You and I

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—¿Edith? —era la tercera vez que llamaba a su puerta Alan.

—Quiero estar sola —respondió.

Edith se recostó con el rostro sobre la almohada evadiendo el sonido que generaba el pomo moviéndose desapoderadamente. Y es que, Alan insistía tanto que estaba a punto de volver a Edith loca. 

El manto rubio de cabello cubrió su rostro, mientras intentaba no soltarse a llorar de nuevo , mientras se hacía la misma pregunta al menos diez veces consecutivas "¿por qué lo había dejado ahí a su suerte?". Había sido inhumano, ella era peligrosa, una demonio con rostro de ángel, sin embargo, recordaba que él era su hermano, tal vez tendría piedad. 

—¡No salimos de ese maldito hoyo negro para que me vuelvas loca! —gritó Edith.

—Tienes que salir de ahí, Edith. —insistió Alan.

¿Y si la hubiese enfrentado una vez más? Tan solo una gota de valentía más, para evitar aquel desastre inminente. ¿Habría sido feliz de nuevo? ¿Habría llenado el vacío que se acumulaba en el corazón de Edith? Observando la ventana se preguntó que sería de la vida de Thomas, claro que aún hubiese una, porque en realidad no creía en la palabras de Lucille, no creía que mantendría vivo a Thomas. No obstante, una parte de Edith confiaba en Thomas y su genialidad para crear ideas en momentos de presión.

La perseverancia de Alan no fue suficiente, a los minutos ya había abandonado la puerta de Edith, y ella estaba agradecida porque al fin se alejara, sin embargo, le pareció extraño que se hubiese alejado así que se levantó de la cama con decisión algo no estaba bien.

Se acercó a la puerta y se pegó a ella, tratando de escuchar más allá del rellano de las escaleras. Dos voces, su moza y Alan, discutían e incluso levantaban la voz, a Edith le pereció extraño ya que su moza jamás, y era en serio, jamás gritaba o levantaba la voz a menos que se lo pidieran. Edith retiró el seguro de la puerta y abrió tratando de no hacer ni el más mínimo sonido.

—¡Lo has dejado entrar! —gritó Alan con odio—, ¿Por qué?

—Me parece una crueldad señor McMichael—argumento con delicadeza y elegancia la moza.

—¡No!

Alan subió enfurecido las escaleras, Edith lo notó eventualmente habría corrido a esconderse bajo las sábanas, pero si algo le había enseñado Thomas era a no teme, ni a tus amigos, porque suelen ser los peores. Edith se quedó de frente a la puerta, siguiendo los pasos al ritmo de su corazón, él estaba tan cerca que incluso su respiración se aceleraba, sin embargo, él se detuvo unos segundos y volvió a la marcha, a dónde había estado anteriormente.

—Señorita —una voz tan familiar.

El tiempo se detuvo y para Edith, fue como haber puesto lo pies en el cielo. Estaba soñando: Su cordura esos días no era la más fiable, su mente podría estar imaginando cosas. ¿Lucille podría dejarle? Claro que no, ella había dejado tan claro que Thomas era de su propiedad, era evidente que no dejaría en libertad a Thomas, jamás. 

—La señorita Edith estará feliz de verle.

—Lo sé —un acento inglés tan perfecto. 

No es verdad, el pomo repiqueteo, y Edith estaba más que en alerta, esperaba ver a Alan y eso su mente aún lo procesaba, no quería ilusionarse con su mente estúpida. Tal vez este muerto y puedes verlo, el chillido de la vieja puerta la despertó una vez más, su espalda estaba erguida y sus ojos muy abiertos. ¡No es él!, ni lo será, estaba segura de que estaba equivocada. 

La puerta se abrió en su totalidad.

—Thomas —susurró Edith.

—Edith.

Ambos no lo soportaron y corrieron. Edith se lanzó contra él, con lágrimas en los ojos y las piernas oscilando en el suelo. Thomas después de todo no estaba tan tranquilo, temblaba y se sentía enfermo pero en paz. Sus miradas se cruzaron.

—Volviste.

—Te prometí venir contigo —susurró en su oído.

Thomas besó a Edith, presionándola contra su pecho, observando como su cabello caía tras su espalda, ese manto dorado que atraía tanto a Thomas; sintió de igual manera su corazón, tan frecuente en sus latidos y eran tan uniformes, era perfecto hasta el más mínimo borde de ella. 

El olor a carbón, la fría solapa de su gabardina, incluso su cabello enmarañado eran las detalles que Edith había añorado por dos largos meses, sin embargo había algo distinto en él, algo oscuro y frío que lograba percibir que incluso a él no le dejaba vivir. Sus labios se separaron.

—Lucille está muerta —dijo por fin.

—¿Lo hiciste tú?

El rostro aterrado de Edith caló en los huesos de Thomas, ¿cómo le diría que la asesino? ¿Cómo le diría que la asesino en su habitación? Incluso sentía nauseas al querer revelar la razón por la que estaba con ella. Un temblor invadió su cuerpo y se acobardo.     

—Las heridas —la miró a los ojos—, la mataban día tras día.

—Era su final —dijo sin rencor Edith.

Thomas la estrechó y besó su cabeza.

—Lo siento Thomas —susurró Edith.

—Está bien —se atragantaba con las palabras Thomas—, es su final.

                

        





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