Capítulo VI

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Perdí la cuenta del tiempo, tal vez dos, tres días o un mes pasaron de rápidas visitas al mar en el que ningún momento me presenté con algún dibujo como había prometido. Claro, ella tampoco llevaba fotos consigo.
Intenté trazar sus ojos cincuenta veces con un viejo lápiz y una amarillenta hoja de papel. Todas eran flores marchitas que terminaron en la basura.

Jane llegó con una felicidad envidiable, pidió permiso a mi tío para ahusentarme el resto de la tarde. No hice objeciones porque la extrañaba y me sentía culpable de haber podido olvidarla por un momento. Éramos el Ying y el Yang como de pequeños nos conocían en el colegio  y por lo tanto no podíamos estar separados.
Me llevó a las calles más escondidas de la ciudad y decidió que era buena idea parar a tomar un café en alguno de los míseros restaurantes.
-Has estado muy callado-. Y creo que ese comentario apagó su alegría.
-Prácticamente me obligaste a venir
-No opinaste nada cuando te lo dije-.
Bajamos de su auto, entramos al negocio y escogió la mesa más próxima a las ventanas. Y mientras esperábamos a pedir nuestra orden me contó la razón de por qué me había obligado.
-Me voy a casar en un mes. ¿No es grandioso Jim?-. Juro que en ese momento me sentí la persona con menos suerte del mundo. Es decir ¿Mi mejor amiga? ¿La primera y única chica a la que invité a un baile de graduación? ¿La única chica a la que no intenté besar por miedo a que me rechazase, pero que al final de cuentas ella tomó la iniciativa? ¿La chica a la que conocía desde los cinco años? ¿Qué pasaba con todo lo que habíamos vivido juntos? Ella era mía y trataría de redimir todos mis errores con tal de regresar el tiempo y decirle todo lo que pensaba de ella. Tantas preguntas se arremolinaron en mi mente y quise gritarle que no tenía el derecho de casarse con otro chico que no fuera yo.
Fruncí el ceño.
-¿Y quién es el afortunado?
-No seas idiota, ¿Acaso no piensas? ¡Es Tom!
-¿T-T-Tom?-. No podía creer que mi mejor amigo me traicionara con mi mejor amiga sabiendo lo que sentía por ella.
-¡Sí!
No supe que decir. Mierda, mierda, mierda.
-Felicidades.
-¿Estás molesto?
-No-. Era la pregunta más estúpida que había oído. Estaba enojado conmigo mismo por nunca haberle dicho cuánto me importaba, por no decirle que todas las noches en las que nos besábamos siendo solo amigos pensaba en decirle que me sentía el chico más afortunado del planeta, por no decirle el remolino de emociones que provocó en mí cuando la vi jugando en el parque cuando ambos estábamos en el jardín de niños, por no decirle que quería golpear a todo el mundo cuando la juzgaban por su color de piel, esa que nunca había llegado a descubrir totalmente a mis veintitrés años. Por haberla cambiado por un breve tiempo por una chica que era totalmente diferente a ella.
-Jim, lo nuestro nunca fue oficial, tú mismo afirmabas a los demás que solo éramos amigos...
-Chicos, ¿Puedo tomar su orden?-.
Volteamos al mismo tiempo para ver quién se molestaba en interrumpir nuestra conversación.
Era ella, con un uniforme color pastel de manga larga , el pelo totalmente recogido, un carnét que correspondía al nombre de Dianna (¿Se llamaba Dianna?) y una sonrisa fingida. No parecía sorprendida de encontrarme en ese lugar.

Pero esta historia no es mía. Así que dejaré de meter a Jane en todo esto.

Después de hacer nuestra orden nos marchamos, Jane enojada hacia su destino y yo hacia el lugar donde los perdedores buscan seguir viviendo. Quería vigilarla, o al menos esperarla hasta que su turno terminara, pero eso era llegar bastante lejos y debería conservar un poco de dignidad antes de la decisión que iba a tomar.
Primero necesitaba ordenar todas las ideas en mi cabeza y después devolver aquel medallón. Mierda, mierda, mierda. Necesitaba tener al menos un plan acerca de lo que después sucedería, nada de pedir explicaciones y consejos a los demás, tal vez defraudaría a muchos, pero era mi futuro no el de ellos. ¿O acaso volvía a ser un estúpido capricho mío?

El atardecer florecía al son de los matices de la llegada de invierno, con el aire frío tratando de congelar a cualquiera que intentara cambiar el orden de las cosas. Un simple medallón que hacía ruido en mi bolsillo esperando regresar con su dueña que venía acompañada de las sombras que calcomían esperanzas; una loca sin rumbo ni destino alguno aún con su uniforme de trabajo, de los colores pastel que la hacían llorar de niña, jugueteando al ritmo de las olas a paso lento.
Esa fotografía parecía arder como el mismísimo infierno, pesando toneladas de culpa que se desprendían de mi ser, pero ella me miraba inocentemente, esperando a que le contara algo de lo sucedido con Jane.
-¿Tu amiga no te quiere?-. Dijo intentando ser graciosa, pero no respondí.
-¿Acaso te cortó tu novia y se llevó tu lengua?
-No es mi novia
-¡Vaya! Creí que si lo había hecho
-¿Por qué me preguntas si en todo el restaurante se escuchaba nuestra pelea?
-Es verdad, tu amiga no conoce la palabra "discreción"
-Tú tampoco tienes mucho éxito en eso
-Te diré algo, joven amigo, tal vez no la conozca, pero sé algo que ustedes no
-¿Qué cosa?
-El amor, pobre idiota
-Ajá ¿Y entonces por qué te veo cada semana sola?-. Quería seguir con su juego, pero ese medallón no permitía que hablara hipócritamente, resbalaba poco a poco de mi mano, escapando de su jaula.
-¿Y tú por qué sigues solo, en el basurero de tu tío?
-Basta, está bien tú ganas-. Las llamas de la culpabilidad, arden, arden como un incendio forestal.
-Tú no quieres decirme, pero yo tampoco, así que es un empate. No te obligaré, ni t...
Saqué el objeto de mi bolsillo mietras ella me miraba intentando matarme a través de sus ojos.

ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora