Por fin logro entender el porque de todo.
De tus gritos, y tus cambios de humor tan repentinos, es que eres un cobarde.
Un cobarde que se deja atar por las cadenas del temor, las cuales no te permiten hacer lo que sabes que te haría feliz.
Que lastima que ahora que me doy cuenta sea demasiado tarde, pues ya he perdido el orgullo varias veces solo porque tus labios rozaran los míos, porque tu mano tuviera contacto con la mía e incluso porque tus ojos me miraran.
¡Que lastima!
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Cartas a un amor olvidado.
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