I will find you.

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Thomas se quedó de píe observando como ese manto rubio desaparecía entre la nieve, era lo único que lograba distinguir entre todo: multitudes, ciudades grandes y desastres sanguinarios como el que se había prolongado en todo Allerdale Hall. 

Trataba de imaginar en ese lugar en el pasado, el césped crecía y árboles se asentaban en distintos lugares; su madre que paseaba por cada uno de ellos, cuidando y protegiendo cada hoja que venía de ellos. A pesar de ser un niño entonces lograba recordar todo, excluyendo a Lucille que se resguardaba en la penumbra del sótano, haciendo alguna cosa mala contra todos.

—Se fue —declaró Lucille—, no volverá jamás.

Bajó las escaleras con sutileza, evadiendo el dolor que la acompañaba. Había extirpado las tijeras sin piedad de su espalda, había sonreído mientras lo hacía ¿de verdad pensaban que se había ido? Por supuesto que no les sería tan fácil.

—¿Estás contenta? —siseó Thomas.

—Por supuesto —Lucille se acercaba a él—, más que eso.

Las manos de Lucille sostuvieron los hombros de Thomas con goce, él en respuesta tomó sus manos, sintiendo la pureza que alguna vez había engañado a todo Allerdale: empleados, vecinos y su familia. Un rostro tan hermoso y angelical esconde secretos tan negros que el mismo Dios teme entrar ahí, en la memoria de Lucille Sharpe.

Segundos después Thomas se percató de que algo faltaba en sus manos, algo que se había vuelto tan habitual. "El anillo" Suspiró con alegría al recordar que su dedo estaba quebrado en más pedazos de los que se podría contar y se preguntaba de nuevo ¿cómo soportaba el dolor? ¿La locura lo consumía o le servía de estimulante? 

—¿Cómo soportas vivir así? —cuestionó Thomas mientras se alejaba del alcance de Lucille.

—¿A qué te refieres? —la mirada de Lucille se contrajo.

—¡En un maldito infierno Lucille! —gritó desesperado.

—Porque lo compartes conmigo—suspiró Lucille.

Thomas presionó el puente de su nariz y meneó la cabeza. Lucille intentó acercarse a él pero no se lo permitió porque subió inmediatamente las escaleras hasta la habitación que compartía con Edith. Lucille le siguió aumentando la velocidad pero en su cara él cerró la puerta de golpe. 

—¡Algún día tendrás que salir! —gritó Lucille.

Él no respondió, se quedó de pie al centro de la habitación moviendo las manos con desesperación, le recordaba tanto a su adolescencia, tener que evadir su rebeldía que Lucille no cuestionaba y permitía salir. Dejó de moverse y observó al frente.

Las pertenencias de Edith estaban intactas, la misma forma de guardar todo. La cuestión aquí era que ella era tan distinta para todos que hacía sentir que él era libre, que era capaz de todo y eso, era lo único que necesitaba, algo que lo alentara y ahí estaba antes sus ojos, la respuesta...





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