3- Una inquietud.

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Llegué a la habitación de mi madre y tomé la rosa del florero con cierto temor. Fruncí la nariz al notar que el papel se encontraba mojado, y que si no lo sacaba con delicadeza, podría romperlo. Traté de abrirlo, pero se deshizo entre mis dedos apenas lo desenvolví.

- Oh, santa mierda- Gruñí lanzando la rosa a la cama y quedando con los residuos de papel. Lo único que pude leer fue una frase que provocó que mi corazón se sacudiera y mis mejillas se sonrojaran levemente.

«(...) quiero volver a ver la sonrisa en tu rostro, como cuando eramos (borrón) y te amaba»

Tragué saliva y empuñé la nota algo conmovida. Sentía que mis labios elevándose, querían reemplazar el ceño fruncido que tanto me caracterizaba.

El timbre hizo que saliera de mi burbuja y volviera a mirar la rosa y la pequeña margarita con miedo. Las dejé en mi regazo y me dirigí a mi habitación de nuevo, guardando las flores en uno de los cajones junto a las notas.

- ¡Llegó por quien llorabas, Pho!- Un grito agudo hizo que rodara los ojos. Observé a Darwin sonreír apoyado sobre el marco de la puerta con los brazos abiertos, como dando una introducción de sí mismo. Le gruñí con amargura.

- ¿Quién te dejó pasar?- Moví la silla de ruedas hacia el escritorio y encendí el computador. Mientras más rápido termináramos el trabajo, más rápido se marcharía de mi casa.

Darwin no era más que un compañero de clases que se encargaba de fastidiarme por las mañanas gracias a un trabajo de cálculo que nos habían mandado para la escuela. Lamentablemente, era de esa clase de personas que tomaban confianza demasiado rápido, algo irritante en mi opinión. Castaño, con sonrisa de comercial y con ojos indescifrables, el idiota de Darwin era una de las pocas personas que se había ganado mi respeto y cariño, a base de golpes, insultos y maldades.

- Vaya, estás de buen humor hoy, no me echaste a patadas de aquí- Bromeó y reí. No porque me haya dado gracia su comentario, sino porque no se dio cuenta de lo que dijo. Yo no podía patear- Wow, hice que sonrieras un poco, eso es un avance en nuestra relación, ya pasamos de desconocidos a amigos.

- Te equivocas, pasamos de desconocidos a enemigos- Le lancé un lapicero y se lanzó a mi cama esquivándolo.

- Eres malvada, florecilla- Sonrió observando el envase de mis pastillas. Lo miré por el extraño apodo que me puso, más bien, por lo que hizo que recordara.

Florecilla...

Flores...

Notas...

¿Sería Darwin la persona que dejó flores en mi ventana?


Flores en mi ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora