Capítulo 8

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Camina de la mano de una niña. La pequeña Nicolle. Su abuelo insistió esta mañana en que la llevara a dar un paseo. Y ante las súplicas de la niña, terminó por acceder.
«– ¡Daniel! Por favor –le suplicaba, juntando sus dos manos– Lleváme a las piscinas. La pasaremos bien. ¿Síiiiiii?
–Ya. Está bien, Pitufina

Llegan al lugar y el chicho compra dos Tickets de entrada. Les colocan una pulsera a cada uno, y entran.
Es un lugar grande, con varios Toboganes y piscinas. La niña corre a la piscina de niños.
Él la observa, es una niña traviesa, pero la piscina no llega ni al metro.
Se dirige a la cafetería y se sienta. Ordena una bebida y observa. «Espera, esa no es...»

Las dos chicas están sentadas en la mesa de enfrente. Cada una bebe su Frappé de Naranja. Vanessa lleva un traje de baño Azul, e Isabella, el que su amiga le dio el día anterior. Ni siquiera ha notado la presencia del chico, hasta que su amiga hace un comentario.

– ¡Mira a ese chico!¡Qué guapo!

Ella se voltea, y advierte la presencia del guitarrista. «¡No puede ser!».

Él las observa con una sonrisa pícara. Sí, esta seguro de que el destino quiere unirlos.

Ella no sabe donde meterse, pero para su desgracia, el muchacho ya viene caminando hacia ellas.
Las mejillas le arden. ¿Qué hace ahora?

– ¿Me estás siguiendo, preciosa?

Vanessa la mira, incrédula. Isabella hunde la cabeza entre los brazos.

–Así que ya se conocen –dice la chica del traje de baño azul– ¿No vas a presentarnos, “preciosa"?
–Ah, si. Em... Vanessa él es... Daniel. Daniel, Vanessa.

Se estrechan la mano, y se dedican una sonrisa cordial. Vanessa le considera un chico guapo, pero parece que ya está apartado, así que no va a interferir.

–Un gusto conocerte, Daniel –dice, sonriente– Si me disculpan, me voy a lanzar de la tabla. De seguro la miedosa de Isabella no querrá subirse. ¿A que no?

Isabella fulmina a su amiga con una mirada, y ella le devuelve una sonrisa pícara. ¿Por qué la avergüenza en frente del chico? Bueno, pero, ¿por qué se hace esa pregunta? El guitarrista no es nada para ella. ¿O si? Quizás está empezando a sentir algo. No. Eso no. No puede permitírselo.
Sin embargo, ¿qué es una simple tabla a metros de altura? Olvidó un detalle, ni siquiera sabe nadar. La piscina es honda, lo que amortiguará la caída. Pero, ¿qué puede hacer? Le va a demostrar a su amiga, y por qué no, al guitarrista, que puede hacerlo.

Ja. Pues ya ves que no me asusta más. Voy contigo.

El chico las sigue, observa la piscina donde está la pequeña, que se divierte chapoteando. Sonríe.

Isabella está nerviosa, le sudan las manos. Sube las escaleras que dan a la dichosa tabla.
Vanessa se lanza sin pensarlo. Cae a velocidad, y vuelve a salir en unos segundos.

– ¡Vamos nena! ¡Hazlo ya!

La chica mira abajo, aguanta la respiración, y antes de lanzarse le dedica una mirada al guitarrista, él le sonríe paciente. Cae al vacío.

Pasan los segundos y la chica no sale de la piscina. Daniel empieza a angustiarse. ¿Qué le pasa? ¿Estará bromeando? Sigue sin asomarse. No, esto debe ser serio.
No sabe por qué lo hace, se quita la camiseta y se lanza a la piscina, toma a la chica morena en los brazos y sale del agua. La tiende con delicadeza en el suelo, pero ella yace inconsciente. No está respirando.
Acerca su cara a la de ella. Respira profundo, llenando su boca de aire, dispuesto a aplicar su curso de primeros auxilios. Está a milímetros de ella, y justo un segundo antes de que sus labios se encuentren, Isabella, de súbito, abre los ojos.

Tose un poco. Respira con dificultad. Ya estaba algo morada, para ser sincera. Observa sorprendida al Chico de la calle 13, que está junto a ella, y a su amiga, que tiene cara de espanto del susto que se debe haber llevado. Daniel le sonríe, apacible.

–¿Qué pasó?–dice tosiendo la chica.
–No mucho. Te he salvado la vida.
–Ya. Gracias... Supongo.
– Por nada, siempre es un gusto salvarte. Pero...Si querías que te besara, no tenías que intentar ahogarte –apunta, guiñándole un ojo– Bastaba con que me lo pidieras.

Su color de piel pasa de morado a rojo en dos segundos. Ese chico es... Ah.
¿Cómo se atreve a decirle eso? Ella jamás lo besaría. No, nunca. Aunque... Sus labios rosas se veían tan suaves. ¡No!¿Qué rayos le pasa? «Comportate, Isabella»

Advierte la presencia de una niña rubia, con el cabello en dos trenzitas, que la observa con extrañeza. Bueno, después de semejante escándalo, no la culpa.

–¿Cómo te llamas?
– Nicolle –dice la niña– ¿Y tú?
–Isabella.
–Es igual a ella, Daniel. Hasta se llama así –dice la niña emocionada, Daniel le hace un gesto para que se detenga, pero la niña no para– ¡Es igual a la chica de tu libro!

Ahora es el muchacho el avergonzado. Suele leerle a su primita los avances en su libro. Ahora se arrepiente.

– Con que eres escritor. ¿Eh? –Pregunta Vanessa, ahora más calmada– Y, ¿escribiste sobre ella?¿O es de otra Isabella?

–Eh... Pues, es una coincidencia –miente– Cosas del destino.

–Si, clarísimo. Bueno, Daniel. Fue un placer verte hoy. Pero ya nos vamos... Se nos hace tarde. Ah, y gracias por hacer de salvavidas.

Él sonríe, triste. Se despide con un ademán, y observa como las dos chicas se van.

Espera poder volver a verla. Sí. Ha estado muy cerca de sus labios. Cómo le apetecía besarla. Claro, esta vez fue un intento de salvarla, pero aún así, le hubiera gustado hacerlo. Espera poder tener esa oportunidad. Y vaya que la tendrá.

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