Capítulo XVII. Secuestro.

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  -  ¡Lovino! -el grito aterrado de Isabel me sacó del trance.

La sangre caía del cuerpo inerte. ¿Como llegamos a esto? Hace un par de meses todo parecía ser la vida de cualquier adolescente, una historia de amor típica de libros. Y ahora estamos en esto.

Vi como dos de los hombres que recién habían llegado apuntaban sus armas hacía mi.

Y no los culpo.

Acabo de matar a uno de ellos, Isabel está carente de expresión y probablemente creerán que yo fui quién mató a -quién supongo que era su jefe- Andrés.

  -  Si disparan -dije tomando a Isabel del cuello y colocarle la pistola en su cabeza- disparo.

Hubo un silencio en el cual aproveché para susurrarle un "lo siento" a Isabel.

  -  Suelta a la chica -dijieron al unísono.

  -  Bajen las armas -les ordené jugando con el gatillo.

Los dos dejaron las pispolas en el suelo.

  -  Ahora la chica -dijieron.

  -  Lástima, no pienso dejarla viva -dije, disparándole a uno de ellos para luego salir corriendo llevándome a Isabel.

  -  ¡Maldito! -escuché al hombre gritar.

El edificio estaba abandonado, se notaba en lo descuidado que estaba.

  -  ¿En que piso estamos? -le pregunto bajando escaleras.

  -  décimo -contestó.

  -  Nos saldrá más fácil saltar que bajar escaleras -dije mirando el vacío.

  -  ¿sabes que sufro de vertigo?

  -  Tampoco iba a saltar.

Una bala rozó mi mejilla provocandome una leve herida, ambos quedamos en shock.

  -  Baja el arma -gritó el hombre.

No reaccioné hasta que sentí a Isabel correr subiendo las escaleras.

Claramente para escapar.

Y hacer reaccionar.

La tomé de la muñeca y la jale -por poco y casi cae al suelo- para comenzar a correr nuevamente escaleras abajo. Cuando llegamos al otro piso -con el dolor de mi alma- tiré a Isabel al suelo.

  -  Oye! Eso duele -se quejó.

Justo en ese momento bajó el hombre y me buscó con la mirada.

No me alcanzó a encontrar.

Le disparé sin piedad, ni yo mismo estaba en mis capacidades, no me daba cuenta de lo que realmente estaba haciendo. Me quedé -esperando- a que alguien saliera de entre las sombras, pero nada, sentí una mano en mi hombro.

  -  Solo eran ellos Lovino -dijo Isabel.

Relajé los músculos y bajé el arma, Isabel se colocó frente a mi, con una mirada entre aterrada, feliz, y maternal.

No estaba en mis capacidades, y ciertamente no tenía ni idea que estaba haciendo, pero la abracé y no evité el vergonzoso llanto. Ella sólo me abrazó de vuelta, no preguntó y tampoco me digne a decir algo.

  -  Lovi... ¿Nos vamos? -me preguntó.

  -  Ya extrañaba que me llamaras Lovi -dije sin pensar separándome de ella.

Los pensamientos de LovinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora