Capítulo IV

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No era un medallón, técnicamente dos dijes complementaban la figura reluciendo como metal olvidado y tirado a la basura con pequeños golpes haciendo abolladuras profundas en la superficie. Me sorprendí al ver que dentro del corazón la fotografía vintage estaba intacta, sin haber sufrido ningún daño pero que al verla y observarla por muchas horas provocaban en mí unas inmensas ganas de matarme por el simple hecho de recogerlo de la calle desierta alumbrada únicamente por un foco. Quizá porque la protegió como jamás lo haría yo, o porque escuché el sonido de mi corazón rompiéndose contra el suelo al descubrir que el corazón destartalado le pertenecía a ella. ¿Cómo pude estar tan seguro si el medallón no tenía nombre? Lo descubrí al ver el negro de su pelo contra el viento, pero perdiéndose con el universo con que él la complementaba, y fue ahí donde supe que toda forma de acercarme a ella siendo algo más que su confidente o amigo se había perdido desde el momento en que el destino nos presentó.
Solo rogaba que aquel chico no fuera el causante de que ella se expresara con tanto odio de una persona, porque si era así, lo buscaría hasta encontrarlo y matarlo con mis propias manos sin ninguna pizca de remordimiento, aún sin ninguna excusa o razón porque la vez que lo había mencionado había sido con indiferencia y pequeños tonos de dolor atorados en su garganta.
Mi cuerpo me rogaba dejarlo descansar, pero mi mente me engañaría pensando en ella o quizá en el dije, viajé lentamente del escritorio a la cama y en cuanto mi cara tocó la almohada el subconsciente se apoderó de mí.
El ocaso estaba resplandeciente mientras yo lo observaba en medio de los árboles en la montaña más alta. Sonidos de olas chocando penetraban mis oídos y el cielo se teñía con el matiz de sus ojos mientras sostenía fuertemente el medallón guardado en el bolsillo de mi suéter. Era un espectáculo digno de recordar, mientras el ambiente adquiría el olor de las noches veraniegas anunciando la llegada del otoño y el lago a miles de kilómetros de distancia reflejando la puesta de Sol. De repente todo se oscurecía y el firmamento se volvía una capa negra sin estrellas, corría rápidamente sin saber por qué.
Porque cada escenario la representaba, porque el cielo oscuro era el pequeño universo de su pelo, porque la blancura de la luna llena representaba su piel fría, porque el ocaso era el vivo paisaje de sus ojos. Y el pequeño eco del viento helado chocando contra mi cara era la tensión que sentía cuando me acercaba a ella.
Y como siempre, desperté de mi dulce pesadilla, jadeando y el pecho trabajando a mil por hora con el corazón mentalmente herido.
La fotografía seguía ahí, intacta y desinteresada del tiempo, sin importarle mis sentimientos rotos y en cambio, echándome en cara el cariño que ellos demostraban, pero  recordé la conclusión de que él no podía ser el mismo del que ella había hablado con tanto odio. No, se veían tan felices y unidos que me era difícil imaginar que todo aquel encanto se terminó en un abrir y cerrar de ojos. Pero tenía que terminar esa semana e iniciar la otra a la espera de verla, ese medallón aunque muy indiferente conmigo me mantuvo con fuerzas y claro, mis pensamientos idiotas.
¿Cómo diablos me habría podido interesar alguien que apenas conocía? ¿Por qué demonios ella me importaba tanto, cuando había una persona que realmente se preocupaba por mí? No, yo no podía romperle el corazón a alguien más por un estúpido capricho mío. Me importaba demasiado, pero quizá no tanto como ella; conocía todo de la única chica a la que tuve el valor de invitar para el baile del fin de curso, a la única que había podido robarme un beso improvisadamente, con quien escapaba de casa cuando mis padres estaban en desacuerdo con mis ideas y esa era Jane, no ella. De ella no conocía absolutamente nada, siempre triste y enojada, en cambio Jane podía hacerle ver el lado positivo de un mundo de mierda a cualquiera, que a pesar de que yo no quería seguir estudiando manteníamos comunicación como buenos amigos de la infancia y como novios clandestinos, nunca formales y ante todos siempre amigos. Tal vez por esa razón me gustaba ella, porque quería saber si en el fondo era igual que Jane. Porque Jane nunca me había confirmado nada e igualmente me rompió el corazón cuando supe que se había acostado con otro, aunque nunca se enteró de que yo lo sabía y aún mantenía las esperanzas de una relación fingida.
Tal vez por despecho de encontrar a alguien diferente a Jane, sin importarme que de todos mis muchos amigos solo Tom y Jane hayan querido apoyarme después de mis absurdas decisiones.
Basta, pensamientos estúpidos.
Tal vez por eso decidí irme a pudrir con Joseph, porque quería escapar de un mundo conocido, que solo lanzaba indirectas hacia nosotros los perdedores. Entendía extrañamente el giro inesperado de mis decisiones y la necesidad de buscar algo que acabara con mi rutina. Y apareció ella (o más bien yo aparecí en su vida), con quien establecí otros horarios fijos a pesar de que eso era por lo que huía.
Aunque si bien ya había decepcionado a miles, tenía la firme esperanza de que con ella podía remediarlo todo y empezar de nuevo.
Ella no quiso empezar de nuevo, no esperaba volver a vivir, solo poder librarse de todo, hasta de su existencia. Aunque muchas veces lo negó sé que esperaba que él regresara y la salvara. A que algún día despertara de su sueño y que todo lo experimentado por cinco años sin su compañía se apaciguara viéndolo dormir junto a ella por la mañana.
Éramos dos soñadores, sin metas, nada más que la muerte y el resurgimiento, pero en absoluto me abandonaría a mí mismo como lo hizo ella ni tampoco me distanciaría de la gente a la que me importaba como lo hizo ella, y mucho menos dejaría ir la oportunidad de volver a amar como lo hizo ella.

ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora