Capítulo VII

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-Pero, ¿Tú qué haces con eso?-. Acto seguido me arrebató el medallón de la mano.
-¡Contesta! ¿Qué demonios hacías con esto?
-Y-y-yo lo encontré tirado hace unas semanas.
-¿Hace semanas? ¡No tienes ni idea de lo que he pasado sin esta cosa!-. Gritaba enojada, molesta, pero yo no sabía cuánto podría significar un simple objeto, y tampoco que reaccionaría así.
-¡Cómo demonios quieres que lo sepa si no te conozco! Es más, no sé si realmente te llamas Dianna-. Hizo un grito de frustración y quiso alejarse.
-Tú ganas esta vez-. Y se sentó en el límite de la arena con el océano.
-Perdón por reaccionar así.
-Estás loca.
-No discutiré el tema de mi cordura contigo.
-¿No has pensado en ir a un psicólgo?
-Fui una vez.
-¿Y?
-No le iba a contar cosas personales a un extraño.
-¿Y qué no para eso son?
-Basta, te he dicho que no discutiré eso contigo.
-Si vas a seguir así, mejor me largo.
-¿Me estás amenazando?
-Estás acabando con mi paciencia.
-Siéntate de una estúpida vez.
-¿Para que sigas con tus cambios de humor?-.
Susurró una grosería.
-Siéntate-. Obedecí y traté de no volver a hacerla enojar. Abrió el medallón para observar la fotografía pero no dijo nada.
-Entonces, si yo gané te toca hablar, ¿No?
-Sí, pero no quiero
-Yo traje fotografías y tú no, yo me presenté y tú no Dianna.
-No me digas así
-Pero ese es tu nombre
-Nunca le hagas caso a los carnets.
-No creo que seas una impostora
-Tal vez, tú no sabes nada.
-¿Te llamas Dianna?
-No.
-¿Entonces?
-No tiene caso decirte cómo me llamo, ¿Qué finalidad tiene, si dejé de tener una personalidad propia hace mucho tiempo? ¿En qué ayudaría, si la persona que ves ahora no es igual a la que usaba ese nombre cuando era pequeña?
-Las personas tienden a cambiar con el tiempo.
-Pero no al grado de no saber quiénes son.
-Está bien, vayamos a lo importante. ¿Hablarás o te quedarás callada?
-Solo no me interrumpas.
-Trato hecho.
Volvió a mirar la fotografía.
-¿Qué es lo que quieres saber?
Pude haber dicho todo, pero tal vez no hubiera dicho nada.
-¿Quién es el chico de la foto?
Me miró de nuevo a los ojos, esta vez rojos tratando de aguantar las lágrimas.
-La chica que iba contigo en la mañana es tu amiga, ¿No?
-Es mi mejor amiga, su nombre es Jane
-¿Hace cuánto la conoces?
-Desde los cinco años, pero te estás desviando del tema.
-No es eso. Es que...
-¿Qué?
-Ustedes me hacen imaginar de nuevo mi infancia. Todo lo que te diré solo son pequeñas partes de lo que recuerdo hasta ahora. Idioteces de una loca, disculpa.
-No importa.
Su semblante cambió, los ojos demostraban temor y pánico, sus manos temblaban y empezó a susurrar algo que apenas entendí.
-No quiero volver ahí, esos...espejos, no quiero, no quiero, ¡No quiero!.
Tiraba de su pelo con fuerza y seguía temblando. Un recordatorio más de que esa chica estaba loca, literalmente mientras la poca gente que paseaba cerca decidía alejarse.
Traté de decirle "cálmate" en voz baja pero ella no escuchaba, estaba en su mundo de locura y no sabía cómo controlarla, cómo hacer que todo aquello que gritaba en su mente se marchara.
-¿No oyes las voces? Están por todas partes, son igual que la sangre invisible que no alcanzas a ver. ¿No los ves? Quieren llevarme con ellos pero yo no quiero. No dejes que me lleven de nuevo, no los dejes.
Era una niña pequeña hecha un ovillo que trataba de hacerse fuerte y no lloraba, una niña pequeña a la que tuve que tomarle el rostro entre mis manos y prometerle que nadie vendría por ella, que nadie la encerraría de nuevo. Porque alcancé a ver sus brazos cubiertos con la tela de su uniforme color pastel, atravesados de líneas carmesí que habían comenzado a cicatrizar hacía mucho tiempo, pero que no terminaron su ciclo.
No entendía cómo era posible acabar en esa situación, entrometerme en un asunto que tiempo atrás no parecía haberme importado. Siempre defendiendo mi ideología individualista que provocaba que todos se alejaran de mí. Pero ella era diferente, y aunque no volviera a interesarme de otro modo, podría hacer cambiar mi perspectiva del mundo, salvarme de podrirme igual que mi tío y ayudarla a encontrar su camino. Parecía un trato justo, pero en el fondo sabía que solo me aprovechaba de su debilidad para dejar de cometer errores.

Era noche cuando la acompañé a su casa, ella tenía miedo de que la encontraran y volvieran a hacerle daño. Caminaba con la mirada perdida y el temor corriendo por sus venas. Llegamos a un edificio viejo que hubiera podido pasar por abandonado en la fachada. Subimos las escaleras iluminadas por focos llenos de telarañas. Vivía en el último piso, que daba a la terraza del lugar. Abrió la puerta a una habitación oscura, encendí la luz, pero me arrepentí cuando distinguí cuadros viejos del océano cubriendo la pared, rasguños y marcas secas de sangre en el tapiz. Todo el cuarto estaba desordenado y no se podía dar un paso sin chocar con una pila de papeles amarillentos. Ella no parecía darse cuenta de lo que inundaba su alrededor, caminó hasta su recámara, el único espacio descente. Pero antes de cruzar preguntó:
-¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
-¿N-no recuerdas nada?
-¿Qué haces aquí?
No, ella no recordaba nada, ni mucho menos sería capaz de distinguir su departamento de un manicomio.
-Será mejor que me vaya.
-¿Puedes guardarlo?-. Me tendió una caja negra de madera.
-¿Qué es esto?
-No hagas preguntas y solo guárdalo.

Varias cuadras después abrí la caja mientras esperaba junto a un faro la llegada de algún autobús. Contenía muchas fotografías vintage igual que la del medallón. Ningún indicio de aquel chico. Ninguna pista de dónde provenía ella, ningún nombre. Salvo esas imágenes cuyas personas no conocían el significado de la palabra sonrisa. Y tenía miedo de que ella llegara a depender de mí, de aprovecharme de eso y dejarla para que alguien la volviera a romper.

ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora