Capítulo XIV. Cuando lo veo.

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Convencer a Feliciano fue toda una odisea, hasta el chantaje que solía ocupar para convencerlo de poco y nada me sirvió, aunque no lo culpo, yo mismo era el que le prohibía leer siquiera los mensajes de él, y ahora yo mismo era el que lo trataba de convencer para juntarse con él, Feliciano tenía miedo y un montón de dudas, y yo no hacía más que aumentarlas, pero el "ponerse en los zapatos del otro" lo guardaría hasta nuevo aviso.

Ya llegada la noche y con ella el toque de queda, me quedé esperando pacientemente a que mis compañeros se durmieran, una vez que vi a Manuel durmiendo cual ardilla en invierno bajé de mi cama y vigilé a mis alrededores... Por si acaso.

Caminé lo mas silencioso posible -sin contar que me golpeé el dedo meñique del pie, tuve que reprimir un grito, y aguantar el agudo dolor que recorrió mi pierna- lo bueno es que al salir no desperté ni a la mosca que se había colado en la habitación, miré a mi lado encontrando a Feliciano esperandome... Era extraño, suelo ser yo el que espera y no ser yo el esperado, pero no importa.

  -  ¿Has salido antes? -me preguntó con voz casi inaudible, casi como si solo hubiera movido los labios.

  -  ¿Y tú? -le pregunté dandome entender que mi respuesta era un si, me miró como si estuviera pensando como decirme lo que me diría, y luego asintió.

Si hubiera sido otra la circustancia, de seguro le hubiera hecho en sermón de lo bueno y lo malo incluyendo mis dotes de hermano sobre protector, pero dado el caso en el que estábamos, agradecí internamente que mi hermano no fuera tan santo como llegué a pensar -aunque luego de saber que ya se estaba adelantado al ciclo normal de un ser humano civilizado, me espero cualquier cosa de esa máscara de santo a la que llama rostro-.

Bajamos las escalera en el máximo silencio posible, y nos asomamos con cuidado viendo a nuestro cuidador viendo el televisor, viéndolo solamente ya que casi no tenía volumen -¿es que ese hombre no duerme nunca?- hay un pasillo entre las escaleras y el lugar donde siempre está el hombre ese, el cual conecta con otras habitaciones donde esta nuestra salida oculta por un mini sillón y por el otro lado un arbusto lo suficientemente alto para que no se vea el ajugero por el cual cabe hasta el más grande de los estudiantes, es sorprendente y alabo al que haya hecho eso sin que nadie lo notara, corrimos el sillón, Feliciano fue el primero en pasar y luego yo, con un fierro en forma de gancho moví el sillón, dejándolo en su lugar. Corrimos hasta la muralla y la escalamos con algo de dificultad, luego saltamos aterrizando fuera del lugar... Al fin... ¡LIBERTAD!

Nos miramos mientras sacudíamos nuestras ropas renovando el orgullo y estiramos nuestras extremidades, una vez renovado todo lo que tenga que ver con el autoestima, nos largamos a reír y comenzamos a caminar.

Durante todo el camino estuvimos hablando de temas triviales, sobre las clases, los profesores, las compañeras, nuestros compañeros de habitación, la guerra en la cual está involucrado Feliciano sin que él se lo buscara, entre otros.

Nos desconcentramos con algunas tiendas donde vendía adornos, pensamos en comprar alguno para las vaciones y llevarlos de regalo a las dos mujeres de familia que están en Italia, de paso nos compramos algo para picar en el camino, en el que seguimos conversando, caminamos a paso lento y despreocupado, casi olvidando el porque estabamos fuera, solo recobramos la memoria cuando a lo lejos divisamos a una figura adulta que para desgracia de ambos reconocimos de inmediato, la risa que manteníamos cesó de inmediato, tomé aire e iba a segui camindo cuando Feliciano me tomó del brazo, giré la vista viendo como él tenía la mirada fija en aquel hombre, su rostro estaba pálido y sus ojos más abiertos que nunca pero sin brillo alguno, el labio le temblaba, estaba en shock. Por supuesto, había olvidado por completo que en ningún momento se enteró que él era Luciano, nuestro padre.

Los pensamientos de LovinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora