacostumbra a unir las cosas que nos acaecen estando despiertos, En efecto: si estando despierto,se me apareciese alguien de súbito, y desapareciese de igual modo, como lo hacen lasimágenes que veo en sueños, sin que yo pudiera saber de dónde venía ni adónde iba, no mefaltaría razón para juzgarlo como un espectro o fantasma formado en mi cerebro, más bien quecomo un hombre, y en todo semejante a los que imagino, cuando duermo. Pero cuandopercibo cosas, sabiendo distintamente el lugar del que vienen y aquél en que están, así comoel tiempo en el que se me aparecen, y pudiendo enlazar sin interrupción la sensación que deellas tengo con el restante curso de mi vida, entonces estoy seguro de que las percibodespierto, y no dormido. Y no debo en modo alguno dudar acerca de la verdad de esas cosas,si, tras recurrir a todos mis sentidos, a mi memoria y a mi entendimiento para examinarlas,ninguna de esas facultades me dice nada que repugne a las demás. Pues no siendo Dios falaz,se sigue necesariamente que no me engaña en esto.Empero, como la necesidad de obrar con premura nos obliga a menudo a decidirnos sin habertenido tiempo para exámenes cuidadosos, hay que reconocer que la vida humana estáfrecuentemente sujeta al error en las cosas particulares; en suma, hay que confesar laendeblez de nuestra naturaleza.
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Meditaciones Metafísicas -René Descartes
RandomMeditaciones acerca de la filosofía primera, la distinción real entre el alma y el cuerpo del hombre.